La actualidad política iraní se ha centrado estos días en las elecciones parlamentarias cuando en realidad la elección importante -la del auténtico poder en esta república teocrática- es la que seguramente se va a celebrar muy pronto: la del líder máximo.
Hoy en día esta función la desempeña el ayatolá Ali Jamenei, de 78 años, y nadie en el país se la disputa. Pero Jamenei, quien fue operado de un cáncer genital hace unos años, ha hablado repetidas veces últimamente de la “? probabilidad de que pronto se le busque un sucesor?” y en Teherán corren insistentes rumores de que su salud está decayendo rápidamente.
Y si esto se confirmase, esta elección -que la hace exclusivamente la Asamblea de Expertos, un gremio de 88 personalidades de rango y prestigio de la alta clerecía chií- sí que es decisiva para el presente y el porvenir del Irán. Porque desde la revolución de 1978, que acabó con el reino laicista de los Pahlevi, el país no sólo es una teocracia, sino que entre el furor revolucionario de primera hora de Jomeini y los maquiavelismos de Jamenei (que le sucedió en 1989) la República se ha convertido en un Estado a merced de un complicado y enorme entramado de poderes paramilitares (los Guardianes de la Revolución), económicos (a partes casi iguales entre los Guardianes y el Gobierno) y el monopolio ideológico-moral que ejercen los ayatolás sobre la vida espiritual y política del país.
El fruto -buscado- de semejante tinglado es un poder absolutista (y hoy en día aún casi absoluto) en manos del líder máximo. El país es y se comporta -mientras el sistema siga en pie- según el pensamiento y los sentimientos del líder máximo. Con Jomeini y con Jamenei el perfil fue casi idéntico: moralidad estricta, ninguna tolerancia ideológica y un odio profundo a los EEUU. El “casi” que diferencia la política de los dos líderes máximos que ha tenido el Irán hasta ahora está en el pragmatismo exhibido a última hora por Jamenei en política exterior. Fue él quien acabó aceptando una adaptación de la política nuclear iraní a las exigencias occidentales para evitar la bancarrota hacia la que se encaminaba el país si persistía en desafiar a tirios y troyanos para hacerse con unos kilogramos de plutonio (que, entre otras cosas, permite fabricar bombas nucleares).
En este contexto de monopolio del poder, los tres nombres que más suenan en Teherán para una eventual sucesión de Jamenei son: Sadek Larijani, Mahmud Shahrudi e Ibrahim Raisi, todos ellos miembros de la Asamblea de Expertos, y todos vinculados a la administración de la Justicia
De los tres, el que parece tener mejores credenciales es Larijani, de 56 años y nacido en el Irak (al igual que Shahrudi), exministro de Justicia, es el más radical de los tres y si bien tiene a su favor la simpatía de Jamenei, los roces que ha tenido en el pasado con Ahmedinayed, el hombre fuerte de los Guardianes de la Revolución, puede perjudicarle a última hora, al igual que los casos de corrupción registrados en su familia.
Shahrudi, de 68 años, tiene a su favor las simpatías con que cuenta entre los chiitas iraquíes y sobre todo su condición de sayyid, es decir, de descendiente de Mahoma. Negativo es que fue un mal ministro de Justicia.
Raisi, de 56 años, es el menos conocido de los tres por los ciudadanos iraníes. Fue fiscal general a nombramiento de Larijani y, actualmente, es fiscal del Tribunal Clerical Especial, entidad que entiende en delitos de la clerecía. Hoy por hoy parece el candidato con más probabilidades de suceder a Jamenei por gozar del apoyo de los Guardianes así como de la llamada “plutocracia política”. De todas formas, el propio Raisi no ve muy firme su opción y, por ello, presenta también su candidatura a jefe de Gobierno.