LA nueva campaña veraniega de culpabilización colectiva diseñada por la DGT, a todas luces no por Timofónica, ahora conocida como Timostar, que presenta a familiares recibiendo por sorpresa llamadas telefónicas para informarles de una fatalidad, termina sus anuncios con una afirmación y una pregunta ¡Todos sabemos evitar un accidente! ¿Por qué no lo hacemos?

Sobre la afirmación debo discutir que los accidentes puedan evitarse, si con la voz accidente nos referimos al suceso extraordinario de carácter involuntario del cual se sigue un daño. A lo sumo, pueden reducirse las situaciones de riesgo en los que estos aparecen. Pero si un accidente, es verdaderamente un accidente, la posibilidad de evitarlos por parte del usuario medio de los utilitarios es tan nula como la capacidad de un presupuesto que contemple un capítulo para imprevistos. Si se desea evitar los accidentes de tráfico, se han de abordar cuanto antes tres elementos que concurren mayoritariamente como fuente de ellos, dejando a un lado el climatológico, cuales son el factor humano, las características de la máquina, y las condiciones de la pista.

Dado que para los conductores se puede seguir un perjuicio directo, ya sólo por el instinto de supervivencia, se supone que pondrán todo de su parte para evitar circunstancias que multipliquen el riesgo de sufrir accidentes, como por ejemplo, no ingerir alcohol antes de la conducción, colocarse el cinturón de seguridad, realizar los debidos descansos en los trayectos largos, etc. Entonces ¿qué sucede? La realidad humana es más compleja que la lógica matemática. Aparte del mencionado instinto de supervivencia, se dan otros factores en nuestro comportamiento como la incidencia de la rutina, nuestro temperamento, los despistes, el exceso de confianza, la distracción, el cansancio, las prisas, el aburrimiento, la impaciencia, las preocupaciones, y tantas otras cosas que parece mentira que se permita conducir a la mayor parte de la población. ¿Por qué lo hacen? Evidentemente no por nuestra seguridad, sino por volumen de negocio de la industria automovilística y petrolera, impuestos de por medio. La primera medida que debería tomarse si se desea velar por nuestra seguridad vial, sería regular con mayor exigencia la concesión de permisos de conducir otorgándoselo solo a personas de probada responsabilidad y vida sana. Pero de poco serviría que los conductores fueran responsables, si confiando en el buen hacer de los expertos gubernamentales y en la empresa dónde han adquirido el utilitario, van a 120 km/h en un ataúd de hojalata rodante. La estadística nos dice que de tal número de desplazamientos debe seguirse tal índice de accidentes, y en consecuencia, si las máquinas que se permiten fabricar, vender y circular son una invitación directa al homicidio en manos irresponsables, en manos seguras, educadas, entrenadas, sanas y responsables, lo son a jugársela en la ruleta rusa. ¿Por qué lo hacen? Por qué va a ser?¡Por negocio! La escoria social debe viajar en escoria rodante, que aunque se venda a precio de escoria, adecuados a los sueldos de escoria, dejan beneficios sustanciosos tanto de su compra directa, como derivados de su uso frecuente. Una segunda medida entonces a tomar sería cuando menos empezar a publicar el número de muertos en carretera asociado al modelo de vehículo y marca en el que iba el infeliz finado. Eso sí que sería informar al consumidor. Auque lo justo sería prohibir su existencia a todo vehículo que no demuestre fehacientemente mantener vivo y sano al conductor que sufra un accidente yendo a la máxima velocidad permitida en nuestro país, actualmente a 120 km/h.

Por último, aun contando con conductores responsables en vehículos seguros, todavía quedaría mejorar mucho nuestra red vial para evitar los accidentes ¿Por qué no se hace? Aun a riego de parecer reiterativo, la verdad es que es por negocio. Si nuestras carreteras fueran seguras, la contratación de seguros se vería alarmantemente reducida.

Y ahora, que somos plenamente conscientes de que ¡Todos! Incluida la DGT, sabemos cómo evitar los accidentes?¿Por qué no lo hacen? Para responder esta vez, acudiré a la aristotélica diferencia entre esencia y accidente: digamos que la esencia de las sucesivas campañas que dicen concienciarnos, consisten en convencernos de que la culpa de lo que nos pase, es nuestra, sólo nuestra y nada más que nuestra, para evitar demandas millonarias como le sucede a la industria del tabaco. El accidente, sería nuestra seguridad, fruto de dicha campaña.

Nicola Lococo

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