- José Antonio Sanahuja (Madrid, 1962) reflexiona sobre qué hacer en esta situación, y de legitimidad y prudencia. “Cada vez que surge la guerra nos acordamos de esa aspiración moral y política que ha tenido la comunidad internacional de proscribirla. Eso se traduce en un planteamientos que es el no a la guerra, que se renueva cada vez que surge una. Pero lo que también hemos definido con cierta claridad política, moral y jurídica en el derecho internacional es que no todas las guerras son iguales. Conforme a la Carta de Naciones Unidas, marco en el que todos nos reconocemos, por muy insuficiente que sea, tenemos por una parte un ataque de Rusia a un Estado soberano, que está definido en el derecho internacional inequívocamente como un acto de agresión. Podemos discutir ad aeternum sobre los factores históricos que han llevado a ese hecho, y será importante, pero la consideración jurídica, política, y yo añadiría que moral del ataque, es inequívoca”.
A juicio de este catedrático, director también de la Fundación Carolina, “lo que está haciendo Ucrania es recurrir al derecho a la legítima defensa, que las normas internacionales reconocen. Es importante establecer esta distinción, incluso a la hora de decir ‘no a la guerra’, recordar, para que haya claridad moral y política, que no hay que sostener la misma consideración hacia una cosa u otra”.
Sanahuja, recuerda que el artículo 51 de la Carta “establece que cuando un país recurre a la legítima defensa, tiene que llevar el asunto al Consejo de Seguridad. Lo ha hecho. Si este, porque una parte interesada veta, se puede llevar a la Asamblea General, que ha adoptado una resolución de masiva condena, como pocas veces en la historia de las Naciones Unidas, a ese acto de agresión. Y tanto el artículo 51 como el aval de la Asamblea General facultan a otros Estados miembros a auxiliar, incluso enviando armas, si es necesario, a la parte agredida”.
Pero este profesor de la Escuela Diplomática añade consideraciones de otro tipo. “Más allá de una ética de los principios, hay también una ética de la responsabilidad que no podemos eludir. Rusia, el agresor, es una potencia nuclear, y hay un enorme riesgo de escalada de este conflicto. Por lo tanto, las decisiones que adopten los gobiernos, tanto el español como los del resto de la Unión Europea, tienen que ponderar también cuidadosamente los riesgos de escalada, y medir con enorme prudencia los pasos que se dan”. Él aboga por “crear incentivos por una parte y penalizaciones por otra que lleven a Rusia a la mesa de negociación y a restablecer la justicia y el orden de cosas inicial”. Sanahuja también cree que “en Occidente tenemos que aprender de esta experiencia y plantearse cómo reconstruimos la arquitectura de seguridad en Europa”.
Según este experto, ha fallado la diplomacia preventiva, que ha actuado “demasiado tarde y demasiado poco”. Recuerda que “existían unos tratados de control de armamento y de desarme, arquitectura de seguridad que fue desmantelada deliberadamente en gran medida por los Estados Unidos, y esto no contribuyó a generar las garantías de seguridad para Ucrania ni para Rusia, que hubieran permitido evitar este conflicto”. A eso añade “el nacionalismo e irredentismo extremo que ha caracterizado a Rusia. Putin nunca ha reconocido ni aceptado la independencia de las repúblicas exsoviéticas como Ucrania o Bielorrusia y ha planteado abiertamente la necesidad de que volvieran a una gran Rusia”. Sanahuja constata que ahora en este momento desafortunadamente “el espacio para la diplomacia es muy reducido”.
“Las decisiones que se tomen tienen que ponderar también cuidadosamente los riesgos de escalada y medir los pasos que se dan”