Como en aquellos buenos tiempos de la radio en los que Groucho y Chico Marx asediaban al público con sus razonamientos absurdos, las sugerencias más extravagantes regresan para llenar nuestro tiempo libre. Hace poco escuché una entrevista a la directora de una importante escuela de negocios europea; increíble.

No habían pasado ni dos minutos de conversación cuando la invitada dijo que eran ellos, los de los negocios, quienes estaban recuperando viejos valores. Lo más natural del mundo es que este tipo de academias hubiesen cerrado por vergüenza tras haber hundido una sociedad próspera en apenas una década. Empezaron por darnos consejos sobre qué hacer con nuestro dinero, y ahora que ya no tenemos, vuelven para dirigir nuestras vidas. ¿Alguien ve algo de autocrítica? En absoluto, dos países intervenidos en virtud de su sabia filosofía y ellos tan contentos.

Después de este primer disparate quiso redondear más la faena hinchando pecho sobre la solvencia nacional. Puso de ejemplo a grandes bancos, a escuelas como la suya, a deportistas de élite,? Yo esperaba que dijese algo de los millones de personas que tienen que poner su despertador a horas inverosímiles para ir a trabajar, pero se olvidó. ¿Serán éstos los culpables? Seguro, pues recordé que minutos antes había hablado de la cultura del esfuerzo y la austeridad en un tono que recordaba a Díaz Ferrán y su trabajar más y cobrar menos.

No pueden pretender dar lecciones las mismas personas que nos han provocado un colapso económico como no se había visto en 80 años, además de la precariedad de millares de familias. Los valores no son como el chicle, y no están para procurarle eterno beneficio a una minoría. Los valores son para siempre, no coyunturales. Si quieren cultura del esfuerzo, que empiecen por recompensar nuestro trabajo con algo más que una hipoteca.