En el metro, al volante, en el sofá; sola o acompañada, de repente, me asalta: "Esto lo arreglamos entre todos". Entonces, uno de esos aviesos diablos interiores me susurra al oído: "Esto no hay quien lo arregle". Y así he pasado varios días saltando de un lema a otro, enmarañada entre lo positivo y lo negativo, hasta que al pararme me he dado cuenta de que ambos son los dos extremos de un mismo camino, de un mismo recorrido: el del remiendo, el del arreglo, el de la rehabilitación. No quiero invertir más esfuerzos en una estructura carcomida y en ruina funcional, prefiero esperar a que el edificio se caiga solo y mientras tanto, prepararme para construir uno nuevo cuando llegue la oportunidad.