A lo largo de más de 60 años la Iglesia vasca ha venido ofreciendo el testimonio de una intensa colaboración misionera que comenzó en tierras ecuatorianas, se extendió a otros lugares del continente sudamericano y llegó a países africanos como Angola, Rwanda o Congo. Mujeres y hombres laicos, religiosas, sacerdotes han ido dando y continúan ofreciendo lo mejor de sus vidas en aquellos pueblos tan lejanos y hoy tan cercanos en un mundo globalizado.

Las Misiones Diocesanas Vascas han experimentado cambios cualitativos a lo largo de estos años de su recorrido: de un modelo misionero tradicional de cristiandad se descubrió, a la luz del Vaticano II, de Medellín, de Puebla, la opción por los pobres como referencia central de toda evangelización. Empeñados en tareas y compromisos liberadores, los mismos pobres nos han ido mostrando el sentido auténtico de la evangelización y del Reino de Dios que hoy se expresa como apertura, ensanchamiento de horizontes en un mundo plural, interreligioso, compartido, solidario.

Superando modelos neoliberales y esquemas hegemónicos europeos, se ha aprendido a compartir, a construir en común, a redescubrir el evangelio desde los pobres. A tomar conciencia de que también nosotros en Euskal Herria somos país de misión y que necesitamos ser evangelizados y renovar evangélicamente nuestras comunidades en auténtica relación solidaria con el mundo de los pobres allí y aquí, en la construcción de una paz basada en la justicia con los más débiles.

Los pueblos pobres del Sur han sido y son profetas de la denuncia evangélica ante un mundo edificado sobre la falsa base del capital y sus finanzas, cuyo único objetivo consiste en aumentar beneficios, construyendo un mundo insostenible que se derrumba sobre los más pobres, cuyo clamor llega al cielo reclamando justicia. Ellas y ellos nos anuncian la buena y sorprendente noticia de que es necesario construir un mundo sostenible sobre las bases de la solidaridad, del hermanamiento, también de un nuevo sentido ecuménico y colaboración interreligiosa. Nos descubren, en definitiva, el mundo de los pobres como la base auténtica de un mundo nuevo.

Como indican los obispos vascos, el nuevo compromiso misionero está inspirado en el espíritu de la comunión y fraternidad. Es un proyecto compartido, pero no sólo de recursos humanos y materiales, sino sobre todo de mutua evangelización donde el definitivo proyecto del Reino de Dios se hace realidad en la reciprocidad orientada por los pobres y su sentido evangélico. La expresión de este espíritu misionero se concreta en palabras y hechos de colaboración entre iglesias locales, en redes solidarias, en hermanamientos -es decir, en relaciones de igualdad- para compartir lo que somos y tenemos en mutuo servicio. Porque las tierras de África, América o Euskal Herria son todas tierras de misión desde los pobres. Esta nueva actitud y comprensión de la evangelización compartida nos abre a una nueva era misionera, nos descubre y exige una profunda transformación de modelo de Iglesia y de comunidades cristianas.

En esta reciprocidad evangelizadora, América y África no van a enviarnos dinero. Nuestra obligación ética, después de siglos de colonización y expolio, consiste en devolver lo que les pertenece, entre otras formas, además de la supresión de su deuda externa, con la acogida y ayuda a emigrantes. Aquellas gentes nos ayudan ante todo a descubrir y construir un nuevo modelo de economía mundial, sostenibilidad planetaria, de desarrollo auténtico para todas las personas y países. No basado en el lucro y explotación, sino en la solidaridad y colaboración. Es la línea promovida por los Foros Sociales Mundiales. Es el nombre de la paz, como dijo Pablo VI.

Es la propuesta de nuestros obispos en su importante Carta pastoral, una economía al servicio de las personas para "la búsqueda de un bien común global". Es, sin duda, el sentido de la esperanza cristiana, "con sed de justicia" como "modo indispensable de poner en práctica la relación íntima entre el evangelio y los últimos de la sociedad" y que, por tanto, lejos de ser opio de las masas, alienta, estimula y motiva subversivamente al compromiso liberador con los pueblos más desfavorecidos. Es la respuesta desde la justicia a un mundo tan injusto por culpa del impropiamente llamado primer mundo, ya que solamente hay un mundo, una casa común.

Es la toma de conciencia de la nueva opción misionera que, lejos de debilitarse, se fortalece con una profundidad y compromisos renovados. Que nos une en el urgente y apremiante deseo y logro de una paz de todos y para todos, que nace de la justicia con los pueblos más empobrecidos, que afirma el respeto de todos los derechos para vivir con dignidad y ser sujetos de nuestro presente y futuro. Que nos relaciona en una red irrompible de solidaridad, que nos humaniza como hijos e hijas de un Dios Padre/Madre en la casa compartida que es nuestra tierra Ama lur.