El quinto mes de protestas sociales en el país, que han causado centenares de muertos, heridos, detenciones arbitrarias y desaparecidos a manos de la policía y grupos parapoliciales armados, le pilla a Diego Alonso en Mungia, su pueblo, al que regresó a finales de julio desde Managua, donde ha vivido durante tres años y ha sido testigo del inicio y desarrollo de las protestas estudiantiles en primera línea.
Estudiaba Filosofía en la Universidad Centroamericana de Managua, “la primera en ser asaltada por las fuerzas gubernamentales”, apunta. “Necesito que se conozca lo que de verdad está pasando en el país. El nivel de represión en Nicaragua es brutal. Hay mucho miedo, y eso se está aprovechando desde el gobierno para aparentar que las cosas se están calmando, pero es una falsa calma que volverá a estallar hasta que Ortega deje el poder”, afirma.
A mediados de abril comenzaron las protestas pacíficas en respuesta a la ley que aplicaba recortes a la Seguridad Social. “Esa fue la chispa, pero las protestas de pensionistas ya se venían reprimiendo a golpes de antes. También creó mucho malestar que el gobierno rechazara la ayuda internacional en el gran incendio de Indio Maíz, una de las mayores reservas naturales de Centroámerica. Dejaron que se quemaran miles de hectáreas para beneficiarse de la ley que permite urbanizar suelo deforestado”.
El 20 de abril quedaría en su memoria para siempre. Ese día dos columnas de policía antimotines asaltó la Universidad de Ingeniería con pistolas y gases lacrimógenos. “A todos esos chavales los sacaron de ahí como si fueran ratas, y mataron a más de uno”, aclara. Él estaba en su casa escuchando las noticias y llamó a sus amigos para organizarse en grupo y llevar ayuda. “Cuando llegamos a 50 metros de mí le metieron un tiro en el tórax a un chaval”. Era Alvarito Conrado, que falleció con solo 15 años, convirtiéndose en una figura de este movimiento social. “Como estudiante sentí que ante toda aquella realidad no podía dejar tomar partido, ayudar de alguna manera. Mi labor se centró en cargar mi coche, casi a diario, de alimentos y medicinas para llevarlas a la universidad, donde estaban encerrados miles de estudiantes”, señala.
Diego destaca la autogestión que encontró allí y la solidaridad de la gente, aunque a veces no siempre para bien. “Les enviaban comida con mensajes de ánimo en su interior, pero también llegaban alimentos envenenados, como alfileres o clavos en el pan. Hubo intoxicaciones y lavados de estómago. Por eso, hacían probar los alimentos a los que los llevaban”.
El 30 de mayo, día de la Marcha de todas las madres, miles de mujeres, trabajadores, estudiantes y escolares apoyaban la protesta por el asesinato de sus hijos y reclamando saber porqué los habían secuestrado y dónde estaban. Las turbas (parapoliciales), dispararon contra los manifestantes y hubo al menos dos muertos . “Ese día hubo muchas detenciones, entre ellos uno de mis amigos. Como a muchos, se lo llevaron a la cárcel de El Chipote, al que llaman centro de auxilio judicial, pero en realidad es un centro de interrogatorios y tortura”, aclara.
“Allí se llevan a los detenidos antes de ser juzgados, para sacarles información, y ya sabemos de qué manera”, puntualiza Diego. A las puertas de El Chipote estuvo con decenas de personas durante días. “Nos pasamos allí días presionando con mediación de la iglesia y organismos de derechos humanos para que los liberaran antes del juicio, porque después ya no hay garantías de nada. Les obligan bajo tortura a grabar vídeos confesando que han cometido actos de terrorismo, y les amenazan con hacer daño a sus familias”, explica. “Al final conseguimos que liberaran a una docena de jóvenes, pero eso no es lo habitual”, reconoce. “Hay detenciones masivas sin ningún cargo, a veces llegan encapuchados a tu puerta y te secuestran sin más. Los juicios se hacen a puerta cerrada y sin abogados. Solo en una ocasión una jueza dejó que fuera a puertas abiertas. Entonces entraron varios encapuchados y se llevaron a los jóvenes. Al día siguiente la jueza fue depuesta”.
Crímenes parapoliciales La brutalidad de “las turbas” con apoyo policial se ha dejado ver en casos como la quema de una casa en Managua porque la familia no quiso abrir a los parapoliciales que querían apostar francotiradores en el tejado. Allí murieron carbonizados un bebé, un niño de dos años y cuatro adultos. Nadie ha pagado por ello.
“El Gobierno ha sacado convictos peligrosos de las cárceles para armarles y está utilizando a gente sin recursos para actuar contra los opositores de Ortega a cambio de migajas”, denuncia el joven vasco. “Hay casos de policías que por negarse a seguir las órdenes de represalias o querer dejar su trabajo por no soportar la presión, han aparecido con un tiro en la cabeza”.
En Masaya, a 30 kilómetros de Managua, donde durante semanas centenares de personas vivieron entre las barricadas y con las balas de los AK 47 rozando sus cabezas, Diego estuvo documentando en vídeo y fotografías cómo vivían y se organizaban, además de buscar vías alternativas para poder llegar hasta allí con su coche y llevar todos los suministros que podían cargar.
En aquellos momentos no era muy consciente del peligro al que se exponía, pero allí había muertos y heridos a diario. “En esos momentos no sentía miedo, era una adrenalina que te mantiene en alerta a todo lo que pasa a tu alrededor, pero llegó un momento en que temí que me detuvieran”. Fue cuando le avisaron de que la policía seguía el rastro de su coche. Unos amigos se ofrecieron a guardarlo en su casa “y allí debe estar todavía”, confiesa.
El Gobierno modificó la ley para poder acusar de terrorismo cualquier signo de protesta antigubernamental y el prestar ayuda, aunque sea llevando comida y medicinas. “Eso te convierte en terrorista por ley”, asegura. Hay represión en las calles, se han clausurado temporalmente medios independiente, hay miles de personas huyendo del país por miedo a que les maten o secuestren”, asegura Diego. “Va a ser muy difícil que Ortega deje el poder sin ayuda internacional. En Nicaragua existe el cuarto poder del gobierno-el Consejo Supremo Electoral-, dirigido por un íntimo amigo suyo. Sus hijos dirigen petroleras y medios, su mujer es la vicepresidenta y su hermano el jefe del Ejército. Todo esa red de nepotismo no es democracia”, denuncia.