LO que está ocurriendo desde hace semanas en el mundo árabe es uno de esos fenómenos que moverán el andamiaje de la historia. Pero al margen de las consecuencias políticas, al margen también de las consecuencias en el mercado energético, lo que sí que podemos asegurar es que Internet ha sido clave para organizar protestas y esparcir el mensaje al mundo entero. Lo que en Occidente sirve a diario a millones de jóvenes para divertirse, en Libia, donde un tercio de la población tiene menos de 15 años y una proporción mucho mayor menos de 25, se ha utilizado para respirar libertad.

Según un estudio del Centro Internacional de Asistencia a los Medios de Comunicación, sólo Facebook tiene más usuarios (17 millones) que las 14 millones de copias de periódicos que se venden en la región. De todos los usuarios de redes sociales, cinco millones están en Egipto y las utilizan para poder seguir las noticias que más les interesan en lugar de dejarse guiar por el criterio de la prensa más oficialista. Sólo en dos semanas los usuarios de Facebook en el país gobernado hasta la fecha por Mubarak han creado 32.000 grupos. Además, según un estudio de Google, en los últimos siete días lo que más se ha buscado en la Red han sido noticias relacionadas con la revuelta en el mundo islámico antes que música o imágenes.

Estos episodios están demostrando que las redes sociales no sólo son capaces de informar a la opinión pública sino también de movilizarla, incrementar la transparencia y hacer tambalear a los regímenes. Los jóvenes de la revolución del 25 de enero, los que hicieron caer al dictador Mubarak, gestaron la hazaña en Internet. Y es que la mayoría de los 160.000 blogueros que existen en Egipto tienen entre 25 y 30 años y el 30% de ellos escribe de política. Por este motivo, algunos gobiernos han acompañado en los últimos años la construcción de nuevas redes con otras medidas para controlar lo que se publica en la Red, poniendo en el punto de mira a periodistas digitales. En Egipto, por ejemplo, hasta el momento existía un departamento de 45 personas encargadas exclusivamente de controlar lo que se publicaba en Facebook. Fue el caso del encarcelamiento del bloguero Andel Kareen durante cuatro años acusado de haber insultado al Islam y difamado contra Mubarak. Sin embargo, pese a esta represión, el número de blogs ha ido creciendo en los últimos años. La resistencia de Gadafi, las dimisiones de los presidentes egipcio y tunecino, las posteriores celebraciones del país se han podido seguir en directo a través de las televisiones, radios y páginas web de los diarios de todo el mundo pero lo más importante también a través de los comentarios, imágenes y vídeos que los protagonistas y espectadores de los acontecimientos han colgado en Twitter, Facebook o Youtube. En las primeras 24 horas después de la dimisión de Mubarak se habían subido 3.470 vídeos referidos a Egipto y 2.740 al líder derrocado. En el caso de Túnez, los primeros días de la revolución, la foto que muchos internautas árabes eligieron para su perfil de Twitter fue la de Mohamed Bouazizi, el joven que se inmoló y que encendió la mecha de las protestas. Semanas después, cuando la plaza de la Liberación de El Cairo se llenó por primera vez de manifestantes, las fotos de Bouazizi fueron sustituidas por banderas.

La tercera parte de la población mundial ya es internauta. Facebook ha conectado a casi 600 millones de personas en todo el mundo. Los mensajes ya no son cosa de las operadoras, sino de Twitter, que procesa 60 millones al día. De Youtube, donde vemos a diario 1.900 millones de vídeos. En el fondo, subyace la idea de que la gente tiene ganas de crear. De comunicar. Las barreras de generación de contenidos se han reducido a la mínima expresión. Y en este punto, el concepto de actualidad puede que esté cambiando desde hace tiempo.

Poco a poco se ha ido estableciendo en las mentes la idea de que la importancia de los acontecimientos es proporcional a su riqueza en imágenes. O, por decirlo de otro modo, un hecho que se puede mostrar es más fuerte, más eminente que el que permanece invisible y cuya importancia es abstracta. Es el nuevo orden social. Las palabras o los textos no valen tanto como las imágenes. Y al concepto de actualidad se le une la transformación del concepto de la veracidad de la información. Ahora un hecho es verdad no porque responda a criterios, rigurosos y verificados en sus fuentes, que también; sino porque además todo el mundo se haga eco de él. Los jóvenes de Egipto, Túnez y Libia han conseguido que si algo pasaba, uno de ellos estaba allí para grabarlo y después contárselo al mundo. Hace un año, también se encontraban ahí pero no eran noticia. Hoy con Internet, las cosas han cambiado.