TODOS podemos volver a empezar. Hemos de permitirnos los unos a los otros esa posibilidad, de lo contrario jamás concebiremos otro mundo, jamás alcanzaremos más elevadas cotas de convivencia. ¿Por qué vetar el derecho de intentar hacerlo mejor? La aventura humana es grande, es dichosa precisamente porque en principio no se nos niega esa oportunidad.
Nadie debería impedir a nadie esa posibilidad. Nadie debería perturbar y dificultar el retorno de nadie. Sobran los flashes cuando un hombre, de vuelta de su pasado, se acerca a tomar la comunión discretamente en una iglesia. Por supuesto, sobra ese flash trasladado a la primera página del segundo periódico estatal. Triste periodismo el que viola tan sagrada intimidad, el que no quiere saber de valores superiores y de sinceros retornos, sólo de flashes y de morbo. Tristes los periodistas que se emplean en tan triste oficio.
Somos suma de aciertos y desaciertos. Todos estamos de vuelta. Todos hemos errado en algún momento, en una medida u otra. Siempre hay un altar abierto, un altar iluminado, siempre es posible abrazar comunión con la vida y su origen. La luz del altar, ya ahí fuera, ya dentro, es desde el preciso instante en que reconocemos el error y pedimos perdón. La maravilla de la vida es ese altar que no cierra ningún día, a ninguna hora. La maravilla de la vida son esos pasos que siempre, siempre, amén de donde hayan andado, pueden volver a tomar una gloriosa dirección. La maravilla de la vida es ese intento que nace en la caída, ese esfuerzo siempre a nuestro alcance de constante superación.
Me llamó el periodista que confeccionaba el desafortunado reportaje sobre José Luis Álvarez Santacristina en el referido periódico. Me afirmó por teléfono que abrigaba buenas intenciones. Faltó a la verdad. Su trabajo publicado hace unos días lo revela. A falta de información cogieron la máquina y quebrantaron el sagrado espacio de un templo. ¿Qué mundo construimos con infra-noticias? El artículo es una feroz persecución de quien tiene todo el derecho a reconstruir discretamente su vida. Muy atrás quedan las letras de negro amenazante que el exdirigente de ETA redactara. Lleva ya muchos años que sólo escribe y sólo sirve a la Vida con mayúsculas, al Dios que halló en un rincón de la celda.
Si los políticos, los media de Madrid constataran las sinceras, las irrefrenables ganas de volver a empezar del pueblo vasco, en su inmensa y aplastante mayoría deseando superar la confrontación, el revanchismo y el odio, Madrid actuaría de otra forma. Abrirían las urnas a todas las ya legítimas opciones políticas. Si supieran del anhelo y el coraje para volver a empezar de muchos encarcelados, abrirían muchos cerrojos. Ya nadie duda de que la principal responsable de nuestro clima perturbado es una ETA que aún se resiste a desaparecer. Dicho eso, no rehuyan sus responsabilidades los políticos y jueces que podrían posibilitar un clima de mayor reconciliación y de reencuentro, de volver a empezar, y se ciñen al acoso y el derribo del radicalismo. Hay una importante responsabilidad en quienes aventan, de forma más o menos consciente, un fuego que se está apagando.
La generosidad que rige la vida es la que debiera regir también a los humanos. ¿Es que tiene algo que hacer entre rejas quien, habiendo errado, ha pedido perdón y desea volver a empezar? ¿Es que tiene algo que hacer en prisión un Otegi que es de los que más ha trabajado para convencer a los suyos de la caducidad de las armas? ¿Es que la petición de un referéndum en el que el pueblo vasco decida libremente sobre su futuro es para unos demócratas una solicitud tan desorbitada, tan descabellada, retirando, como retiraría, el último escollo para la disolución definitiva de ETA?
Firmeza en la batalla y generosidad cuando ésta felizmente se acaba. La lucha del Estado contra ETA en los tiempos de plomo pudo ser legítima, pero a qué viene este aporrear hoy las puertas a altas horas de la noche, cuando la paz se abre con más y más fuerza en el imaginario colectivo de los que ayer creyeron en las armas. Quien esté libre de plomo que vacíe sus bolsillos, plomo de metal o de palabra. Que cada actor en el presente de Euskal Herria comience a ver su propia e intransferible responsabilidad, más que la ajena; que reflexione sobre lo que puede hacer por el reencuentro y la reconciliación, más que lo que puede hacer el otro. Si sólo pensamos que son las otras opciones políticas e ideológicas las que no cumplen, no culminaremos el camino. Las diferentes sensibilidades en nuestro entorno deben madurar lo suficiente para asumir convivencia en plena armonía. Van cediendo los antagonismos del pasado. Nadie dificulte, nadie nos prive de la esperanza de volver a empezar.
Que el conjunto de este pueblo podamos también conquistar nuestro merecido e iluminado altar, podamos asumir nuestra comunión fundamentalmente con quien opina y palpita diferente; comunión con un pasado sufrido, con un futuro prometedor. Nadie entorpezca ese itinerario colectivo, nadie señale con el dedo, nadie dispare flashes inoportunos. El ancestral eco del irrintzi comienza a callar. Se va ahogando en un bosque iluminado, en unos prados libres, en unas avenidas de paz. Ciclos de dolor antiguo pueden culminar en nuestros días.
Toda una historia de mutuos agravios puede ceder en el presente. El anhelo de volver a empezar viene de muchas noches, es más crucial de lo que imaginábamos. El momento es sagrado, la oportunidad es única. Se pide lo mejor de cada uno/a de nosotros/as.