un buque cargado de 629 migrantes y refugiados rescatados en las aguas del Mediterráneo ha puesto una vez más ante el espejo de la ignominia a la sociedad europea en su conjunto. Hombres, mujeres, cientos de niños y madres embarazadas veían truncado su sueño extremo de alcanzar Europa para salvar sus vidas, cuando el ministro del Interior y viceprimer ministro italiano, Matteo Salvini, prohibía su desembarco en territorio transalpino. La reacción del presidente español, Pedro Sánchez, de ofrecer Valencia como puerto seguro para el Aquarius, significaba un gesto humanitario encomiable y, a la vez, la prueba de la falta de una política común en la UE sobre inmigración y fronteras. Una crisis humanitaria más, como tantos y tantos días en los bordes de la rica Europa, que pone a prueba la capacidad de la solidaridad y la defensa de los derechos humanos de nuestra Unión, frente a los desmanes xenófobos de los políticos populistas que se están haciendo con el poder en buena parte de nuestros Estados miembros.
Culpables unos y responsables otros
El origen del problema migratorio que viene sacudiendo a Europa en las dos últimas décadas está en dos factores conocidos: la hambruna y las guerras tribales en el África subsahariana, y la contienda civil en Siria que afecta a gran parte del Norte de África. Por tanto, las fórmulas para mitigar a corto plazo y resolver a medio y largo plazo el reto no son otras que la combinación de políticas de cooperación al desarrollo y de seguridad en origen. La UE es el mayor cooperante del planeta, pero resulta claramente insuficiente ante un desastre humanitario de la magnitud que vivimos y ante el efecto llamada que nuestra democracia del bienestar produce entre aquellos que no tienen futuro para sobrevivir en sus hogares. Los culpables son evidentes: los gobernantes de los países de origen, la explotación de las fuentes de materias primas de éstos con métodos poscoloniales, el terrorismo radical islamista y las mafias de tráfico de personas instaladas en la zona. Pero los responsables de que los malos de esta película sigan sirviéndonos miles de muertos en nuestras costas somos los propios europeos, que no solo vivimos insensibles al drama de nuestros congéneres, sino que creemos que resolvemos algo cual avestruz enterrando nuestras cabezas para no ver, ni ser vistos.
Dos gobiernos nuevos, dos estilos dispares
La novedad de este caso ha sido la bipolar interpretación que de la situación creada han tenido los dos nuevos Gobiernos de Italia y España. El Ejecutivo radical de extrema derecha y extrema izquierda italiano ha cantado victoria al ver alejarse de su territorio al contingente de almas en pena del Aquarius, justo cuando el Gobierno español socialista acudía a la llamada de rescate del buque ofreciendo el puerto de Valencia para darles cobijo inicial. Un parche solidario gratificante pero poco significativo, dado que no podemos aplicar soluciones excepcionales en el último minuto cada vez que cientos de personas están a punto de ahogarse en nuestro mare nostrum. Y, por medio, el patético teatro montado entre Macron y Salvini insultándose en público y echándose a la cara los muertos. Una vez más la historia de siempre: pagamos el pato de no tener una política común. Encerrados en el egoísmo pacato de cada Estado, tratamos de endosar el problema al de al lado. Queremos lo mejor del espacio común, pero sin hacer el más mínimo esfuerzo cuando las cosas se ponen serias. Primero fue Grecia, luego Hungría y ahora Italia, por no citar Austria, Eslovaquia o Eslovenia.
Más Europa es la solución
Más allá del drama humanitario, lo más grave es que la UE necesita de esa inmigración para rejuvenecer su tejido social. Si fuéramos capaces de articular una política migratoria y de fronteras coherente, el problema se tornaría oportunidad para nuestra crisis demográfica. La Comisión Europea lo tiene claro y ha bajado sus ideas y sus políticas a los números y a los dineros. En el nuevo Marco Financiero Plurianual, es decir, en los próximos presupuestos de la Unión, son las ayudas a la inmigración y la seguridad en frontera los capítulos que más se verán incrementados. Nuestros denostados burócratas de Bruselas tienen una visión clara de la solución, son mucho menos miopes que los Gobiernos de los Estados. Solo falta que el Consejo Europeo quiera escucharles. La próxima semana en la Cumbre de verano, tendrán una buena prueba para ejercer su voluntad al respecto. El Aquarius habrá ya desembarcado a sus pasajeros con suerte aun incierta. Un momento idóneo para demostrar que la Europa de los mercaderes es antes la Europa de las personas.