Tengo casi 20 años y toda una vida por delante. Igual que la tenía Nagore Laffage hasta que José Diego Yllanes se la arrebató. Desde siempre me han enseñado que España es un país democrático, un Estado de Bienestar donde todos somos iguales y donde la Justicia existe. Yo me lo creí hasta el 4 de noviembre cuando comenzó el juicio por la muerte de Nagore y vi la serie de estrategias que se pueden llevar a cabo para que el culpable parezca la persona más maravillosa del mundo y lo que se cuestione sea la moralidad de la víctima.

Los jóvenes aprendemos de nuestra sociedad, forjamos nuestra identidad en función de lo que vemos y oímos. ¿Y saben lo que me ha enseñado este juicio? Que la Justicia no existe, que no se juzga por igual a un pobre que a un rico y que quitarle la vida a una persona inocente tiene un precio muy bajo.

Me parece una falta de respeto hacia la familia de la joven y hacia toda la sociedad que se hayan aceptado atenuantes como el alcohol o la reparación del daño. Atenuantes que, en mi opinión, no se muestran en los hechos objetivos sino en la buena estrategia de la defensa.

¿No les parece una vergüenza que se pueda jugar así con la vida de una persona y, posteriormente, con su memoria? Imagínense que Nagore es su hija, ¿qué harían? ¿Les habría parecido correcto que la muerte de su hija en esas circunstancias fuese un homicidio y no un asesinato? ¿Y que la pena máxima por ese delito sea de 15 años?

Deberíamos de solidarizarnos con la familia de Nagore, que ha tenido un comportamiento ejemplar. Lo único que han pedido es que la persona que le arrebató la vida a su hija pague por ello lo que corresponde. ¿Y qué han obtenido? Piénselo ustedes mismos. Lo único que quiero recordarles es que Nagore no volverá ni a reír, ni a soñar, ni abrazar a sus padres... Mi apoyo más sincero para todos aquellos que conocían y querían a Nagore.