a los líderes de cualquier actividad se les acusa fácilmente de demagogia cuando los demás pensamos que han dicho verdades como puños. El diccionario dice de la demagogia que es "el halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política". Se podría decir que el demagogo excita las pasiones del pueblo con ideas simples y, así, lo convierte en instrumento de sus intenciones políticas particulares. El demagogo es un manipulador del pueblo, decimos. Nadie se ha librado de ser tachado alguna vez de demagogo. Y no pocas veces con razón. La dificultad está en distinguir. En esto, como en todo, hay clases. Como las hay al robar, al mentir, al defraudar, y también al amar, cantar y pintar. Ahí está el quid de la cuestión, en diferenciar y evitar que todo caiga en la cazuela y se mezcle de negro con la tinta del calamar. Hay clases en todo.

Zapatero era tachado de demagogo porque dijo que los mercados de dinero antes pidieron auxilio de los Estados cuando se hundían y ahora examinan con lupa a los Estados para negarles el crédito. Le reprochan que esto no se puede decir y que un presidente de Gobierno no puede ir a la City financiera de Londres y soltar esta andanada. Pero pregunto, ¿es verdad o mentira? ¿lo es en todo o en parte y en qué parte sí o no? Ustedes esperarían estas preguntas en las tertulias radiofónicas entre economistas de prestigio. Pues no esperen esto. Simplemente no se pude decir, porque los mercados financieros se enfadan y desconfían de ese presidente. Entonces hablemos del poder en la sociedad democrática. ¿Quién lo tiene? Me pregunto -con demagogia, dirán algunos- si de los temas económicos se puede hablar honestamente sólo partiendo de cuánto abuso de poder tienen que consentir los pueblos antes de hartarse. Es decir, hay que tragar carros y carretas como algo normal y también de buena educación y sólo después es posible preguntar por si eso que pasa es justo o injusto.

Por Dios -me dirán los críticos-, qué es eso de la justicia, ¿está anclado usted en el socialismo soviético? En una democracia no hay más justicia que el derecho vigente. Y no hay más derecho -les digo- que el razonable para vuestros intereses; y está vigente mientras no sobrevenga una situación extrema... para ellos, claro. Y el que lo entiende puede gobernar democráticamente a partir de ese supuesto; y el que no lo entiende es un izquierdista trasnochado, un ignorante o un cristiano de la liberación si todavía anda con lo de Jesús y los pobres; un peligro para el país, si está gobernando.

Desde luego los resultados de la gestión económica de Zapatero son malos. No todos se deben a su gestión. Cualquier mente honesta sabe a estas alturas cuál es la suma de causas que explican la crisis y el modo de abordarla. Ahora bien, el que gobierna asume responsabilidades propias, por sus errores, y también las debidas a causas más objetivas. Es así. El que gobierna se responsabiliza de todo. La gente dirá lo que quiere y a quién quiere para seguir adelante contra la crisis. O lo que le dejen.

Pero la justicia social y la denuncia de la injusticia no pueden ser tratadas como demagogia. Y menos por quienes desde tertulias y cargos se niegan a explicarnos por qué el poder económico y financiero no puede ser criticado.

No teman la demagogia contra los capitales acumulados sin cuento, con leyes muy condicionadas por su poder y respetando el juego democrático hasta donde no se vean demasiado cuestionados.

No crean a los demagogos, pero menos al dinero acumulado y poseído sin más límite que la libertad. O sea, su libertad. La del zorro libre en el gallinero.

HACE unos pocos días, desde las páginas de un diario conservador, se hablaba de lo que dentro del panorama político español puede constituir un tabú o ser considerado algo políticamente incorrecto. De modo y manera que el diario madrileño elaboró un decálogo de lo que a su parecer son espinosos asuntos, tales como éstos: 1) energía nuclear; 2) cadena perpetua; 3) reforma laboral; 4) pensiones; 5) cambio climático; 6) la paridad; 7) la guerra de Afganistán para el PSOE; la de Irak para el PP; 8) el aborto; 9) el agua y 10) el Estado de las autonomías y los nacionalismos.

Sobre este último punto -en el que se incide para aseverar que está prohibido criticar el sistema territorial- en lo que a Euskadi hace referencia y desde que el PSE llegó al poder a lomos de sus socios preferentes del PP, se ha dado una clara involución en lo que respecta a la autonomía vasca.

Más me preocupa llegar hasta el fondo de la cuestión: ¿por qué de esos barros tenemos estos lodos? La causa está más que clara principalmente por dos motivos: por la Ley de Partidos -que ha posibilitado el conculcamiento del derecho a voto de una parte importante de ciudadanía vasca que lo hacía en clave nacionalista- y la injusta Ley Electoral Vasca, en base a la cual el voto de un alavés vale el doble que el de un guipuzcoano y el cuádruple que el de un vizcaíno. El menos nacionalista de los tres herrialdes que conforman la CAV es el que marca tendencia y condiciona la composición de la Cámara vasca.

Es por eso que somos muchos los que creemos que ha llegado ya la hora de abrir el melón de la poco paritaria Ley Electoral Vasca. Sin embargo, para los mayores beneficiados -PSE y PP- los tiros van por otro lado.

Y es que por obra y gracia de una propuesta del PP, se pretende restablecer el umbral mínimo de votos para que un partido obtenga representación en el Parlamento Vasco en el 5% (frente al 3% al que se rebajó ante las elecciones autonómicas de 2001). En buena lógica, los partidos minoritarios Aralar, EA, EB, UPyD, Hamaikabat o Alternatiba han puesto el grito en el cielo y han tachado de "atentado contra la pluralidad política que busca quitar de en medio a incómodas minorías que disienten" la iniciativa del PP del País Vasco.

Lo curioso del caso es que la propuesta popular no beneficia al propio partido conservador, sino que lo hace al PSE en mayor medida, que aumentaría dos escaños en la Cámara de Vitoria-Gasteiz (en tanto en cuanto los populares no lograrían beneficio alguno: seguirían en las mismas).

Con lo que queda demostrado que el socio preferente de Patxi López es el partido de los palanganeros y por mucho que algunos tilden de tonto útil al Partido Nacionalista Vasco, el partido jeltzale arranca cosas de Madrid. Ya lo decía la fábula de Samaniego, paisano de Alfonso Alonso, autor del referido descalificativo hacia el PNV: En una alforja al hombro llevo los vicios; los ajenos delante, detrás los míos. Esto hacen todos: así ven los ajenos, mas no los propios.