AL margen de la polémica entre el Gobierno de Venezuela y el Estado español sobre el asunto de activistas de ETA, vale recordar el nexo histórico que nos une a ese país. Hay momentos esenciales.
En el siglo XVI, el aventurero guipuzcoano Lope de Agirre, denominado El Tirano, en una hazaña que comparte con el navarro Pedro de Ursua, llega a la isla de Margarita, la toma, avanza a Puerto Cabello y se llega, en rebelión, a Barquisimeto, donde las tropas del rey lo logran acorralar y matar. Aparte de su locura y atrocidades, es el autor de una carta magistral de rebeldía al rey de España que Simón Bolívar, siglos después, llamaría la primera Carta de Independencia Americana.
En el siglo XVIII los guipuzcoanos montan una compañía comercial de monopolio de azúcar y cacao, en la entonces provincia más pobre del imperio español. Controlando el contrabando y enfrentándose a la aristocracia criolla, los vascos levantan un emporio económico que logra un rearme de la economía venezolana, impulsando la proclamación independentista en el siglo XIX. De su paso queda la Virgen de Begoña en Naguanagua, objeto de veneración popular. Y algunos sonoros apellidos vascos. En el siglo XX, como en el Día del Descubrimiento y el de la inauguración de la compañía guipuzcoana de Caracas, tres barcos amarran en La Guaira, con centenares de vascos. Son recibidos, una excepción, por personalidades del Instituto de Inmigración que dirigía el intelectual y político Arturo Uslar Pietri, haciendo caso omiso a la propaganda de la Embajada de España de que eran rojos y separatistas, y sí a los datos del Gobierno Vasco en el exilio y a la Liga Internacional de Amigos de los Vascos, que promueven la emigración a Venezuela, así como a Argentina y Uruguay.
Los vascos quedan deslumbrados ante la radiante luz tropical, temerosos ante el farallón montañoso de dos mil metros que separa el puerto de la capital, a la que se ascendía entonces por el tortuoso camino de los conquistadores. El txistu de Julián Atxurra les animó en el viaje de inmersión en el país. Como anécdota, diré que Atxurra tocaba su txistu en su vivienda de Sabana Grande, cercano al colegio donde yo estudiaba, a las 12.00 a.m. y se suspendían las clases para escucharle el concierto de 5 minutos que el vasco tocaba a modo de Ángelus.
Rehicieron sus vidas truncadas sin esperar un minuto a descalzarse los zapatos rotos por el trajín del destierro. Una de sus primeras empresas fue Pesquerías Vascas del Caribe -inmensas eran las costas y rico el mar en peces-, pero fue la construcción, derivada del crecimiento de las ciudades, principalmente Caracas, debido al auge que proporciona el chorro petrolero, lo que beneficia económicamente a la comunidad. En 1950, a los 10 años de su asentamiento, compran un cerro en la zona de El Paraíso, y construyen el Centro Vasco/Eusko Etxea de Caracas, cuya arquitectura refleja la de un caserío vasco. Tal como fueron construidas las aduanas de Caracas y Puerto Cabello por los vascos del siglo XVIII y que aún están en pie.
La comunidad no causó problemas sociales ni económicos, "no hay vasco preso" afirmaban las autoridades venezolanas. A los actos culturales del centro acudían presidentes y ministros, que gustaban también asistir a los campeonatos de pelota de su frontón. Creada la Asociación Pro Venezuela -trataba de flexibilizar las relaciones entre los grupos extranjeros que habían irrumpido en el país-, las dantzas vascas, protagonizadas por jóvenes del centro, ganadores constantes, fueron declaradas fuera de concurso. Gustaba especialmente la Zuletina, que comparaban con una danza de Margarita, el Pájaro Guarandol.
Tal era el comportamiento de los vascos que, en 1964, en plena guerra fría, con asentamientos guerrilleros en montañas y ciudades de Venezuela, se instala Radio Euzkadi, una emisora clandestina, en una zona próxima a Caracas, y es el Gobierno venezolano el que asiste a los vascos, pese a las reiteradas denuncias de la Embajada de España. Fuimos comprendidos y apoyados, pero también tratamos de ser ciudadanos de bien de un país generoso que nos proporcionó trabajo, educación y una nacionalidad cuando el único papel que avalaba la nacionalidad de los expatriados era el del Gobierno de Euzkadi. A cuanto vasco arribaba a Venezuela, los ya instalados le conseguían trabajo, facilitando la inserción y avalando su conducta ante un gobierno desbordado en su gestión, por una potente inmigración en la década de los 50-60, una novel estructuración democrática, una economía fulgurante, una reforma educativa de calado, que implicaban cambios severos en la vida y costumbres de los venezolanos. Mucho se escuchó por entonces el refrán llanero: "el que no tiene que dar no puede llegar pidiendo".
Hijos y nietos de aquellos vascos, que sin llegar pidiendo labraron su futuro trabajando, viven respetablemente hoy en Venezuela. Y quienes nos fuimos la añoramos y sufrimos el dolor de no verla tal como la soñamos entonces. Tal como trabajamos la Tierra de Gracia en aquel tiempo de gracia.