Las elecciones austriacas de ayer domingo tenían un sorprendente encanto: con los principales candidatos más valorados por la opinión pública en mucho tiempo, en el país impera un aire de fronda que obligaba a esperar un revolcón electoral de los principales protagonistas.

El canciller Christian Kern, del Partido Socialdemócrata (SPÖ), y su rival del Partido Popular (ÖVP), Sebastian Kurz, - y al mismo tiempo ministro de Exteriores del Gabinete Kern - no sólo pueden alardear de una gestión gubernamental satisfactoria, sino incluso de haber emprendido prometedoras reformas de sus respectivos partidos (aunque en este aspecto, más Kurz que Kern). Y no obstante, todos los sondeos de opinión señalaban un claro deseo de degollar la coalición SPÖ-ÖVP.

El porqué de esta ansia de cambio es muy difícil de explicar, a no ser por el sano sentido común popular que considera que la higiene política austriaca ha de darle el alto a un matrimonio de conveniencia entre los (en teoría) principales rivales parlamentarios, conservadores (ÖVP) y socialistas (SPÖ). ¡En los últimos 30 años, estos dos partidos han formado 23 Gobiernos de gran coalición?! Y es que, si por una parte esta continuidad ha engendrado una innegable estabilidad y bienestar en el país, los síntomas de anquilosamiento intelectual y administrativo potencian poderosamente las ganas de cambio.

Los liberales (FPÖ), que en Austria no son liberales sino ultraconservadores, también aportan su grano de arena al hastío popular. El descrédito (por populismo) de su era Haider, el líder que les proporcionó su mayor cuota de poder, ha sido ya superado y parece inevitable que el próximo Gobierno esté formado por uno de los dos grandes partidos y un socio minoritario, los liberales.

Tradicionalmente, el socio natural del FPÖ ha sido la ÖVP, pero los liberales austriacos de hoy en día ofrecen un programa gubernamental que casa más fácilmente con la línea socialdemócrata de Kern, asumiendo en esa hipotética coalición el FPÖ el muy rentable papel de “moderador financiero” de los socialistas. Y por otra parte, en las filas liberales aún está viva la debacle electoral que sufrió el partido tras un catastrófico maridaje gubernamental con los populares del, a la sazón, primer ministro Wolfgang Schüssel.