la medida aprobada en el Congreso norteamericano para eliminar la reforma sanitaria conocida como Obamacare representa una victoria política para el presidente Trump, pero no está tan claro si también lo será para los republicanos y mucho menos claro es que se convierta en realidad.Genera las mismas reacciones positivas o negativas que la ley que quiere substituir y con la que tiene algo en común tiene ni tuvo apoyo bipartidista.

Para una legislación que afecta a más del 17% de la economía nacional, la falta del más mínimo consenso político resulta sorprendente y seguramente que la mejor forma de explicarlo es que la política sanitaria en Estados Unidos se parece a lo que en Europa fueron las guerras de religión hace cinco siglos. Para los demócratas es artículo de fe que el Estado tiene que hacer más, mientras que los republicanos entonan la frase del presidente Reagan “el gobierno no es la solución, sino el problema”.

Si la ley sanitaria aprobada durante la presidencia de Barak Obama es algo así como la Reforma luterana, la promesa de los republicanos de ponerle fin es la versión laica de la Contrarreforma y todo indica que ambos bandos se han lanzado a la lucha con la misma vehemencia -e intransigencia. Hace ya siete años que está en vigor la Obamacare o ACA (Affordable Care Act, o Ley para una medicina asequible) cuyo objeto era garantizar atención médica a todos los norteamericanos además de prometer reducir costos.

ACA se aprobó sin el apoyo de ni un solo voto republicano y sin que tan siquiera los demócratas que utilizaron su mayoría en las dos cámaras para imponer su política supieran su verdadero contenido: “la tenemos que aprobar para enterarnos de lo que contiene”, dijo la entonces presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, al pedir el voto a sus correligionarios demócratas que no habían tenido tiempo para leer las más de 2.500 páginas de la ley.

Si las promesas de ACA se cumplieron para millones de norteamericanos sin acceso al seguro médico, fallaron totalmente para muchos millones más que vieron incrementadas sus primas y en general todos los costos médicos, hasta el punto de que ésta fue una razón para la paliza electoral demócrata del año 2010, que devolvió a los republicanos el control de la Cámara de Representantes.

No solo esto, sino que la promesa de anular esta ley se convirtió en su grito de guerra que mantuvieron hasta las elecciones del año pasado de las que salieron con mayorías tanto en las dos cámaras del Congreso como en la Casa Blanca.

A la hora de la verdad, anular esta ley es tan difícil que las mayorías legislativa y ejecutiva no son suficientes: los contra-reformistas descubren que ya no pueden volver a la situación anterior al ACA sino que han de actuar sobre las nuevas realidades creadas por siete años de una reforma que, a pesar de todos sus defectos, tiene apoyos importantes tanto desde arriba como desde abajo.

Por abajo están quienes son tan pobres que el aumento de primas y deducibles no les afecta pues les subvencionan todo. Por arriba están los médicos, hospitales, aseguradoras y laboratorios que ya han encontrado la manera de apañarse con el ACA y no quieren cambios. Especialmente porque la premisa de que la reforma abarataría los costos no se ha realizado y ni las medicinas valen menos, ni las estancias hospitalarias son más asequibles ni las primas de seguro han bajado.

Cara a cara Esta alianza de los sectores políticos progresistas con poderosos intereses económicos en favor del ACA ha infectado el campo republicano hasta el punto de provocar el fracaso del primer intento de contrarreforma en el mes de marzo: no se debió a que a los republicanos les faltase el apoyo demócrata, sino que están tan divididos entre ellos que el segundo intento, cuando este jueves consiguieron aprobar la ley para anular la reforma, tan solo tuvo una mayoría de cuatro votos porque 20 republicanos votaron en contra.

Votaron en contra de su partido en parte por conciencia, por convencimiento de que la contrarreforma no va por el buen camino, pero también por intereses electorales pues temen que les pase lo mismo que a los demócratas en el 2010, y que las elecciones de 2018 devuelva a la Cámara de Representantes una mayoría demócrata.

Pero la lucha entre los dos bandos no ha hecho más que empezar, porque la ley aprobada este jueves no se convertirá en tal mientras no la apruebe el Senado, donde la mayoría republicana es tenue y los senadores del partido ya han anunciado que preparan otra versión. Si consiguen aprobarla, las dos versiones han de armonizarse y las dos cámaras han de votar de nuevo cuando les presenten la versión final.

Aseguran que el presidente Trump ha sido decisivo para conseguir la mayoría favorable a la contrarreforma en la Cámara. Le tocará repetir la hazaña con los senadores, pero tendrá que darse prisa: la campaña electoral de 2018 empezará en unos pocos meses y los legisladores estarán mucho más dedicados a ganar votos que a luchar en estas guerras políticas de religión.