El Consejo de Seguridad de la ONU volvió a ser víctima el pasado martes de sus propias carencias como organismo destinado a velar por la paz y seguridad mundiales y ratificó la incapacidad de Naciones Unidas para sustraerse a las presiones e intereses de las potencias, que ya se había hecho evidente durante las grandes crisis bélicas y humanitarias de los últimos quince años: desde la guerra del Congo y el genocidio de Ruanda a la crisis de Darfur, y desde las guerras de los Balcanes a la invasión israelí de la Franja de Gaza, pasando por su vergonzante impotencia ante la invasión de Irak por Estados Unidos tras hacer caso omiso el Gobierno Bush a las prevenciones de la propia ONU, reconvertida de fuerza desactivadora de conflictos a mera gestora de milicias de interposición y administradora de la ayuda internacional tras la conclusión de éstos. Sólo una degeneración como la experimentada por el órgano de gobierno global que se fundó en San Francisco al término de la Segunda Guerra Mundial explica que los quince miembros del Consejo fuesen incapaces de acordar una resolución respecto al mortal ataque israelí a la Flotilla de la Libertad que se dirigía a Gaza con ayuda humanitaria. Y que tras casi trece horas de reunión únicamente aprobaran una declaración presidencial, de rango inferior a la resolución, que incluye la paradoja de condenar los hechos mientras evita siquiera reprobar a quien los produjo contraviniendo la legalidad internacional y obviando el mínimo respeto a los derechos fundamentales, los dos ejes básicos de la Carta de las Naciones Unidas, que Israel firmó en 1949, sólo un año después de declarar su independencia, con lo que el Estado hebreo podría ser hasta expulsado de la ONU en virtud del artículo 6 del capítulo 2 de la propia Carta por haber "violado reiteradamente los principios contenidos" en la misma. Y sólo la debilidad de Naciones Unidas, el hecho de que su condición de garante internacional haya quedado desvirtuado, y la negativa de EEUU a condenar la acción y exigir sanciones por la misma, explican que Israel, por boca de su ministro de Exteriores, el ultra Avigdor Lieberman, se atreviera además a calificar la resolución de "inaceptable".
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