se dice que no hay bien que por mal no venga, y en este caso una polémica menor justifica el recuerdo de una figura que sin saberlo es de todos los que habitamos en Vitoria-Gasteiz. Se trata de Ramón Bajo, cuyo nombre, como el de otros famosos maestros locales, identifica uno de los colegios (un centro de educación primaria) de la ciudad. Tanto él como sus descendientes están ligados a la enseñanza, siendo ya cinco generaciones las que se han dedicado a la docencia en diferentes disciplinas.
Ramón Bajo e Ibáñez fue un ilustre profesor alavés, cuya docencia ayudó a consolidar el sistema educativo actual como base de toda sociedad madura y progresista. Su formación se consolidó en Madrid, perteneciendo a la primera promoción de la incipiente carrera de Ciencias Exactas. Allí coincidió académicamente con el premio Nobel José Echegaray, también matemático, además de ingeniero de caminos, literato y político, despertándose su interés por la formación, la cultura humanista y las nuevas ideas liberales que en aquéllos días cuajaban entre los jóvenes intelectuales.
Durante este periodo de tiempo, el joven Ramón ya había ganado en 1855 el concurso-oposición para cubrir la plaza de Aritmética y Geometría de la Academia de Bellas Artes (posteriormente Escuela de Artes y Oficios) de Vitoria-Gasteiz, aunque parece que por su juventud (ya que tan sólo contaba con 19 años por aquél entonces), le fue otorgada a su competidor. Volvió a hacerlo y esta vez conseguirla en 1870, quince años después y antes de terminar la carrera de Exactas que a plazos y sin prisa finalizó tres años más tarde. Su función docente dentro de esta institución finalizó en 1888 cuando fue nombrado director de la Escuela Normal de Maestros de Pamplona, exportando su experiencia docente a la ciudad vecina. Siempre con el constante interés por elevar el nivel de la formación académica, abriendo un hueco cualitativo y definitivo entre el artista y el artesano.
A su paso, había convivido con otros conocidos ilustres relacionados con la Academia de Vitoria; como los pintores Juan Ángel Saez, Obdulio López de Uralde y Fernando de Amárica, los arquitectos Martín Saracíbar y Pantaleón Iradier, los profesores Emilio Soubrier y Angel Iturralde, o el secretario de la misma Escuela de Bellas Artes Federico Baráibar, dando forma entre todos ellos a lo que sería el más ambicioso y mejor centro educativo de la ciudad en sus tiempos; crisol formativo que todavía intentaba configurar los primeros pasos de lo que más tarde sería el sistema universitario estatal que hasta hace bien poco ha estado vigente.
Entre sus obras destacan Nociones de Aritmética y Álgebra de 1877, que sirvió de libro de texto varias veces premiado, posteriormente actualizado por su hijo Generoso, además de Apuntes de las nociones de Geometría y Nociones de Geometría Castellana. Fue precisamente al conocido Generoso Bajo, también profesor de Aritmética y Geometría en la misma Academia de Bellas Artes y director de la Escuela Normal de Maestros de Vitoria, a quien el Excmo. Ayuntamiento quiso otorgarle el honor de conceder su nombre a una calle. Este profesor vitoriano, amigo y compañero de los pintores Fernando de Amárica e Ignacio Díaz de Olano y del tallista Casto Martínez de Murguía, prefirió que el nombre fuera destinado a un centro de enseñanza, y en vez del suyo, utilizar el de su padre como respeto a su memoria. Así surgió, por acuerdo del Excmo. Ayuntamiento de 28 de enero de 1931, el colegio Ramón Bajo, que fue el primer centro público de Vitoria-Gasteiz, ubicado en el corazón del Casco Histórico, curiosamente junto al primer y segundo edificio de la Academia de Bellas Artes. Desde un principio fue un centro de gran prestigio con un alto número de alumnos y actividades extraescolares, además de muy implicado en la marcha cultural de la ciudad, y en el que estudiaron personalidades conocidas e influyentes de Vitoria.
Sin embargo, la degradación del Casco Antiguo ha ido pareja a la del centro educativo. Este proceso, difícil de atajar, ha causado gran inquietud en el centro, impulsando a sus miembros a actuar en una doble línea. Por un lado, la establecida con buen criterio por sus docentes al instaurar un proceso piloto como el de la comunidad de aprendizaje, y por el otro la aprobada desde el AMPA de cambiar el nombre al centro con el fin de evitar cualquier "connotación negativa". Y aunque esta última no tenga nada que ver con "la persona a quien hace mención", no por ello deja de causarnos cierta decepción.
Porque cambiar de nombre a los problemas no los soluciona, tan sólo los enmascara. Sólo el trabajo valiente y la educación (nunca más pertinente), basada en una enseñanza plural, abierta y de calidad, puede regenerar a la larga y definitivamente esta situación. Porque no se trata de olvidar y pasar página, sino de recordar el esfuerzo y la ilusión que la gente citada dedicó en su día con el fin de mejorar desde un punto de partida inicialmente peor, tal y como ocurre hoy día, y nos corresponde hacer a todos.
Por último, también se dice que una comunidad, ciudad, pueblo o como queramos llamarnos, que no recuerda con respeto y orgullo a sus antepasados no merece mirar con ilusión y esperanza al futuro; y si bien siempre habrá quien ponga en duda la pertinencia de lo primero, creemos que respecto de lo segundo estamos todos de acuerdo en que nos hallamos bastante necesitados.