Es una mujer vivaz que ahora mismo disfruta a tope de la maternidad. Su hijo nació en a finales de 2021 y se le ilumina la mirada cuando se refiere a él. Durante siete años estuvo dedicada al mundo de las motos, seis en el equipo de su padre y otro, cuando la escudería paterna abandonó el Mundial, en una que hasta entonces había sido de la competencia. Cerró el ciclo y se integró en las bodegas de txakoli K5, donde ha aprendido mucho sobre el mundo del vino, que le apasiona tanto como las motos. Se ríe cuando dice que sabe cocinar y que durante años tiró de teléfono para pedirle a su padre consejos y recetas de cocina. Es la sexta y única chica de la prole de Karlos Arguiñano y Luisi Amestoy. Cuando era adolescente trabajaba los veranos en el restaurante y en el hotel que la familia tiene en Zarautz, pero a la hora de elegir no optó por la hostelería, el negocio en el que participa la mayoría de la familia. Decidió hacer Ingeniería técnica primero y superior después en Mondragón. Es una disfrutona de los fogones de sus padres y de sus hermanos, le gustan las reuniones familiares y ahora mismo tiene en perspectiva las ya muy próximas Navidades. Prepara novedades en la bodega, un txakoli de maduración y con una mayor duración en el tiempo.

PERSONAL

Edad: 35 años.

Lugar de nacimiento: Zarautz (Gipuzkoa).

Familia: Es la hija pequeña de Karlos Arguiñano y Luisi Amestoy. Tiene un hijo que pronto cumplirá un año. 

Formación: Estudió en Mondragón Ingeniería Técnica Mecánica y después la amplió al grado superior con Ingeniería Industrial y la especialidad en Materiales. Ha hecho varios cursos relacionados con la actividad vitivinícola en la Universidad de la Rioja.

Trayectoria: Durante siete años ha dedicado su vida laboral al mundo del motociclismo como experta en telemetría. Tras este periodo, dio un giro a su vida y se estableció en la zona donde nació, en Aia (Gipuzkoa) para dirigir la bodega de txakoli de su padre. Está al frente de una producción de 80.000 botellas anuales que salen de los viñedos donde cultivan la uva local, Hondarribi zuri. Tienen dos marcas en un mercado que sobre todo es internacional: K5 y Pilota.

De las motos a las uvas, un gran cambio.

Y que lo digas. De las motos a las uvas y del ruido al silencio. Recuerdo mi experiencia con las motos como espectacular, muy enriquecedora. Fue una experiencia de viajes muy chula, un trabajo en equipo en el que aprendí un montón. 

¿No hay malos recuerdos?

Las caídas, algún viaje demasiado largo, esperas en los aeropuertos… Pero todo lo demás se me pasó muy rápido, estuve siete años cuando yo pensaba que iba a estar dos, tres años, y vuelta. Se me fue volando y cuando me di cuenta del tiempo que había pasado empecé a plantearme en cierta forma el futuro: ¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Quiero estar siempre viajando por el mundo, o quiero buscarme otra cosa y estar cerca de casa?

¿No se le ocurrió pensar que entre los fogones del restaurante familiar tenía un hueco?

No, eso ya lo había vivido en casa. Desde muy pequeñita, los veranos siempre había echado una mano. He estado en la barra, en la cocina, en la zona de hacer pinchos, en la recepción… Todo lo que hay alrededor del restaurante y del hotel es algo que ya había conocido antes de empezar a estudiar.

¿Y?

Que pensé: O estudio y creo otro tipo de vida para mí, o tengo esto. Y en ese momento no quería la hostelería. Además, no quería trabajar los fines de semana.

"Mi experiencia con las motos fue espectacular, enriquecedora”

Qué se sepa, en el mundo del motociclismo se trabaja los fines de semana.

Sí, claro, y me adapté muy bien a no trabajar algunos días entre semana, pero cuando era más joven y estaba los veranos en hostelería quería tener fiesta cuando mis amigas la tenían. Era lógico, ¿no? En aquellos momentos, el restaurante no entraba en mis planes y me fui a la universidad.

Ya sabe lo que dicen: en casa del herrero... ¿Sabe usted cocinar?

Sí, me apaño, no tengo problemas en la cocina.

Algo indispensable si se lleva el apellido Arguiñano.

No lo dudes, pero aprendí cuando estuve en Mondragón estudiando. Cada semana me tocaba cocinar dos días para los cinco que estábamos en el piso, nos turnábamos. Yo tenía que mantener mi apellido bien alto y no podía cocinar cualquier cosa.

¿Alta cocina en un piso de estudiantes?

Ja, ja, ja… No. En mi casa siempre se ha cocinado normal. Además, con los programas de mi padre ya se ve. Cogí un libro sencillo de aita, uno de los que te explican incluso cómo limpiar un puerro, aunque todo eso ya lo sabía. También le llamaba por teléfono y le preguntaba cómo se hacían las cosas. Después estuve en San Francisco aprendiendo inglés y ahí también me solté mucho en la cocina. Como soy la pequeña de la familia, en casa nunca me han pedido cocinar: yo llegaba a mesa puesta.

¿Y cómo aterrizó en la bodega?

Decidí que quería cambiar de vida, dejar las motos, aunque no sabía a qué me quería dedicar. Los socios del equipo de motos de mi padre son los mismos que los de la bodega. Sin que mi padre opinara nada, ellos mismos me hicieron la propuesta de trabajar en la bodega.

Entre viñedos, brindando con una copa de txakoli. Gorka Estrada

¿Le atraía la idea?

¿Y por qué no? No me esperaba la propuesta, pero siempre me ha gustado el campo, la naturaleza, la gastronomía… y el vino es una parte muy importante de ella. También me ofrecieron otro proyecto en motos. El último año no estuve en el equipo de mi padre, fue en otro. Cuando iba a incorporarme en la bodega, me hicieron esa oferta, que era muy buena. Además, siempre tenía el gusanillo de que quería trabajar en una empresa que no estuviera relacionada con mi casa.

Es que los Arguiñano son como una mafia familiar, entre comillas, por supuesto.

Ja, ja, ja… Algo así. Quería que se me valorase por mí misma. En casa seguro que te valoran, pero siempre te preguntas: ¿Trabajo aquí porque soy hija de?

Y le hizo la competencia al equipo de su padre, ¿no?

Eso nunca, por supuesto. Durante los años que estuve con el equipo de mi padre me hicieron también alguna otra oferta, pero el corazón me tiraba a casa y nunca me fui a la competencia. Pero en el último año, AGR, el equipo de aita, salió del Mundial y ya no tenía, cómo decirlo…

¿Cargo de conciencia?

Eso es. Me había comprometido con la bodega, pero pensé: Este último año tengo que estar en las motos. Lo comenté con los socios de mis padres, les dije que quería trabajar en un equipo ajeno y que a la vez me iba a ir formando para la bodega. Me inscribí en la Universidad de la Rioja en el curso de Dirección de Empresas Vitivinícolas, y mientras acababa con las motos fui empapándome de este mundo del txakoli.

"Muchas veces, cuando veo los programas de aita me río un montón”

El del vino es un mundo muy amplio y complejo.

De verdad, es increíble. Llevo ya un tiempo en la bodega y siento que acabo de empezar y que tengo muchísimo por aprender. Mientras estudiaba había compañeros que tenían bodegas y me invitaban, no estaba nada mal.

¿Pesa mucho ser la pequeña del clan Arguiñano?

No, soy una más. Desde fuera hay gente que piensa: La pequeña, la mimada, la única chica. Mi madre siempre ha dicho que era uno más. A veces para llamarme decían: Joseba, Eneko, Martín… Ah, no, Amaia. Yo era ya la sexta de la familia, no soy una hija única para ser la princesita. Mis padres suelen decir: Uy, de repente te has hecho mayor y no nos hemos dado cuenta.

Un clan tan unido que viven casi todos en la misma calle en Zarautz. La van a llamar Arguiñano kalea...

Aún no, pero casi, casi. La verdad es que nos llevamos todos muy bien y vivimos muy cerca. Eso también es bueno para mis padres. Fíjate, ahora muchos se tienen que ir fuera a trabajar y nosotros tenemos la suerte de que hemos encontrado lo que nos gusta dentro de la familia y de nuestro entorno. Nunca nos han forzado a trabajar en casa, nos han dado la libertad de probar cosas fuera, no hay problema.

¿Y pesa mucho tener un padre como Karlos Arguiñano?

A mí nunca me ha gustado que me reconozcan. Es verdad que casi desde que nací mi padre está ya en la tele. Eso era algo normal. Él no ha sido famoso de repente cuando yo tenía veinte años. Fue poco a poco y me acostumbré. Es verdad que cuando era pequeña me daba un poco de vergüenza verle en la tele, pero para mí era de lo más normal.

¿Y ahora?

Ahora ya no, por supuesto. Muchas veces veo los programas de aita y me río un montón.

¿Usted también cuenta chistes?

Ja, ja, ja… No. Me río con sus chistes y me gusta escucharlos, pero luego se me olvidan y hay que saberlos contar. Él lo sabe hacer.

Pues no va a tener heredero, porque su hermano Joseba se resiste a contarlos.

Es verdad. Joseba no es de contar chistes. Los chistes son solo cosa de Karlos Arguiñano.

Hablemos de la bodega.

Es un proyecto muy chulo, muy ilusionante. Tiene 15 hectáreas de viñedo y quince de bosque, en total 30. Todo está aquí, en Aia (Gipuzkoa), y todo lo que cultivamos es Hondarribi zuri. Desde el principio se ha querido hacer el txakoli con la uva local al cien por cien y todo lo que elaboramos es con nuestra propia uva, no compramos nada. Para nosotros es muy importante la calidad.

¿Cuánto producen entre Pilota y K5?

Alrededor de 80.000 botellas. No es una producción grande. El número total es según el año, porque dependemos mucho del clima.

"Llevo ya un tiempo en la bodega y siento que acabo de empezar”

El txakoli ha cogido fama internacional.

Sí. Vendemos en Japón, Australia, Estados Unidos, México, Polonia, Inglaterra… Muy lejos. Nosotros hacemos un txakoli gastronómico que puede envejecer en botella. Aquí la mentalidad es que es un producto de año y cuesta que entre. Fuera no tenían ese concepto. Nos han valorado desde el principio a nivel internacional. Aquí sí que hay gente que lo valora, pero cuesta romper con los estereotipos que tenemos desde hace muchos años.

¿Le gustaba el txakoli antes?

Me gusta el nuestro. El recuerdo que tengo de cuando empecé a salir con 16 o 17 años no es bueno para el txakoli. Yo bebía txakoli y no me sentaba muy bien. Desde entonces ha mejorado mucho y no hablo solo de esta bodega, de otras también. Ahora ya no da ese dolor de cabeza bebiendo solo una copa o dos.

¿Va a introducir alguna novedad en esta bodega?

Se está cociendo un txakoli con más tiempo de crianza que en breve sacaremos al mercado. Va a tener mucha garra y se va a poder guardar mucho tiempo, como un gran vino blanco.

Parece que ha aprendido notablemente sobre vino, ¿no?

Si miras todo lo que hay sobre vinos, poco, aún me queda mucho camino por recorrer en este mundo. Es que es enorme y siempre se puede aprender más. Cada día aprendo, es algo que no se puede medir. Me resulta fascinante e interesante.

No estamos lejos de Navidad. ¿Quién se pone el delantal en su casa?

Los días 24 y 25 de diciembre solemos celebrarlos en el Kirikilla de Zarautz con mis tíos y mis primos. Ahí suelen cocinar mis padres, mis tíos. El 31 de diciembre y el 1 de enero hacemos la cena y la comida en casa, y ahí cocina mi aita con mis hermanos.

Y dicen que el que mejor cocina de sus hermanos es el que no tiene ninguna relación con los negocios Arguiñano.

Charli, pero todos cocinan muy bien. Zigor y Joseba lo hacen genial. Charli a veces tiene los fines de semana libres y cocina con tranquilidad y gusto. Siempre me ha gustado mucho su cocina. Además, ha viajado y sabe de gastronomía de muchas partes del mundo.

¿Ve a Joseba como el sucesor de Karlos Arguiñano?

¿En la tele? Sí, está claro, pero no se sabe, es muy pronto para saber si va a llegar tan lejos como aita, aunque sí le veo hueco. Se parecen mucho.

Su aita ya ha hablado de jubilación.

Eso no lo veo. De momento le sigo viendo en televisión. Es un hombre muy activo.

¿Cuál es la mejor receta de su padre para usted?

La ensaladilla rusa que hace me gusta mucho. Yo se la he copiado a él. También las lentejas, el arroz… Como ves es cocina sencilla, casera y normal. Lo que toda la vida se ha comido en mi casa.

¿Cocina de su ama o de aita, el chef más mediático que hay en estos momentos?

De los dos. Cuando vivíamos todos juntos mi madre cocinaba mucho. Recuerdo los revueltos de patatas que hacía, la pasta con queso y gratinada al horno. De aita me acuerdo de esos riquísimos bocadillos. Incluso recuerdo la sopa de ajo y la tortilla de patatas que nos hacía antes de ir al cole. Me preguntaban en la ikastola a ver qué desayunaba y les decía: Sopa de ajo. Para mí era lo normal, pero el resto se sorprendía. Nadie desayunaba sopa de ajo. De los dos tengo muchos recuerdos de cocina muy buenos. ¿Quién cocina mejor? Los dos, mis padres son geniales.