a invasión de Ucrania por parte de Rusia cada vez parece más posible. Un nuevo episodio de agravios y conflictos entre dos países vecinos cuyos destinos parecen ligados por el peso de la historia y que puede ser la chispa que lleve al mundo a una nueva guerra fría.
Dicen los psicoanalistas que la infancia es destino. Aplicándolo a la historia de ambas naciones, podríamos decir que ya desde sus orígenes Ucrania y Rusia comparten destino. En el siglo IX surgía el primer estado eslavo, el Rus de Kiev, conformado por territorios de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Con el paso de los siglos el poder político fue estableciéndose en Moscú, dando lugar al imperio ruso. Ucrania, cuyo nombre significa frontera, iría convirtiéndose a la vez en puente entre Europa y el imperio ruso y en el muro de contención de los rusos frente a las potencias europeas.
Esta situación estratégica hizo que, a lo largo de los siglos, Ucrania fuese dividida múltiples veces entre sus distintos vecinos. Polacos, lituanos, mongoles, otomanos o austrohúngaros fueron conquistando territorio ucraniano, lo que tuvo como consecuencia la dificultad de crear un único sentimiento nacional fuerte para toda la nación. Poco a poco iría definiéndose una identidad propia ucraniana en las regiones del oeste y una identidad ligada a la rusa en las regiones del este limítrofes con Rusia.
En 1917 Lenin acababa con el viejo imperio zarista e iniciaba la revolución bolchevique. En la guerra civil posterior, los nacionalistas ucranianos lucharon por su propio Estado pero fueron vencidos por los bolcheviques. Stalin no olvidó aquella afrenta. A inicios de los años 30, el fracaso de la colectivización del campo produjo enormes hambrunas, especialmente en el campo ucraniano. Stalin decidió dar un castigo a los ucranianos, evitando atajar la hambruna. Entre dos y cuatro millones de ucranianos murieron de hambre. Aquella tragedia sería conocida como el Holodomor, un episodio histórico clave para entender el sentimiento anti ruso del nacionalismo ucraniano.
60 años después de aquella tragedia llegó la hora de la revancha para los nacionalistas ucranianos. Aprovechando las reformas democráticas de la perestroika de Gorbachov, el país se lanzó a por la secesión respecto de la URSS mediante un referéndum en el que venció la independencia. La separación de Ucrania, la segunda región más poblada e industrializada de la URSS después de Rusia, significó la imposibilidad del deseo de Gorbachov de crear una nueva URSS, siendo uno de los factores más importantes de la desvertebración del antiguo Estado soviético en distintos estados independientes.
Libres del comunismo soviético y con un país independiente por primera vez en siglos, Ucrania se lanzó a transformar su país en una democracia al estilo occidental. Pero en este punto tampoco fue capaz de escapar al destino del resto de repúblicas exsoviéticas independizadas. En lo político, fue incapaz de desarrollar un proceso democratizador hasta el fondo, convirtiéndose en un Estado con instituciones democráticas, pero con un funcionamiento autoritario, en el que los grandes oligarcas son los que mueven el poder. En lo referente a lo identitario, el antagonismo entre los nacionalistas ucranianos del oeste y los ucranianos prorrusos del este ha ido en aumento año tras año. Y para hacer la situación más compleja, las presiones de Rusia y Europa para influir sobre Ucrania no han cesado.
Estas presiones fueron claves en los años siguientes a la independencia. En 2004, tras unas elecciones calificadas por la oposición como fraudulentas, Viktor Yushchenko lideró la denominada revolución naranja, un intento de democratizar el sistema político y acercarlo a Europa apartando del poder al prorruso Yanukovich. Aquella primera revolución profundizó el antagonismo identitario en Ucrania. La revolución naufragó entre la corrupción y la incapacidad de manejar la maltrecha económica. Pero la fractura entre las dos almas de Ucrania se hizo más fuerte.
En 2013 comenzó una nueva revolución. El prorruso Yanukovich había vuelto al poder, pero también fue incapaz de enderezar la economía. Las protestas de los ciudadanos comenzaron. El 21 de noviembre se anunció que Yanukovich no iba a firmar el tratado de asociación con la UE debido a las presiones rusas. Unas 200 personas se concentraron en la plaza de la Independencia (Maidán en ucraniano). Tres días después casi 90.000 manifestantes tomaron el Maidán, sobre todo jóvenes, iniciándose un movimiento que veía en el rechazo oficial a Europa el robo de su futuro. Las protestas fueron radicalizándose con la brutal represión policial. El 22 de enero cayó el primer manifestante por arma de fuego. La violencia se desataría los siguientes días.
Lo que empezó como una revuelta ante el rechazo de un tratado con la UE, para entonces era ya una auténtica revolución que buscaba deponer al prorruso Yanukovich y el establecimiento de un gobierno prooccidental. La última semana de febrero la violencia llegó a su culmen con el asesinato de manifestantes a manos de francotiradores de élite de la policía delante de las cámaras de televisión. Yanukovich huyó a Moscú. La oposición formó un gobierno provisional. El Maidán había vencido.
Dos naciones unidas por la historia que parecen incapaces de no chocar y que podrían arrastrar al mundo a una nueva Guerra Fría