El año 2019 es el año de Emiliano Zapata en México. Fue su presidente, López Obrador, quien en enero -rodeado de los descendientes de Zapata- anunció que el gobierno dedicaría este año a recordar lo que él denominó “la gesta histórica que encabezó Emiliano Zapata”. Su nieto, Jorge Zapata, en su discurso de agradecimiento, recordó cómo Zapata rechazó sentarse en la silla presidencial que le ofreció Pancho Villa el 6 de diciembre de 1914, respondiéndole, “gracias, mi general, pero yo no puedo sentarme en esa silla, porque está embrujada y quien se sienta ahí pierde la razón y el sentido de quien lo trajo aquí”.
Aquella respuesta pasaría a la historia de México como resumen de lo que significa el mito de Zapata aún hoy en día. El caudillo del sur, como se le conoció durante la revolución mexicana, se convirtió en la figura incorruptible de la revolución. Un jefe revolucionario que consiguió mantenerse al margen de la tentación del dinero y del poder, algo excepcional entre los distintos caudillos que lucharon entre sí durante los turbulentos años de la revolución mexicana.
Miliano, como le conocían sus paisanos, nació en 1883 en Anenecuilco, un pequeño pueblo de 400 habitantes del estado de Morelos. Sus padres, a pesar de poseer tierras, sufrieron el acoso de los hacendados para hacerse con ellas. La leyenda cuenta que un joven Zapata vio a su padre llorar por unas tierras que había perdido a manos de los terratenientes y le prometió que cuando fuese mayor las recuperaría.
El problema agrario era la gran lacra del Estado de Morelos. Desde la época colonial las grandes haciendas habían tratado de arrebatar tierras a los pequeños propietarios y a los pequeños ranchos. Es al final del siglo XIX, cuando se introduce el ferrocarril y los nuevos medios de producción, el momento en el que las azucareras comienzan a expandir su mercado y aumentan su producción. Esto les condujo a necesitar más tierras para cultivar. Gracias a gobiernos como el de Porfirio Díaz, tuvieron las manos libres para arrebatar a los pequeños propietarios sus terrenos y a los pueblos las tierras de uso común.
En la tarde del 12 de septiembre de 1909, los ancianos de Anenecuilco decidieron dejar en manos de hombres más jóvenes la defensa de sus intereses económicos y sus tierras frente a los hacendados.
Un joven Emiliano Zapata fue elegido como presidente del concejo. Llevaba varios años trabajando en defensa de los intereses del pueblo, pero a partir de entonces fue el principal líder de su comunidad. Justo antes de que estallase la gran tormenta. México estaba al borde de la revolución.
En 1910, el presidente de México, Porfirio Díaz, llevaba 30 años manejando a su antojo los destinos del país. El viejo general, encadenaba reelección tras reelección, amañando elecciones y utilizando el clientelismo para mantenerse en el poder.
Dos años antes, en una entrevista a una revista norteamericana, marcaba 1910 como el año en el que abandonaría la presidencia y dejaría el camino abierto a unas elecciones auténticamente libres que iniciasen una nueva época para México.
La promesa del abandono del poder por parte de Díaz hizo que surgiesen líderes que querían la modernización del país y la instauración de un régimen más democrático. Entre ellos, el hijo de una de las doce familias más ricas de México, Francisco Ignacio Madero. Su objetivo era modernizar el país y sacarlo del subdesarrollo, y representaba a las clases altas del país que trataban de instaurar un régimen liberal. Poco a poco fue logrando apoyos por todo el país, preparándose para la sucesión de Díaz.
Pero Porfirio Díaz decidió presentarse a la reelección, ante el asombro de todos. Y, frente a la fuerza que lograba Madero, llegó a encarcelarlo. Tras las elecciones, Madero encabezó la insurrección que comenzó el 20 de noviembre de 1910. Poco a poco se fueron sumando territorios de todo el país a la sublevación. Había comenzado la Revolución mexicana.
Zapata, como líder de su comunidad y con su experiencia militar, acaudilla la insurgencia en su territorio. Comienza una guerra de guerrillas en el que distintos caudillos se levantan contra el régimen de Porfirio Díaz. En el norte, será otro nombre mítico, Pancho Villa, el que lideró las tropas contrarias al gobierno. El centauro del desierto, como fue conocido Villa, se convertirá en el otro gran mito de la revolución junto a Zapata.
Las sublevaciones guerrilleras fueron aumentando por todo el territorio y Porfirio Díaz se vio obligado a renunciar y dejar el poder. Madero llegó a Ciudad de México el 7 de junio de 1911, con la promesa de defender los intereses de empresarios, trabajadores y campesinos. En octubre venció en las elecciones y comenzó su intento de instaurar un Estado centralizador moderno que condujese al país al desarrollo económico.
Pero para los campesinos aquellos cambios no eran suficientes. Estos buscaban una vuelta a la época antigua, en la que los campesinos eran propietarios de las tierras y compartían las tierras comunales. Buscaban una ruptura con el orden de los terratenientes y las azucareras.
Madero no estaba dispuesto a expropiar tierras de los hacendados. Ante esto, Zapata y la región de Morelos se levantó contra Madero. Muchos críticos de Zapata ven aquí su gran error, al no confiar en un gobierno que con el tiempo podría haber tratado de resolver el problema agrario mediante leyes y compromisos con los terratenientes.
Regresó así la lucha. Y, para complicarlo aún más, el general Huerta se sublevó contra Madero. El 22 de febrero de 1913, Madero es asesinado. El gobernador de Cohauila, Venustiano Carranza, junto a Pancho Villa, serán los jefes de la fuerza contra Huerta. El 14 de agosto de 1914 Huerta se rinde y Carranza obtiene el poder. Pero la historia vuelve a repetirse. Ante el autoritarismo de Carranza y sus promesas incumplidas, Villa y Zapata vuelven a levantarse. Comienza así una nueva guerra civil.
Villa y Zapata llegaron a tomar Ciudad de México a finales de 1914. Momento inmortalizado en la famosa foto en la que ambos aparecen juntos y en el que Villa ofreció a Zapata que se sentase en la silla presidencial. Un momento victorioso que pronto se vendría abajo ante el empuje de las tropas de Carranza. Primero atacaría a Villa y después fue a por Zapata, quien acabó asediado en Morelos, aguantando todavía varios años el asedio de Carranza. Fueron años duros para el movimiento de Zapata. Por una parte, Carranza no paró de hostigar su territorio. Por otra parte, las luchas intestinas y la desunión fueron mermando la insurgencia.
El 10 de abril de 1919, Zapata se citó con un oficial conocido que quería pasarse a su bando. Era una trampa. A las dos de la tarde, Zapata entraba en la hacienda de Chinameca. Cuando llegó, los soldados parecían ponerse en guardia para hacer una carga en su honor. Lo que hicieron fue disparar contra él. Moría el caudillo del sur, comenzaba la leyenda.
Nace El mito Su cadáver fue expuesto para que los campesinos lo vieran. Para algunos el cadáver no presentaba algunas marcas características de Zapata, como la falta de medio dedo en una de sus manos o un lunar en su cuerpo. Surgió el rumor de que el cadáver era el de un doble y que el verdadero Zapata había huido a Arabia gracias a un amigo árabe. También se decía que por las noches se podía ver a Emiliano Zapata cabalgando a la luz de la luna, el líder revolucionario no había muerto para los que confiaban en él.
Comenzaba así el mito del Zapata incorruptible, que prefirió pelear hasta que los campesinos recobrasen sus tierras, rechazando el poder y el dinero que le ofrecieron los poderosos. Un personaje también con su lado oscuro, criticado por algunos debido a su extremismo y por no haber dado una oportunidad al gobierno de Madero para solucionar el problema agrario, alargando en el tiempo la revolución mexicana y la tragedia humana que supuso.
Pero el mito de Zapata sigue vivo y 2019 es su año en México. Quizás nunca se fue del todo, como decían los campesinos cuando lo asesinaron. Tras cien años, el problema agrario continúa y ningún gobierno consigue solucionarlo. Los campesinos continúan su lucha por la tierra y la figura de Zapata sigue en el imaginario de los mexicanos. ¡Zapata vive...!