El referéndum de hoy en Turquía sobre la instauración de un sistema que da el poder ejecutivo al presidente puede suponer el mayor cambio en la historia reciente del país y modificar las bases de la República laica fundada en 1923. El cambio constitucional está impulsado por el islamista Partido Justicia y Desarrollo (AKP), que gobierna Turquía con mayoría absoluta desde 2002, y por el presidente del país, Recep Tayyip Erdogan
Desde que dejó de ser primer ministro y fue elegido presidente en 2014, esta reforma ha sido el objetivo central de su mandato, hasta el punto de que el pasado mayo forzó la dimisión del entonces jefe del Gobierno, Ahmet Davutoglu, por no apoyarla. La consulta de hoy gira enteramente alrededor de Erdogan: sus seguidores votarán sí a la reforma, porque confían en su liderazgo. Sus detractores, no por recelar de su autoritarismo. La encuestas, claramente parciales en función de quien las publica, dan al sí un apoyo de entre el 49 y el 54%.
Según Erdogan, el sistema parlamentario impide gobernar eficazmente el país porque los mecanismos de control obstaculizan los proyectos legislativos y las coaliciones electorales crean inestabilidad, aunque el AKP gobierna en solitario desde 2002. “Este sistema nos tiene con las manos atadas”, planteó Erdogan en un mitin y en otro alabó la reforma porque “permite gobernar cinco años sin rendir cuentas a nadie”.
La oposición teme que la enmienda concentraría en manos de un sólo hombre todo el poder. El Ejecutivo, porque el presidente fagocita el cargo del primer ministro y nombra a los ministros. El legislativo, porque puede gobernar por decreto. E incluso el judicial, porque podrá nombrar a seis de los 13 miembros del Alto Consejo del Poder Judicial (HSYK).
Pese a que la legislación actual define la jefatura del Estado como un cargo neutral, Erdogan es quien domina el AKP y, desde hace tres años, la sensación es que ningún juez dicta sentencias que no sean de su agrado, ante el temor de ser destituido o trasladado. Así, de aprobarse, la reforma, solo “adaptaría la legalidad a la realidad”, como lo expresó el propio entorno presidencial el año pasado: Erdogan ya preside el Consejo de Ministros, que gobierna por decreto desde el fallido golpe de Estado de julio. “No cambiará gran cosa, Erdogan dará un discurso en el que prometerá gobernar para todos, pero poco después se institucionalizará el mando único y Turquía se convertirá en más totalitaria”, opina Tarik Sengül, politólogo de la Universidad ODTÜ en Ankara, en conversación con Efe.
Los efectos de un hipotético no En el caso de que gane el no a la reforma, Sengül cree que Erdogan aplazará sus planes e “intentará continuar como si nada hubiera pasado”. “Pero la oposición se envalentonará enormemente” y pondrá sus esperanzas en las legislativas, municipales y presidenciales de 2019, opina este experto.
“Más importante será el efecto dentro del AKP. Sabemos que hay una oposición a la línea de Erdogan, pero nadie tiene el valor de enfrentársele. Una victoria del no les dará ánimos y eso puede influir mucho más que lo que haga la oposición”, añade. Todos los cofundadores del AKP, como el expresidente Abdullah Gül y el ex viceprimer ministro Bülent Arinc, han sido apartados de los círculos del poder en los últimos tres años, al igual que Davutoglu. Una revuelta de esta vieja guardia ha sido hasta ahora difícil, ya que es el carisma de Erdogan el que da mayorías absolutas.
Así, la victoria del no abre la posibilidad de más turbulencias en Turquía, un país ya agitado por numerosos conflictos internos y externos: la guerra en Siria, el terrorismo yihadista, el conflicto kurdo, la represión de libertades y la tensión con la Unión Europea, Irán, Irak o Rusia.
una “nueva turquía” Por contra, Erdogan utilizaría la victoria del sí para llevar a la práctica su sueño de crear una “Nueva Turquía”, distinta a la fundada en 1923. De hecho, invoca el 16 de abril como fecha de una nueva batalla por la independencia, análoga a la victoria de Galípoli de 1915 en la I Guerra Mundial, sobre la que Mustafa Kemal Atatürk basó su prestigio y la fundación de la República turca.
Hoy, el enemigo a batir es una difusa amalgama en la que Erdogan mezcla a “Occidente”, los “terroristas” kurdos, los “ateos e izquierdistas”, el Estado paralelo que dice forma la cofradía islamista de Fetullah Gülen y el terrorismo yihadista. La oposición teme que el futuro de Turquía se estructure alrededor de la identidad islámica, con una segregación progresiva de mujeres y hombres, y la aspiración de recuperar la herencia del imperio otomano como tutor de todos los musulmanes del mundo.
cambio de modelo Por otra parte, el referéndum es la última parada en una evolución de 15 años en los que ha pasado de ser un modelo de democracia musulmana a un país a las puertas del autoritarismo y con conflictos con casi todos sus vecinos. Tras la victoria electoral de 2002, la primera década del Gobierno del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) y del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, estuvo marcada por el éxito económico y las reformas encaminadas a entrar en la UE, sin exhibir las credenciales islamistas.
El AKP fue aceptado en Europa como una versión musulmana de los partidos democristianos conservadores y en Turquía fue respaldado por sectores liberales y de centroizquierda frente a los ataques de Ejército, Judicatura y partidos nacionalistas laicos. Todo ello pese a que, en 1996, Erdogan, entonces alcalde de Estambul, había afirmado: “La democracia es para nosotros un tranvía: nos bajaremos al llegar a la parada que queremos”.
“Erdogan no era un demócrata. Lo sabíamos desde el primer día”, analizaba recientemente para el diario BirGün el sociólogo y columnista Ali Bayramoglu, que aplaudió las iniciales políticas liberales y fue un defensor del AKP hasta hace cinco años. Pero con los años el elemento religioso volvió a ganar peso en las políticas del Gobierno, que permitió el velo islamista en la Administración y las universidades y equiparó el diploma de las escuelas islámicas con el del bachillerato.
El Ejército, que en el pasado no había dudado en recurrir a golpes de Estado para garantizar los principios laicos, fue perdiendo la batalla con el Gobierno y en 2013 la cúpula castrense fue encarcelada en un macrojuicio por un misterioso complot golpista, que luego se reveló como un montaje.
A partir de la primavera árabe de 2011, Erdogan y el AKP viraron hacia la islamización. Ankara apostó por convertirse en una “potencia regional” y respaldó a sectores islamistas en Egipto y Libia, mientras Europa veía a Turquía aún como ejemplo de una democracia musulmana. Esa política acabó provocando disputas con Irak, Rusia, Israel y, sobre todo, con Siria, donde Turquía apoya a milicias islamistas.
El giro conservador continuó con campañas contra el alcohol, el aborto o con llamamientos a tener más hijos. La ruptura definitiva entre los sectores progresistas y el AKP vino en 2013, cuando una protesta ecologista contra un proyecto urbanístico de Estambul derivó en una oleada de manifestaciones contra el autoritarismo de Erdogan, quien en 2014 pasó a ocupar la Presidencia del país.