MÁS de un siglo después de lo que se ha venido luego en denominar la primera ola de la conquista por la mujer de sus derechos a finales del siglo XIX y principios del XX -especialmente entonces a través de la lucha por el sufragio como primer hito del difícil, lento y exasperante a veces pero inexorable camino hacia la igualdad-, entrados ya en la segunda década del siglo XXI, aún no se ha llegado a corregir lo que Simone de Beauvoir definió hace más de 60 años como la imposición de un "producto cultural": "No se nace mujer, se llega a ser mujer" en una sociedad que, también en Euskadi, sigue condicionando el papel social en función del sexo. No es casualidad, por ejemplo, que la incorporación de la mujer al mercado laboral aún sea, en nueve de cada diez casos, a través del sector servicios; que por cada hombre con una ocupación parcial haya cinco mujeres, que sólo uno de cada cuatro contratantes y el 19% de los directivos de empresa sean mujeres o que la diferencia en el reconocimiento salarial a igual categoría y trabajo supere de media los siete mil euros anuales. Y que aún hoy las políticas de conciliación desemboquen en condicionar el horizonte profesional femenino, en lugar de en fomentar la corresponsabilidad. Hoy, la moderna sociedad postindustrial, con crisis o sin ella, reproduce un aggiornamiento de las características con las que Beauvoir definió en 1949 al segundo sexo. Y esto, que se traduce también y todavía en un mayor peligro de exclusión social -la tasa de riesgo de pobreza femenina en Euskadi es cuatro veces superior a la masculina- y en la incuantificable dificultad para erradicar la lacra de la violencia machista, también tiene otras consecuencias que condicionan el desarrollo de la mujer evitando su equiparación total con el hombre desde el mismo periodo formativo, repitiendo lo que ya describiera en aquel Token Learning de Kate Millet en 1967. En Euskadi, pese a que el 55% de las matrículas universitarias pertenecen a mujeres y ese porcentaje se eleva por encima del 65% en el caso de las licenciaturas, sólo suponen un tercio en carreras como arquitectura e ingeniería y no llegan al 40% en el caso de la FP, salvo en ramas directamente relacionadas con el sector servicios. Es decir, el "producto cultural" del que hablaba Beauvoir sigue vigente y exige de todos.
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