Quedé de una pieza al ver por primera vez La Pietá, de Käthe Kollwitz, cuando, sin proponérmelo, entré en la Neue Wache (Nueva Guardia), un pequeño edificio de fachada neoclásica que se encuentra al comienzo de la avenida Unter der Linden, en Berlín. Fue pura casualidad y desde entonces la visito cada vez que callejeo por la capital alemana. Huelga decir que es una de las esculturas que más me han marcado. Su presentación es estremecedora.

La obra, única en la exposición, representa a una mujer sentada, abrazando el cadáver de su hijo. El aspecto es sobrecogedor, ya que se encuentra en el centro de un enorme salón circular desprovisto de cualquier detalle: paredes lisas, suelo empedrado y en el techo un lucero redondo abierto al exterior. Cuando llueve, nieva o luce el sol, la escultura cambia de aspecto. 

La obra 'Guerra a la guerra'.

El Neue Wache (Nueva Guardia) es un edificio de pequeñas dimensiones con una portada espectacular que en 1931 fue aprovechado por el entonces presidente del Reich, Hindenburg, para homenajear a los soldados alemanes muertos en el transcurso de la I Guerra Mundial. Demolido en el siguiente conflicto bélico, cayó bajo control comunista. Se reconstruyó, pasando a ser un monumento contra el fascismo.

La conmoción que he sentido al ver este trabajo y un repaso al conjunto de su obra han sido determinantes para interesarme por esta mujer que vivió inmersa en un universo ciertamente pesimista y lo supo plasmar en el conjunto de su labor.

Un compromiso social

Nacida en Koenigsberg (Prusia) en 1867, Käthe Kollwitz es una de las más insignes pintoras y escultoras alemanas. Posiblemente sea la artista gráfica más significativa. Fue intérprete de un expresionismo realista con ciclos de grabados dedicados a las luchas y sufrimientos de los trabajadores. Aunque estudió Derecho, su padre tuvo que ganarse la vida como albañil porque sus ideas políticas rozaban lo políticamente correcto. De ahí que Käthe heredara un compromiso social que siempre estuvo presente en su conducta. 

Busto de Käthe Kollwitz.

Los comienzos de Käthe no fueron fáciles como consecuencia de la oposición a que las muchachas entraran en las universidades. En la Escuela de Arte Femenina quedó fascinada por la obra del célebre escultor y pintor Max Klinger. Intentó seguir sus pasos cuando, de regreso a Koenigsberg, abrió su propio estudio superando muchas incomodidades surgidas en torno a su juventud y atrevimiento.

No fue casualidad que en 1891 Käthe uniera su vida a la del Dr. Karl Köllwitz, doctor en Medicina, pero también una persona muy activa como militante socialista. La pareja fijó su residencia en uno de los barrios más míseros de la capital alemana donde desarrolló una labor social y política en sus respectivas actividades. Allí fueron testigos de la pobreza en que vivían las familias obreras, lo que acrecentó su interés por una política que lograra acabar con aquella situación. 

Fascinación

En 1893, Käthe acudió a la representación teatral de Los tejedores de Silesia, escrita por Gerhardt Haupmann, un dramaturgo al que conoció cuando hizo sus primeros pinitos en la Escuela de Escultura de Breslau. Pasado al teatro, acabó por convertirse en un destacado autor que mereció el Premio Nobel de Literatura en 1912.

Käthe quedó fascinada por aquella obra que tenía como protagonista a la masa de tejedores silesianos que se sublevaron en 1844. La revuelta, presentada con aspectos épicos, mostraba la gradual toma de conciencia de sus derechos y la disposición que tuvieron para conseguir la unidad de los trabajadores. La pieza le llegó a lo más hondo del corazón y decididamente trató de exteriorizar sus sentimientos a través de su visión de los hechos.

KÄTHE, LA MUJER CORAJE

Las calidades humana y artística de Käthe Kollwitz están hoy reconocidas en Alemania con muestras permanentes que pueden verse en Berlín, Colonia y Motizberg, así como en su propio museo en la localidad flamenca de Koekelare. Desde 1960 existe un premio anual que lleva su nombre y con el que la Academia de las Artes de Berlín reconoce a la artista que trabaja en Alemania y destaca por su talento. Elizabeth Shaw, Sabina Grzimek, Christa Sammler y Miriam Cahn han sido algunas de las ganadoras.

Así nació la serie de seis aguafuertes titulada La revuelta de los tejedores que fueron expuestos en 1898 en la Gran Exhibición de Arte celebrada en Berlín y con la que obtuvo el reconocimiento del público y de la crítica. Acababa el siglo y Käthe estaba en su mejor momento artístico. Ese mismo año montó un taller de enseñanza en la Escuela de Mujeres Artistas de Berlín. Todo un logro, ya que no se prodigaban los centros de este tipo, dedicados exclusivamente a las mujeres. El centro se mantuvo durante cinco años.

Käthe Kollwitz siempre decía que sus mejores esculturas eran sus hijos, Hans y Peter, a los que adoraba. Aunque alguien se lo apuntó, siempre consideró que el abandono progresivo de su faceta como pintora no se debía a su faceta maternal, sino a que una artista evoluciona y ella mostraba a partir de entonces más interés por el dibujo y el grabado. “Estas técnicas me permiten desarrollar las obras de profundo contenido social con más expresividad y dramatismo”, decía.

Mujer inquieta, Käthe Kollwitz alternó aquellos años de docencia con viajes que sirvieron para plasmar el alma de La guerra de los campesinos, una de sus más exitosas series de aguafuertes que vio la luz en Italia. En París no se resistió a visitar la famosa Academie Julien, considerada en la época como una fábrica de artistas. Allí estrechó la mano de Auguste Rodin.

Rodin cambia su rumbo

El contacto con el creador de El Pensador debió ser de tal intensidad que Käthe decidió probar con la escultura no sin cierto reparo, tal vez con el temor de no llegar a alcanzar nunca la perfección de la citada obra. La fascinación que le produjo Rodin fue monotema de cuantas conversaciones tuvo de inmediato con su amigo Ernst Barlach, si bien éste trataba de contagiarle la atracción que sentía por la Rusia que acababa de conocer. La influencia de Barlach está patente en una buena parte de su obra escultórica, sobre todo en El Lamento, que hizo al inicio de la II Guerra Mundial. 

Motivada por los gloriosos comentarios de Barlach y sus propias creencias, Käthe hizo un viaje a la Rusia comunista en 1927 y volvió de inmediato totalmente desencantada de cuanto había visto. “Para miseria la que he tenido cerca de mí durante toda mi vida. ¡Qué nadie me hable de paraísos como el que acabo de ver”, señaló.

La escultura ‘Madre con dos hijos’.

La escultura ‘Madre con dos hijos’.

La muerte en combate de su hijo Peter durante la que se denominó Gran Guerra, la primera, hizo que Käthe hiciera públicas sus ideas pacifistas, algo que no estaba bien visto en la Alemania nazi. Sus obras hacían patente los sentimientos de la autora, por lo que no sólo dejaron de interesar a las autoridades, sino que el nombre de Käthe Kollwitz pasó a integrar la delirante lista de Arte Degenerado. Muchas fueron destruidas por los nazis.

Maldita entre los suyos

La primera señal incómoda que observó en torno a su persona la encontró en la forzada dimisión a que fue sometida como miembro de la Academia de Artes de Prusia. Poco importó que fuera la primera mujer que ocupara ese cargo. Se había convertido en una maldita por ser pacifista y odiar guerras como la que se llevó a su Peter, a quien reflejó en una de sus siete xilografías sobre la guerra, la titulada Voluntarios, donde el muchacho aparece junto a la Muerte en un delirante desfile. O en esa Viuda, impresionante obra en la que una mujer abraza a su bebé con evidentes muestras de hambre.

En julio de 1937 tuvo lugar en Berlín un acontecimiento sorprendente: los nazis, en su política de la superioridad de la raza, quisieron imponerse también en el arte alemán, decidiendo qué obras debían desaparecer porque sus autores eran judíos o no afectos al régimen, y cuáles tenían que ser glorificadas por su paternidad aria.

Montaron dos grandes exposiciones, una de Arte Degenerado compuesta por unas 650 pinturas, esculturas y dibujos, y otra dedicada al Gran Arte Alemán o Arte Nacionalsocialista. Los medios informativos ridiculizaban a la primera, mientras alababan a la segunda, que, por cierto, fue inaugurada por el propio Hitler. Y lo que son las cosas: el Arte Degenerado fue visto por cerca de dos millones de personas, mientras que el oficial apenas llegó al medio millón de visitantes.

Al estallido de la II Guerra Mundial, Käthe sufrió doblemente: los inconvenientes de sentirte perseguida por los nazis y los bombardeos de los aliados que destruyeron su estudio con todo su contenido. Asqueada de todo, marchó a Moritzburg donde vivió escondida hasta su muerte, ocurrida el 22 de abril de 1945.