COMO todas las herramientas, el uso correcto o incorrecto de Internet depende de las manos en las que caiga. La Red abre un abanico casi infinito de posibilidades, desde el libre acceso a la información hasta el entretenimiento o el trabajo, que ofrecen también nuevas vías de interrelación y comunicación. Al mismo tiempo, por esa puerta se han filtrado comportamientos nocivos que han encendido la alarma sobre la necesidad de extremar el control y la vigilancia. Pero son éstos dos conceptos que casan mal con un espacio donde corre información de fuentes no oficiales, donde encuentran un cauce de expresión quienes no pueden asomarse a los medios de comunicación reglados; un instrumento que permite conectarse al mundo desde cualquier rincón, y que ha reducido a la expresión más doméstica la idea de la aldea global que acuñara hace años McLuhan. Sin embargo, la aparición de nuevos riesgos para la protección del espacio privado o personal, o incluso delitos vinculados a la mala utilización de la Red han empujado tanto a promover medidas de seguridad específicas como a intensificar las campañas de información para detectar engaños y no ser víctima de los desaprensivos. La Agencia Vasca de Protección de Datos ha puesto especial énfasis en la protección de los menores ante estos riesgos. Más de la mitad de los menores alaveses navega por Internet sin precaución y son ahora mismo las víctimas más accesibles. La proliferación de las redes sociales y el impulso que los más jóvenes han dado a esta nueva expresión de sus relaciones personales les ha animado a desvelar datos personales o a colgar imágenes sin caer en la cuenta de que todo ese material libremente expuesto pudiera ser utilizado después de manera perversa e incluso llegar a poner en peligro su integridad a través de artimañas, como ha ocurrido de manera reiterada y a veces, también, trágica. Bienvenidos sean, por tanto, los sistemas de filtrado y las recomendaciones para alertar a niños y adolescentes, pero de poco servirán éstas si los que bordean la ley son adultos que campan a sus anchas desde el ordenador del salón de su casa o gentes ya de edad que se comportan como chiquillos en las redes sociales y luego lamentan el devenir del material escrito o gráfico que aportan a esas páginas. Internet no es un juego de niños.