Economista de 72 años exlíder del partido Los Verdes, es visto como una persona moderada, madura, con experiencia política y capacidad de ser el presidente de todos los austríacos.

Antiguo decano de la facultad de Ciencia Económicas de Viena, Van der Bellen siempre ha sido muy valorado en el país alpino por su honestidad. Desciende de una madre estonia y de un padre ruso que escaparon de la revolución bolchevique de 1917 y se radicaron en la región austríaca del Tirol, donde el presidente electo vivió hasta los 33 años, antes de trasladarse a Viena.

Padre de dos hijos y casado en segundas nupcias hace pocos meses, tiene fama de personaje que no encaja del todo dentro de los estereotipos de un político ecologista clásico. Por ejemplo, nunca se ha visto a Van der Bellen en bicicleta, ha declarado en el pasado su amor por los coches y hasta hoy sigue siendo un fumador empedernido.

Ha defendido la figura de jefe del Estado como un representante del país, sin afiliación política y con atribuciones eminentemente representativas y de árbitro moral. El nuevo presidente austríaco defiende una Unión Europea fuerte y federalista, está abierto a la llegada de inmigrantes y refugiados, apuesta por el matrimonio homosexual y, en general, representa los valores de la izquierda intelectual europea. En su contra ha jugado su discurso cargado de ironía, de cierta arrogancia intelectual y poco directo, que conecta mal con la clase trabajadora y con los austríacos con menos estudios.

El futuro presidente es visto por muchos analistas como alguien que puede representar dignamente al país en el extranjero y que internamente puede mediar de forma discreta entre las fuerzas políticas, en particular entre socialdemócratas y populares, que gobiernan en coalición. Eso sí, no ha descartado una interpretación más activa de algunas competencias del jefe del Estado y ha prometido que, tal y como lo ve actualmente, no firmaría el TTIP, el futuro tratado transatlántico de libre comercio e inversiones que negocian Estados Unidos y la Unión Europea, aún si fuese aprobado en el Parlamento.