LOS numerosos análisis y comentarios que está suscitando esta conmoción social y política en el mundo árabe, sobre todo después de la caída de los dictadores Ben Alí en Túnez y de Mubarak en Egipto, cabe hacerse la pregunta inmediata: ¿se trata de una revolución o de un 1989 árabe con el desplome de las dictaduras y satrapías insoportables? Para el escritor argelino Yasmina Khadra, estos pronunciamientos de la plaza Tharir en El Cairo y de la plaza de La Palma en Bahrein, igual que los de Libia y Marruecos, no son revoluciones sino movimientos con reivindicaciones a los derechos de libertad de expresión y de voto, de asociación y de formación de partidos. En definitiva, salida de las dictaduras y abandono de todo sometimiento a la voluntad del dictador o del monarca con mano férrea.

El mundo árabe, con la efervescencia de una juventud culturalmente más desarrollada y más conectada por los hilos inalámbricos de sus móviles y los SMS, ha empezado a moverse y a manifestarse sin pudor o sin miedo al tirano de turno para reclamar las mismas condiciones y normas políticas y sociales de las que gozan los pueblos desarrollados de Occidente.

Esta revuelta popular no tiene un líder ni patrón y por esas carencias puede caer en manos de islamistas fanáticos o de otro avispado arribista salido de las filas del ejército con voluntad y estilo de libertador. Timothy Garton Ash opina que "éste no es solo un momento de oportunidades sino también de peligros".

Asistimos, entre curiosos y dubitativos, a un clamoroso despertar y a una aurora de posibilidades y esperanzas de cambio en ese mundo árabe hasta hoy bastante apartado de la historia y más aún del desarrollo de los pueblos que han hecho el esfuerzo de alcanzar las metas del bienestar y de la igualdad, de la participación ciudadana en las urnas y de la comunicación de bienes o el reparto más equitativo de la riqueza. No hay duda de que esta gran rebelión de los jóvenes en Egipto, Túnez, Argelia, Libia, Marruecos y hasta en Yemen y Bahrein viene marcada o etiquetada por un ansia impaciente de cambio, de integración en la historia y en las decisiones políticas, en definitiva, por una voluntad de protagonismo en los destinos de su pueblo.

Bien es verdad que, según señalaba Le Monde, a propósito de los 5.000 refugiados árabes llegados en patera a la isla de Lampedusa, procedentes sobre todo de Túnez, "la revolución no ha cambiado nada", sólo quieren que Europa les dé trabajo. Éste parece ser el quid de esta incierta transición, de este paso de este otro Mar Rojo, que los hoy manifestantes de las plazas en las que gritan los mueras y los vivas, los mueras al tirano y los vivas a la libertad, no sepan cómo llegar a la meta de la igualdad de oportunidades y, menos aún, cómo alcanzar los niveles de desarrollo y solidaridad social de los países ricos que ellos admiran y envidian.

La reacción europea ante el nuevo 1989 árabe "puede producir tanto espepticismo como la propia revolución", continúa afirmando Garton Ash. "Ahora bien, si la UE no ofrece una respuesta generosa, imaginativa y estratégica a lo que está sucediendo en la orilla sur del Mediterráneo, será un fracaso cuyas consecuencias pagaremos un día en todas las calles árabes de Europa", insiste el catedrático y comentarista inglés. Y una vez más, habremos dejado pasar una oportunidad histórica para esta gran revuelta popular del mundo árabe.