“Estamos pasando de ser ciudadanos a vasallos”
Su novela de La catedral del mar lo encumbró a la fama. Diez años después llegarían Los herederos de la tierra y ahora esta gran historia se complementa con En el amor y en la guerra, una obra que nos puede regalar enseñanzas para el tiempo presente. Estas tres novelas son, para Ildefonso Falcones, uno de sus grandes tesoros, ese que también ha dado el salto a la pantalla.
Es padre de familia numerosa. ¿Considera también los libros como parte de su familia?
-Bueno, forman parte de mi bagaje personal, de mis experiencias, no son comparables. Pero hay gente que dice que los libros ocupan espacio y hay que tirarlos una vez leídos. A mí con eso se me revuelve el estómago; yo los voy amontonando. Los míos, más todavía.
La primera novela de esta saga (La catedral del mar), ese debut literario -que no todo el mundo arranca con tanto éxito-, llegó hace casi 20 años. 10 años después llegó la segunda parte, la tercera otros casi 10 años después. No sé si es algo fortuito o algo premeditado esto de ir de 10 en 10 años.
-Es fortuito. Yo creo que es fortuito, pero yo vengo a tardar 3 años en escribir cada novela, entre que las estudias, las escribes, las corriges, las publicas… De tres en tres me da para escribir dos entre medias. Y, después de esas dos, dices: “Bueno, ¿por qué no seguir?”. Ya lo pensé en Los herederos de la tierra, lo he pensado ahora, y ya me adelanto a tu pregunta, si sigo 10 años, volveremos otra vez. Ya es un compromiso que voy adquiriendo (risas).
Y yo creo que es un compromiso que además los lectores quieren que mantenga. Los lectores esperaban como agua de mayo esta tercera parte de la saga de La catedral del mar. ¿Cuál diría que es la clave para triunfar?
-Siempre hay claves, que es la de proponer al lector una trama que le tensione. La novela es ocio, la novela es divertimento. La novela tiene que competir con otros recursos hoy en día tecnológicos, de satisfacción inmediata, de una viveza tremenda… Entonces, la literatura tiene que superar eso, debe competir con eso, y para lograrlo hay que ofrecer al lector tensión. El lector tiene que tener ganas de pasar otra página. Ahí es donde se encuentra esa tensión, tienes que ofrecer desde el primer momento una tensión y una trama que sea atractiva, y creo yo que llegar al lector con sencillez. Decir lo máximo con las mínimas palabras en lugar de decir lo menos con un montón de palabras. Hay veces que tienes párrafos vacuos totalmente. Vas juntando todo eso y es una clave necesaria, porque como lector es lo que me gusta a mí.
Decir lo máximo en la menor cantidad de palabras es clave, pero también escoger muy sabiamente esas palabras. Y es que, si hacemos novela histórica, es verdad que influye muchísimo que utilicemos un lenguaje acorde a la época, ¿verdad?
-Ahí no estoy del todo de acuerdo. Estoy de acuerdo en tanto en cuanto no puedes utilizar modernismos. Hay autores que, sobre todo en los diálogos, intentan darle la forma en la que hablaban ellos, tipo Lope de Vega. Pero, ¿dónde está el límite? ¿El límite qué es, irse al lenguaje del siglo XV, o voy a poner del XVI, del XVII, XVIII…? Hay que estar, creo yo, en el lenguaje del siglo XXI, pero sin modernismos.
Ahora, en esta tercera parte de la saga, le dedica el libro a Arnau Estanyol. ¿A cuál de los dos, al abuelo o al nieto?
-A los dos (risas). Mira, no me lo había planteado.
Es verdad que aquí tenemos la historia del nieto, han pasado ya unos cuantos años de lo relatado en las anteriores entregas. ¿Cree que los lectores le van a coger el mismo cariño, van a seguir sus aventuras con la misma pasión, con ese mismo ímpetu con el que seguían al Arnau Estanyol original?
-Sí, me gustaría, pero las diferencias son evidentes. En el primero, hablamos de un hombre que es hijo de un pallés de remensa, de un esclavo, que va ascendiendo. Es una historia muy atractiva, esa lucha por el ascenso; y aquí hablamos de un hombre que nace conde, y que ya a los 14 es paje del rey y a los 20 es general del ejército. Las trayectorias son totalmente diferentes; espero que les guste igual. Sentimentalmente, lo que veremos es que la evolución de este hombre es la contraria. Va a llegar a la conclusión de que no consigue la felicidad. No voy a decir que ha malgastado su vida, pero desde el punto de vista espiritual, anímico, sí que se da cuenta de ello.
Aunque la trayectoria sea la opuesta, ambos han vivido tiempos bastante convulsos. Aquí estamos en una época de cambios. Pasamos de la Edad Media al Renacimiento, de esa oscuridad, a esa aparente luz, que en ocasiones no es tan luminosa. ¿Siente que hemos romantizado el Renacimiento?
-Quizá sí, porque seguía habiendo unas situaciones tremendamente injustas. Lo hemos romantizado desde el punto de vista de la belleza, del arte. Es una explosión de belleza, una explosión de arte, es una explosión de todo lo que rodea al ser humano. Ahora, en cuanto a la mujer, por ejemplo, en cuanto a las costumbres, ahora llegamos a las monarquías absolutas. Ahí ya el monarca absoluto decidía sin tener que consultar a nadie. En ese campo quizá sí que lo idealizamos.
Ahora que tenemos el espectro de la Tercera Guerra Mundial que parece que está sobrevolándonos, si tuviera que imaginar a Arnau en esa hipotética Tercera Guerra Mundial, ¿cómo cree que reaccionaría?
-El Arnau abuelo yo creo que se hubiera decepcionado. Era una persona profundamente sensible.
¿Cree que tenemos algo que aprender de estas guerras?
-Mira, yo siempre he sostenido, cuando me preguntan qué hay de aquello en la vida actual, que puede haber situaciones similares, pero mi coletilla siempre es que la sociedad no las admite. Aquella sociedad lo admitía. La actual no lo admite. El problema está en los medios; la lucha no conseguimos vencerla, pero todos somos conscientes de que no puede existir. Ahora nos tenemos que empezar a dar cuenta de que igual que los monarcas absolutos decidían ir a la guerra y llevar a todo su pueblo a la muerte y a la guerra, ahora tenemos autócratas que están haciendo lo mismo. Putin, Trump ahora, Netanyahu… Todo el mundo está aprovechando este momento de caos, creado por ellos, para hacer lo que quieran. Y eso es igual que aquí. Estamos pasando de ser ciudadanos a vasallos. Yo sostengo que la democracia se ha autodestruido, que ya no existe. Yo creo que no nos atrevemos a decirlo, pero el día que lo digamos a lo mejor ponemos solución, porque es que si no seguimos igual. Y el voto no es la democracia. La democracia es el respeto, la democracia es el compromiso y la negociación.
Ken Follet y otros autores, cuando vinieron a Euskal Herria, se inspiraron para contar historias. ¿Le ha pasado lo mismo? ¿Le surge la inspiración cuando viene?
-Sí, bueno, yo no creo en la inspiración. A ver, sí que tienes que tener cierta imaginación, cierta fantasía, y cualquier cosa puede inspirarnos. Tenéis unas tradiciones y una cultura francamente buenas, histórica además… Todo puede dar pie. Lo que pasa es que también tenéis escritores muy buenos en el País Vasco, como para que yo viniese aquí (risas).