la semana que termina, cuando ambos partidos habían concluido sus respectivas convenciones, ha sido el verdadero principio de la campaña presidencial norteamericana. Ambos candidatos se lanzaron seriamente a buscar los votos que esperan conseguir en noviembre en una semana que empezó y acabó con sendos discursos de los dos aspirantes presidenciales: Trump, el lunes, y Clinton, el jueves, presentaron su visión económica para un país que todavía no se ha recuperado de la grave crisis de 2008.
El discurso de Trump llegó una semana tarde, pues debería haberlo hecho el día en que terminó la convención republicana para retener la atención sobre su candidatura y desviar en lo posible el interés que Clinton esperaba atraer con la convención demócrata. Incluso así, hizo respirar aliviados a muchos de sus partidarios: finalmente su candidato se centraba en presentar los puntos que atraerían votos conservadores y ponía el acento en los argumentos que podrían llevarle a la Casa Blanca.
Pero el alivio duró poco: Trump se enzarzó nuevamente en discusiones mezquinas, desaprovechó los mejores momentos y subió el tono en cuestiones inaceptables para grandes sectores del electorado. A medida que esta primera semana avanzaba siguió cediendo la palestra a su rival, Hillary Clinton: después de una pelea inútil y contraproducente con la familia de un héroe militar, no aprovechó ni el ímpetu que le daba su discurso económico ni los errores de la campaña demócrata que podrían haber perjudicado a Clinton.
Así que, en vez de dedicar tiempo y atención al hecho de que el padre del asesino de Orlando, que acabó con las vidas de 49 personas en junio, se hallaba en primera fila en un acto electoral de Clinton, lanzó una diatriba acerca de quiénes eran los “fundadores de Isis” y pareció exhortar a la violencia contra Clinton cuando aparentemente incitaba a actuar a quienes defienden la tenencia de armas para salvar al país de los males que -según él- podría traer una victoria de su rival.
Las habituales denuncias demócratas, de los medios informativos y hasta de muchos republicanos siguieron, en la forma habitual desde que Trump presentó su candidatura, con lo que nuevamente se alienó a sectores de la población que podrían inclinarse a su favor, hasta el punto de que casi la mitad de los norteamericanos considera que el peor enemigo de Trump en esta campaña? es el propio Trump.
El jueves, le tocó a Clinton responder a las propuestas económicas republicanas y lo hizo desde las posiciones tradicionales de su partido, con claras concesiones a las propuestas de su otrora rival Bernie Sanders, quien se presentaba a sí mismo como “socialista”. Muchos conservadores e independientes entienden las propuestas de Clinton como una versión de socialismo europeo para EE.UU., pero en los restantes sectores del partido se mantiene la desconfianza ante Clinton, pues piensan que, si gana las elecciones, cederá ante los poderes económicos tradicionales y traicionará sus promesas socialistas.
Ambos discursos estuvieron dirigidos a públicos semejantes: por una parte, ni uno ni otro candidato necesitaban convencer a sus bases, pero sí a los independientes y a los descontentos en el partido rival. Por otra, es significativo que Trump y Clintons escogieran el mismo estado, Michigan, para presentar sus planes: es uno de los diez cuyo voto está aún por decidir y los dos los necesitan para alcanzar la mayoría absoluta de 271 votos electorales.
A pesar de sus profundas diferencias programáticas, llama la atención que Clinton ha ajustado sus propuestas a las promesas hechas por Trump. Es fácil de comprender: él parece seguir inmune al veneno que sale de su boca y aunque algunos sondeos le sitúan 13 puntos por detrás de Clinton, otros solo le dan una desventaja de 3. Y es que en Washington o Nueva York, donde viven las “élites” mediáticas y políticas, saltan a la vista las cicatrices de la recesión no superada, descontento que le aporta seguidores.