TENGO a la clase política por muchas cosas, pero no por tontos. O no los tenía. La cagada kingsize que se han marcado los magnos eurodiputados votando en contra de una iniciativa para que los sus señorías viajen en turista y no en business es de ésas que marcan época. No porque esperara otra cosa, que aquí nadie se cae del guindo, que PSOE y PP hace cuatro días que se pusieron de acuerdo para no revisar las pensiones de expresidentes del Gobierno con jugosos sueldos en consejos de administración de empresas con las que trabaron relación en sus tiempos de servicio público. Sino porque hayan tenido las cachazas de hacerlo a un mes de las elecciones. Eso es valentía o suicidio colectivo, no lo sé. En cualquier caso, mucha jeta y mucha estupidez. Lección acelerada de precampaña, ya que no lo van a hacer por dignidad y ética política, al menos que sea por ese Hugo Chávez que todo político lleva dentro: al votante le suele gustar que sus dirigentes se partan la camisa y prediquen con el ejemplo. Aunque sea de cara a la galería, que nos conocemos. La guinda han sido las excusas: que si la votación no era decisoria, que si no sabía lo que votaba (sic), que si la abuela fuma... En Twitter les ha faltado tiempo para montarla al grito de #eurodiputadoscaraduras, y eso que no ha trascendido demasiado el meollo del asunto, el bloqueo a la congelación de sueldos. No seré yo quien llame a no votar, que hay mucha gente que se ha quedado por el camino para que cada cuatro años les demos candela, pero les aseguro que el #nolesvotes cada día me seduce más.