Nadie que haya seguido las peripecias de la política norteamericana puede creer que los últimos dos años, desde que el presidente Donald Trump llegó a la Casa Blanca, hayan transcurrido plácidamente, pero la nueva etapa que acaba de comenzar lleva trazas de ser un auténtico tsunami: las tensiones entre los partidos, la incertidumbre económica y los riesgos para el sistema financiero internacional llegan todos al mismo tiempo.

Semejante situación contrasta con la calma de las calles de la capital norteamericana, ante las vacaciones forzosas de cientos de miles de funcionarios, cuyo sueldo está congelado porque los legisladores y la Casa Blanca no se ponen de acuerdo para aprobar los presupuestos nacionales. Las leyes norteamericanas no permiten que el gobierno se beneficie de un trabajo no remunerado y, aunque estos funcionarios cobrarán tarde o temprano con efectos retroactivos, de momento los ministerios, museos y otros centros del gobierno federal están cerrados.

Con el creciente endeudamiento público norteamericano y de muchos otros países, uno podría creer que la falta de acuerdo presupuestario en Estados Unidos se debe a la dificultad de encontrar los fondos para financiar las operaciones del gobierno. Pero no es así: los presupuestos generales están retenidos por una disputa en torno a 5 mil millones de euros, aproximadamente el monto total de la fortuna personal que Trump dice tener y una cantidad exigua frente al proyectado déficit de presupuesto, que en este ejercicio podría rondar el billón de Euros -y más exigua aún en el marco de un presupuesto de 4 billones (4.000 millones) de dólares-.

Pero es la cantidad que Trump exige como primer pago para construir la prometida muralla en la frontera mexicana que habría de proteger al país de las invasiones de inmigrantes y de droga, una de sus principales promesas electorales de 2016, bajo el slogan de “devolver la grandeza a América”.

La muralla ni impediría la llegada de trabajadores mientras el país siga necesitando ahora -como en toda su historia- mano de obra, ni la entrada de drogas mientras los norteamericanos la quieran seguir consumiendo; pero además estos 5 mil millones serían insuficientes para construirla: constituyen tan solo un juego de fuerzas entre el presidente y la nueva oposición demócrata, mayoritaria desde ahora en la Cámara de Representantes que entró en funciones este pasado jueves.

Esta pataleta de los legisladores y del propio presidente ocurre en un momento inoportuno: rivales internacionales como China y Rusia creen que es momento de sacar tajada, nuevos líderes como el presidente del Brasil quieren imitar a Trump, mientras todo el sistema financiero internacional parece más inestable, con elevados niveles de endeudamiento que hoy se acercan a los 250 billones de dólares, el triple que hace 20 años. Y los deudores no son los pobres, sino EEUU, la UE, China y Japón: les corresponde el 75% de la deuda empresarial, el 65% de la personal y el 80% de la pública.

Pero si el país, o el resto del mundo, llegaran a necesitar pronto una dosis de liderazgo norteamericano, es probable que se quedasen con las ganas, y... con la crisis a cuestas, en Washington son tiempos de fronda, que corresponden a las divisiones cada vez más profundas de este país y que se vieron claramente en la toma de posesión de los nuevos legisladores este jueves.

La generación que toma el relevo rechaza cualquier medida de austeridad, la nueva mayoría afila los cuchillos para clavárselos a Trump y el presidente se parapeta aupando los slogans de sus seguidores tradicionales.