egún expresó el líder del Partido Republicano en el Senado, Mitch McConnell, el 12 de enero, Donald Trump había cometido actos reprochables y por tanto se mostraba en favor de llevar a trámite la moción de censura. No obstante, argumentó juiciosamente, no era posible organizar la vista antes del 20 de enero, día de la toma de posesión de Biden, por lo que había que juzgar a Trump después de que abandonara su cargo. El líder del Partido Demócrata en el Senado, Chuck Schumer, y McConnell llegaron a un acuerdo y se fijó la fecha para el inicio de la vista el lunes 8 de febrero, que posteriormente retrasaron de mutuo acuerdo al martes 9 de febrero. "Las dos partes hemos acordado garantizar un juicio político justo y honesto", dijo Schumer. McConnell confirmó, muy ceremoniosamente, que la vista "garantizaba los derechos de ambas partes". Y añadió, "me complace que el líder Schumer y yo hayamos podido llegar a un acuerdo sobre un proceso justo en el Senado. Les dará a los senadores que actúen como jurados tiempo suficiente para ver el caso y oír los argumentos". Lo que no dijo es que también le complacía tener tiempo para negociar una tregua dentro del Partido Republicano con Lindsey Graham y Kevin McCarthy.
Según acordaron ambas partes, el Senado debía votar el martes 9 de febrero si era constitucional elevar una moción de censura a un expresidente. Y McConnell votó que no, que lo que él mismo había propuesto y pactado, esto es, elevar una moción de censura después de la toma de posesión de Joe Biden, no era constitucional. Cuarenta y cuatro senadores republicanos le apoyaron. Lo mejor que podemos decir de Mitch es que se trata de un político "camaleónico".
En cualquier caso, la mayoría del Senado, incluyendo seis republicanos, votó por 56 votos contra 44 que era perfectamente lícito juzgar a Trump después de haber dejado el cargo, por el simple hecho de que llevó a cabo las faltas que se le imputaban cuando todavía "era" presidente.
Según el acuerdo, tanto la acusación como el equipo legal de Trump tenían dos jornadas de ocho horas para presentar su caso ante el Senado. La acusación presentó un caso meticulosamente instruido, argumentando que la incitación a la insurrección hundía sus raíces en la mentira trumpiana sobre fraude electoral. Se retransmitieron imágenes de la turba irrumpiendo en el Capitolio y se mostró como los agitadores repetían las consignas que Trump les había lanzado pocos minutos antes. Especialmente inquietantes fueron los fotogramas mostrando la huida del senador Mitt Romney y del exvicepresidente Mike Pence, pocos minutos antes de que los alborotadores tomaran los lugares en los que se hallaban. La defensa demostró que Trump "puso una diana" en las espaldas de los legisladores y del exvicepresidente y que incitó a la multitud a "perseguirlos" mediante sus tuits. Más aún, la acusación dio a conocer que Kevin McCarthy llamó a Trump a las 2.20 por teléfono, y que aquél se negó a hacer nada hasta dos horas más tarde.
La única manera de no ver un crimen de incitación a la insurrección y negligencia voluntaria era cerrando los ojos. Esto es precisamente lo que bochornosamente hicieron durante ambas sesiones los senadores republicanos Lindsey Graham, Ted Cruz y Mike Lee, en un esfuerzo por mostrar ante sus pares y las cámaras que ni tan siquiera querían escuchar los argumentos de la acusación.
El equipo legal de Trump se enfrentaba a una antipática tarea ya que la única forma de defender a Trump era esquivar, negar y aplastar una verdad harto evidente. Después de que seis abogados renunciaran a representar al expresidente por no hacer el ridículo, los letrados David Schoen y Michael van deer Veen, que han demostrado que la indecencia humana no tiene límites, optaron por la única alternativa viable. En lugar de defender al expresidente eligieron atacar al Partido Demócrata para ganar el favor de los republicanos que aún tuvieran alguna duda. En su primer y único gran día, la defensa solo utilizó cuatro de las 16 horas que tenía asignadas, ya que no es aconsejable mentir durante demasiado tiempo. Los únicos argumentos fueron, 1) dogmatizar sin argumento legal alguno que la moción de censura era inconstitucional, aunque el Senado había votado que sí lo era; 2) argumentar que el expresidente estaba ejerciendo su libertad de expresión según se registra en la primera enmienda y, 3) alegar que cuando instó a sus partidarios a "luchar" y marchar contra el Capitolio a través de la avenida Pensilvannia, no era eso lo que quería decir. Y, en un ejercicio de prestidigitación legal, van deer Veen nunca procuró demostrar que al decir "luchar" Trump no quería decir "luchar" (porque esto habría sido excesivo), sino que se limitó a transmitir cientos de imágenes totalmente descontextualizadas de políticos demócratas usando la palabra "luchar". Y en un tono digno de Catilina, el mohíno licenciado terminó afirmando que "no es Trump el que está siendo juzgado aquí, es la Primera Enmienda".
Si bien la causa permitía a la defensa llamar a testigos, el equipo legal de Trump prefirió, prudentemente, rechazar esta generosa oferta por miedo a que el expresidente dijera lo que no debía, que es lo que siempre ha hecho cuando le han dejado hablar.
Lo más triste no es que los abogados adulteraran la realidad, o que el senador de Florida Rick Scott mostrara teatralmente ante las cámaras cómo jugaba con un mapa de Asia mientras la defensa argumentaba, o que McConnell negara la constitucionalidad de un caso que él mismo había ayudado a instruir€ las justificaciones de todos estos individuos serán relegadas a "la tumba sin nombre de las mentiras descartadas", y pocos las recordaremos en unos meses.
Lo más triste es que apenas había esperanza de que los demócratas pudieran obtener los 17 votos republicanos necesarios para condenar a Trump. Solo siete de los 50 republicanos en el senado indicaron desde un principio que estaban dispuestos a oír a ambas partes y decidir en consecuencia. El resto, el 86% de la representación del Partido Republicano en el Senado, decidió alimentar la mentira para garantizar que el grupo de extrema derecha se sienta "cómodo" dentro del clan del elefante rojo y evitar una fuga de escaños.
Sesenta senadores apuñalaron a César veintitrés veces en marzo del año 44, pero esto no bastó para hacer imperar la representatividad del legislativo sobre la dictadura del ejecutivo. En aquella ocasión Marco Antonio y Octavio supieron valerse de la popularidad del tirano para saciar su ambición.
Washington no es Roma, pero la actitud de la mayoría de los representantes republicanos supone una peligrosa negligencia y un grave incumplimiento de sus funciones, y no dará buenos frutos.
A cambio de un incierto futuro político y algunas monedas, McConnell ha preferido llegar a un acuerdo con Graham y mentir, poniendo en riesgo la salud del sistema y de las instituciones y estableciendo un triste precedente: No importa lo que haga el líder del ejecutivo, nunca será responsable de sus actos.
En 1996 un presidente decidió interactuar con Monica Lewinsky en el despacho oval y no fue censurado; dos décadas más tarde un presidente ha decidido atacar el Capitolio; no es difícil ver hasta dónde se puede llegar si no se pone freno a la impunidad del ejecutivo.