DE vez en cuando toca ponerse seria, quizá con un punto de melancolía o, más apropiadamente, de tristeza. De vez en cuando hay días grises, en los que una reniega del ser humano, con lo paradójico y desgarrador que eso resulta. Un estudio forense ha determinado que Víctor Jara murió acribillado por una treintena de tiros, que no le destrozaron las manos. A Jara se lo llevaron por delante durante el golpe militar de Augusto Pinochet. Un juez chileno ordenó exhumar sus restos para investigar, 36 años después, el asesinato del cantautor. A Jara lo enterraron en la clandestinidad, ahora preparan un funeral de tres días para quien recordó a Amanda, la calle mojada, corriendo a la fábrica donde trabaja Manuel. Es curioso. Aquí casi volvemos a las trincheras en un estúpido debate sobre si hay que localizar los restos de Federico García Lorca o no, sobre quién lo financia, sobre para qué hay que buscar nada... Bueno. Se me ocurre que quizá habría que hacerlo para recordar -es que nuestro sistema educativo de los últimos 40 años se ha empeñado en que estudiemos 17 veces la Revolución Francesa y ninguna la Guerra Civil- por qué alguien un día le pegó un tiro en un camino de Granada. Por aquello de que el ser humano se dedica con eficaz contumacia a matar al diferente, de izquierdas, de derechas, homosexual, negro, judío, católico... diferente al que empuña al arma. "Que el canto tiene sentido cuando palpita en las venas del que morirá cantando las verdades verdaderas".