NO se me ocurre otro momento del año en que se derroche más dinero que la vuelta al colegio. Millones de euros se malgastan en cosas que no son necesarias: bolígrafos nuevos, pinturas nuevas, rotuladores nuevos, estuches nuevos, ropa nueva, mochila nueva y... sí, no me olvido: libros nuevos y, por tanto, forros nuevos. Los progenitores pueden pelear con sus hijos sobre la primera serie, y algunos hasta saldrán victoriosos; con ese triunfo, lápices, pinturas y bolígrafos del año pasado sobrevivirán al olvido porque, en realidad, siguen funcionando: colorean y escriben como el primer día. Pero respecto a los libros de texto, poco se puede hacer: hay que comprarlos sí o sí, y cuestan un pastón. Menos mal que nuestra generosa institución foral, a quien le duele el hecho de que haya que desembolsar tanto dinero en la formación de los chavales, regala a las familias alavesas unos cuantos euros por cada alumno, y digo regalo porque regalo es: ni importa la renta ni tampoco se comprueba el desembolso realizado (cabe a veces heredar libros, pero si son del año pasado, no más), con lo que habrá quien reciba más dinero de la Diputación que el que ha pagado por los libros. Y puestos a derrochar, qué mejor que terminar con el forrado de esos manuales, labor en la que se utilizan sobre todo tubos de plástico enrollado cuyo tamaño no se ha coordinado con el de la mayoría de los libros. Resultado: un desperdicio de plástico (¡y que viva la sostenibilidad!) y más dinero tirado a la basura. Supongo que alguien se hace más millonario cada septiembre.
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