LA Semana Europea de la Movilidad Sostenible finalizó el pasado miércoles en Vitoria con la ya tradicional celebración del día La ciudad sin mi coche, una cita anual que se extiende por diversas ciudades del viejo continente pero que en la capital alavesa tiene en esta ocasión una importancia especial: la candidatura de Gasteiz a ser la ciudad verde europea. Los datos avalan las posibilidades de Vitoria de alzarse con el reconocimiento: un aumento del 40% en el uso del transporte público desde 2008 (es decir, que los cifras incluyen el éxito que ha cosechado el tranvía entre los ciudadanos), un impulso al uso de la bicicleta y la reordenación y mejora de los carriles bici por la ciudad (uniendo barrios y aprovechando la singularidad y el atractivo del anillo verde). Sin embargo, la realidad es tozuda, tanto como la costumbre que tienen los vitorianos de desplazarse en su propio vehículo por la ciudad: de hecho, nada hacía indicar que el día señalado se correspondía con la celebración de La ciudad sin mi coche. Es cierto que en esta edición las instituciones autonómicas y municipales han realizado un esfuerzo económico menor a la hora de dar a conocer la iniciativa entre los ciudadanos, dada la actual coyuntura de crisis en la que prima el ahorro por encima de otras consideraciones; pero cabe preguntarse qué habría ocurrido de haberse realizado dicha inversión, de haber conseguido que cada vitoriano supiera de verdad que vivía el punto final a la Semana Europea de la Movilidad Sostenibe: en poco se habría alejado de un día normal de septiembre. El objetivo de convertir Vitoria en una ciudad más habitable no se logra con acciones puntuales, sino con una política sostenida y decidida que no esté al vaivén de los cambios electorales, un plan a largo plazo en el que deben involucrarse todos los grupos políticos municipales. Y para ello, guste más o menos, hay que comprender que en Vitoria existe un coche por cada dos habitantes (uno por cada gasteiztarra en el Ensanche) y que queda camino por recorrer hasta que arraigue de verdad el uso del transporte público, tanto del tranvía como del autobús. Por tanto, al mismo tiempo que se amplían las líneas del metro ligero atendiendo a las necesidades de los usuarios y se sigue potenciando el uso de la bicicleta, hay que encontrar la manera menos lesiva de entorpecer el uso del vehículo privado.