a historia del templo de Santa Sofía -Hagia Sophia, en griego- en Estambul ha tenido siempre tanto que ver con la fe como con la política. Incluso ahora, cuando el presidente Erdogan devuelve el edificio al servicio religioso, esta vinculación a la política salta al vista.
Erigida en 573 como alarde de la cristianización del Imperio romano, pasó en 1453 -año de la conquista de Constantinopla por el sultán Mehmet Fatih- a ser mezquita para mostrarle al mundo el poderío del Imperio otomano. Y en 1934 pasó, por orden del gran reformador turco Atatürc, de templo a museo tanto para evidenciar la laicización de la Turquía moderna como para abortar el expansionismo búlgaro de aquel momento. Y ahora Erdogan le devuelve la función religiosa, más en aras de su política y ambiciones que por piedad musulmana, pese a que él personalmente sea creyente.
En todo este historial destaca la utilización del templo para fines políticos. En el siglo XV los otomanos dominaban el Mediterráneo y el este de Europa, más por debilidad de los rivales que por auténtico poderío propio -hasta después de la batalla de Lepanto, el Imperio turco fue incapaz de fabricar los cañones que usaba contra los cristianos-. En el 1934 Atatürc decretó el destino del templo a museo para evidenciar la laicización de Turquía… Pero también para congraciarse con los cristianos de los Balcanes ya que acababa de firmar con Grecia, Rumanía e Yugoslavia un pacto para contener las ambiciones hegemónicas de los búlgaros de la época.
Y este vinculación del templo al poder se acusa aún más ahora, con Erdogan y su partido, el AKP. Porque, electoralmente, ambos están registrando un constante declive. Ambos llegaron al poder con una política de sentido común en lo económico y de moderación, en lo religioso. A primeros de siglo esto generó una bonanza sin igual, pero ahora le economía va mal y las finanzas, peor. Y para asegurarse el voto de las masas, Erdogan y el AKP han emprendido una política de nostalgia histórica: las nuevas metas no son elevar el nivel de vida, sino recuperar la grandeza otomana y el predominio del Islam. A falta de más y mejor pan, más sueños de grandeza y el desmantelamiento de las reformas de Atatürc. En vez de una república laica y europeísta, una otomana y profundamente religiosa.
Tan religiosa es la apuesta, que en el comunicado de Ankara en lengua árabe sobre el nuevo destino de Hagia Sophia se dice que es un paso que será seguido por la toma de posesión del templo de Aqsa, de Jerusalén… Y en su edición en inglés se afirma que con el domino del Aqsa “se fomentará el pluralismo cultural”.
Si este giro hacia atrás le va a dar resultado a Erdogan, está por ver. Pero de momento la República turca cuenta ya con bases militares en Libia, Qatar, Somalia y Sudán y con una pujante industria bélica nacional, amén de estar llevando a cabo una dura represión del nacionalismo kurdo en Siria.
No es ni mucho menos una reedición del imperio de Mehmet Fatih, pero es un buen comienzo para engatusar un electorado soñador.