egún un dicho alemán, donde más se miente es antes de una elección, durante una guerra y después de haber ido a pescar. Y la actual guerra de Ucrania es un botón de muestra, en que además el contraste entre las versiones de ambas partes parece cada día mayor.
La realidad se acostumbra a descubrir después de acabadas las guerras, a no ser que la propaganda consiga ocultar la realidad como muy bien puede ocurrir en este caso, a la vista de la versión que el gobierno ruso ofrece a su población, que ni siquiera tiene el derecho de cuestionar la versión oficial, además de unas posibilidades muy escasas de oír otras versiones.
Ucrania es un ejemplo claro, a causa de la diferencia entre las versiones de ambas partes, aunque la impresión general es que a la hora de mentir los rusos son mejores que a la hora de combatir: seis semanas después de iniciar este conflicto, todavía no han logrado una clara victoria en ningún lugar, a no ser que puedan considerar victoria las matanzas de la población civil a manos de soldados.
Ya no se trata solo de la versión que el gobierno ruso da a sus propios ciudadanos acerca de los motivos y la marcha general de la guerra, sino de los resultados sobre el terreno. El último ejemplo es el hundimiento del barco ruso Moskva, que según los ucranianos fue consecuencia de sus ataques, y según los rusos se debió a causa de un incendio.
El presidente ruso Vladimir Putin tiene a su favor el control férreo sobre los medios informativos, ya que los rusos ni tienen acceso a medios internacionales de ningún tipo ni pueden legalmente cuestionar la versión oficial de los hechos. A Putin también le favorece el miedo que engendra en aquellos que le pueden combatir, empezando con el presidente norteamericano Joe Biden, que ha actuado desde el principio con escaso entusiasmo y gran lentitud a la hora de proveer a los ucranianos de armas para defenderse.
Biden teme que la entrega de armas muy efectivas pueda llevar a un enfrentamiento directo de la OTAN con Moscú, algo que tal vez llevaría a una tercera guerra mundial con el consiguiente riesgo de una conflagración atómica.
Aquí en Estados Unidos no parece haber una preocupación extensa por esta posibilidad, toda vez que Putin sabe que una guerra nuclear seria igualmente destructiva para Rusia, pero tampoco se puede descartar que, si se siente arrinconado, crea que ya no le queda nada por perder, pero sí mucho por destruir en el resto del planeta. Desde su perspectiva, quizá prefiera morir matando.
Todo esto ha traído nuevamente a debate la diferencia entre armas defensivas y ofensivas. Los ucranianos insisten en que, desde la situación en que se encuentran, cualquier arma es por definición defensiva pues son víctimas de un ataque ruso. Al mismo tiempo, en Washington, hay cada vez más especialistas en cuestiones bélicas que señalan que la diferencia entre defensa y ofensa es de tipo académico y desaparece en los campos de batalla donde los soldados matan para defenderse.
En Washington se da la circunstancia de que Biden, el personaje que antes y con más insistencia advirtió de la intenciones bélicas de Rusia, es quien más posibilidades tiene de poner en manos de los ucranianos los medios de defenderse, pero es uno de los que más temen hacerlo. Y quizá tenga buenas razones para su temor.
De momento, el conflicto sigue el patrón de tantos otros desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, en que las grandes potencias no se enfrentan directamente sino que delegan la guerra a otros países, cuyas victorias o derrotas repercuten de forma indirecta en sus respectivos “patronos”. Porque los etíopes, sirios, iraquíes, serbios o vietnamitas luchaban contra el enemigo de turno, pero las partes enfrentadas tenían como patronos a las grandes potencias que no se enfrentaban directamente entre si.
En este caso, el conflicto está mucho más cerca de los interesados: Rusia es una de las grandes potencias y esta vez interviene directamente, al principio al menos con pésimos resultados. Y quienes ayudan a Ucrania temen, como en el caso de Biden, verse arrastrados directamente al conflicto.
Rusia, que además de sus intereses en Ucrania se juega su prestigio militar, parece dispuesta a apretar ahora el acelerador para apuntarse una victoria que celebraría el próximo 9 de mayo, en el día nacional ruso que coincide con su victoria sobre Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Pero varios expertos militares consideran precipitado el intento de Putin de ponerse medallas en tan poco tiempo. Le podría ocurrir lo mismo que sucedió en su intento de una victoria relámpago en la parta occidental de Ucrania, de donde sus tropas tuvieron que retirarse sin más logro que la carnicería entre la población civil.
En favor de Putin está el terreno que trata de conquistar ahora, en la parte oriental de Ucrania: es llano y abierto, lo que favorece la victoria de sus efectivos en tanques y armas preparadas para batallas en terrenos amplios. El hundimiento del barco Moskva en el Mar Negro indica que podrían surgir surjan problemas que no le permitan esta victoria, pero lo más probable es que cualquier cosa, excepto una derrota total, se venda en Rusia como un éxito contra el nazismo ucraniano y se celebre con desfiles militares y cantos patrióticos el próximo mes de mayo.
Pero la guerra seguirá, quizá por un tiempo largo, acompañada de tantas mentiras como hasta ahora...y como en todas las guerras de la historia.