El Fidel Castro que junto con sus compañeros barrió de este a oeste la dictadura de Fulgencio Batista en 1959 poco tiene que ver con el que, ya en cenizas, contiene la urna que desde hoy viaja de La Habana a Santiago, en sentido inverso a aquella marcha que inspiró tantas revoluciones y movimientos contra el colonialismo durante medio siglo.
Sí, para hablar de lo que significa la figura de Fidel Castro no valen ni el blanco ni el negro. Preguntaban en ETB a la audiencia si era un dictador o un referente mundial. Entendiendo lo primero como malo y como bueno lo segundo. Pues las dos cosas.
Sólo numéricamente, por el número de movimientos que han tomado como ejemplo el proceder de Castro y su férrea manera de controlar los principios comunistas (aunque en su inicio tenía una vía más nacionalista que comunista), hay poca discusión sobre esa referencia que se extendió mucho más allá de América latina con especial incidencia en el continente africano. Hasta Nelson Mandela agradeció su aportación para el final del régimen de “apartheid” en Sudáfrica, por no hablar del papel de las tropas cubanas, amén de su brigada médica en otros países como Angola en el pasado o más recientemente en la lucha contra el ébola.
Sus tonos claros, los que le convierten en alguien digno de admirar incluyen el aliento a los que luchaban en procesos de descolonización, porque si José Martí fue la bestia para España, Castro cumplió el mismo papel hacia los Estados Unidos. Y claro, la cobertura de las necesidades básicas de educación, salud y alimentación de manera universal. Un apunte: el sistema de prevención y atención sanitaria de la isla tiene mucho que ver en la configuración actual de Osakidetza.
Pero a qué precio consiguió Fidel mantener esa revolución. A la altísima renuncia a la libertad de su pueblo. “Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada”, clamó en un discurso en junio de 1961, dos años y medio después de alcanzar el poder. Y lo cumplió. Incluso de manera cruel: fusilando a quienes no ya se oponían a su creciente autoritarismo, sino incluso a quienes le acompañaron pero disentían. Aquella frase la pronunció en un discurso ante “intelectuales”, donde aún estaban algunos de los que después fueron perseguidos por homosexuales, o a los que se hizo renegar y hasta comerse (es literal) sus propios escritos.
¿Por qué Fidel nunca abrió la mano tras la caída del muro de Berlín? ¿Por qué no siguió pasos aperturistas, no sólo económicos, en los años noventa imitando los procesos que iniciaban quienes habían sido sus aliados? Esa es su sombra. Ahora, pongan una balanza y decidan.