Decir la verdad siempre ayuda, pero en tiempos de crisis es una necesidad. Durante muchísimos años los no fumadores han estado totalmente desprotegidos frente a nosotros y sometidos a nuestra tiranía. Si te apetecía sacabas y encendías, sin preocuparte de dónde estabas ni con quién. Terrible injusticia la que han padecido. Y como es de justicia, hay que reconocer y agradecer el ejemplar comportamiento que han tenido hacia nosotros.
La reforma de la Ley Antitabaco supone un ataque a la libertad de todos. A partir de ahora será el Gobierno quien dicte nuestros hábitos y decida por nosotros. Quien piense que el Gobierno se preocupa por nuestra salud es un ingenuo y no sabe nada de política. Al Gobierno lo único que le preocupa es el dinero que le costamos. Los fumadores hicimos que el Gobierno, y a costa de nuestra salud, se embolsara cerca de 11.000 millones de euros en sus maltrechas arcas. Y éste es el verdadero problema; al Gobierno le interesa asegurarse una población estable de fumadores, y para disimular su pecado de enriquecerse de tan vil manera pretende hacernos creer que lucha contra el tabaquismo mediante esta reforma. Lo peor de esta reforma es que a la única conclusión lógica a la que se puede llegar es que al Gobierno no le parece suficiente lo que estamos padeciendo y nos quiere hacer pasar las de Caín. Si de verdad se quisiera luchar contra el tabaquismo se tomarían otras medidas.
Para reducir supuestos gastos este Gobierno, y sin despeinarse, es capaz de robar a un tercio de la población el derecho fundamental sobre el que se asienta toda democracia. El derecho a elegir.
Permitir la aprobación de esta reforma no es una cuestión de si se puede fumar o no. Es una cuestión de si vamos a permitir que el Gobierno controle nuestra vida. La historia nos ha enseñado lo que pasa siempre con los regímenes que se preocupan en exceso del bienestar de su población.
El picaporte de la puerta del infierno se ha levantado, de nosotros depende que pegue en la puerta o no.