SI algo justificaba la existencia democrática de los llamados mercados financieros es que proporcionaban financiación a las empresas con el fin de crear actividad económica capaz de generar puestos de trabajo. Existían -existen- una serie de mecanismos de control como en cualquier otra actividad pero que, en este caso, han fallado estrepitosamente. Ha sido demasiado tarde cuando todos hemos visto, en forma de crisis mundial como corresponde a una globalización financiera, que los Mercados son los que realmente mandan sobre la política y la economía real.
Las llamadas de unos pocos al consumo responsable y solidario se quedaba relegada por unas economías (Unión Europea, Estados Unidos y los países emergentes, como China o India) con un crecimiento continuado del PIB, y en el caso europeo, con el paro estabilizado en unos índices tolerables. Incluso algunos Estados mostraban superávit en sus cuentas públicas. Pero la economía real no iba de la mano de la especulación financiera.
La espectacular explosión de la burbuja financiera ha recordado a la crisis de 1929, que tantas ruinas ocasionó en Estados Unidos. Afortunadamente, entonces no vivían en la globalización financiera y entonces, la repercusión económica mundial fue menor. Pero ahora, muchas grandes corporaciones han tenido que ser rescatadas para que la economía no se desplomase hasta la bancarrota. Los Estados han tenido que salir al rescate a base de prestarles miles de millones de euros y dólares sin la lógica capitalista de hacerlo con la seguridad de que iban a ser devueltos. Se ha fomentado el consumo con estímulos fiscales, pero la crisis es lo que tiene, que a menos dinero, menos consumo; es decir, menos impuestos y más paro. Los subsidios se incrementan y las partidas de gasto social se ponen en entredicho.
El déficit público se dispara de forma alarmante, hasta sobrepasar el 10% del Producto Interior Bruto de algunos Estados. Este indicador económico refleja la producción total de la actividad económica o riqueza de cada país; es decir, la suma de todo lo que se consume, los ingresos, el gasto público, las exportaciones y las importaciones. Y un déficit en torno al 10 o el 12% de todo esto, en Gran Bretaña, por ejemplo, es una barbaridad.
¿Qué hacer para financiar este déficit? Pues no se les ha ocurrido mejor cosa que llamar a esos mercados financieros causantes de la crisis y a los bancos rescatados con dinero público para solicitar préstamos en forma de emisión de deuda pública, y mantener así los servicios sociales (paro, pensiones?), sanitarios, educativos, las infraestructuras, etc., etc. Pero, a diferencia de los Estados cuando rescataron a las entidades financieras con graves problemas por su mala cabeza y codicia, ahora los mercados financieros entienden que es muy arriesgado prestar dinero a unos Estados con semejantes déficits porque el riesgo de que crezca su deuda es muy grande; y deciden encarecer los intereses del préstamo. Así es como la deuda de algunos países se ha disparado ocasionando la crisis de muchos y el lucro de los mismos de siempre.
La solución de emitir deuda pública se ha convertido en una trampa: a más déficit, más intereses, es decir, más ganancia para aquellos grandes emporios que fueron rescatados para que no se derrumbase el Sistema. Toda generalización acarrea injusticia pero los inversores que compraban esa deuda se están enriqueciendo a costa de sus salvadores.
Si a esto le añadimos las operaciones a corto plazo en las que un inversor mueve durante unos días acciones a cambio de una pequeña prima. Las vende a veinte y luego se encuentra que los problemas de esa empresa han bajado el valor de la acción, por lo cual puede recomprarlas a dieciséis ganando cuatro sin crear valor ni puestos de trabajo. Estas operaciones al descubierto se han realizado también con deuda pública empobreciendo a los Estados. El caso de Grecia es el más sangrante de todos.
El siguiente paso ha sido tomar la decisión de reducir la deuda pública a base de recortar el gasto público para aplacar la codicia de los mercados financieros y convencerles de que su deuda no es de tanto riesgo. El Mercado especulativo que provocó el déficit y la crisis con las desastrosas consecuencias económicas que está teniendo, y que ha obligado a cercenar partidas sociales fomentando la privatización de las pensiones, son los que mandan en las decisiones políticas. El caso de la presidencia de Zapatero en la UE ha sido esclarecedor.
Por eso, algunos han resucitado otras iniciativas, como la tasa Tobin, tendentes a cambiar las cosas: en lugar de financiar a los que nos estrangulan, estudiar la financiación de la crisis mediante impuestos a las transacciones financieras. A la vez que se acometa una profunda reforma del Mercado y de los mecanismos de control y responsabilidad de estos entes, junto a una reforma fiscal orientada a un modelo de desarrollo más justo y solidario. Porque ni siquiera saben hacia dónde deberían ir sus intereses: mientras unos (EEUU) abogan por el crecimiento indiscriminado, otros (Unión Europea) están emperrados en atajar el déficit con la misma soga de quienes lo provocaron.
Incluso sin romper este Sistema tan injusto, es posible una reforma de calado que evitaría nuevos capítulos de una crónica como la que estamos viviendo, si aún queda algún dirigente militando en la socialdemocracia y cristianos que se acuerden tanto del Séptimo mandamiento (no robarás) como del Décimo (no codiciarás los bienes ajenos). El peligro está en lo que Hélder Cámara resumió tan lúcidamente: "Si doy de comer a los pobres, me llaman santo; pero si pregunto por qué no tienen para comer, me llaman comunista".