falerina atrajo a su jardín a exóticos guerreros y buscó seducirles, aunque al no conseguirlo desplegó sus hechizos sobre ellos y los convirtió en hermosas estatuas de su edén. En esta interpretación más o menos libre de El jardín de Falerina de Calderón, el mundo de la fría realidad -en este caso, la apatía o el desacierto de gestores políticos y culturales o la falta de incentivo suficiente para el negocio hostelero- resulta injusto con el mundo de los sueños que representa el vergel de la hechicera. Su jardín bien pudiera ser un enclave mágico en plena colina de un Casco Viejo que la ciudad quiere que sea emergente y colorido, aunque las contigencias mundanas parecen haberle condenado este verano a marchitarse. El jardín de Falerina ha sido, a la sombra de los muros -a veces fríos- de Montehermoso, un seductor rincón para la tertulia, para tomar distancia del mundanal ruido, para la reflexión o para la evasión por el que durante un tiempo pasaron numerosos artistas locales y han sonado desde Tony Manero hasta la Fanfarre Pètard, pasando por la Gasteiz Big Band. Un lugar que encierra un encanto que, sin embargo, no ha logrado de terminar de seducir a los guerreros de la gestión y de la política cultural municipal. Maite Berrocal todavía anda buscando al pretendiente que esté a la altura de Falerina, pero la concejala de Cultura y Xabier Arakis, director de Montehermoso, más parecen unos desorientados Marfisa y Lisidante que una inspiración para el jardín de la mitológica maga.
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