de película chunga y, si me apuran, de porno duro. Lo de la cárcel de Meco huele a corrupción rastrera, a un abuso de poder de lo más indignante y alienante. Violación de mujeres o, lo que es lo mismo, favores a cambio de sexo por parte de los funcionarios a las presas. No hace ni un año tuvimos algo parecido en Nanclares, ¿se acuerdan? Cuando escribo esto ya ha caído la cúpula de la prisión madrileña, o sea, el director José Luis Cuevas, el subdirector y el administrador del centro en el que están internadas 558 mujeres. Hay bastantes funcionarios investigados... y algunos piensan que sólo estamos ante la punta del iceberg de lo que ocurre en las cárceles, donde los presos tienen muy difícil denunciar, primero porque nadie les cree -que para algo son ellos los malos- y, seamos sinceros, porque al resto de la sociedad poco o nada le importa lo que ocurre intramuros. La cosa es más grave de lo que parece, aparte del escándalo sexual. La garantía de los derechos es un pilar básico para que nos sigamos creyendo civilizados. Y más aún en el caso de los más desfavorecidos, y en este grupo entran los presos independientemente del delito que hayan cometido. Puede parecer chocante que nuestro sistema dependa de cómo se trate a los delincuentes, pero eso es precisamente lo que diferencia a unas sociedades de otras. Cuando más exquisitos deberían ser los buenos, aunque sólo sea para demostrar quién tiene razón, resulta que los centros presuntamente destinados a la rehabilitación de personas se transforman en puticlubs. Y sustentados con dinero público, además.
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