casi dos años después de que su marido desapareciera tras ser detenido por unos guardas forestales, la tailandesa de etnia karen Phinnapha Phrueksaphan no ha encontrado justicia ni ayuda oficial para sacar adelante a sus cinco hijos. Su marido, Pholachi Billy Rakchongcharoen, fue arrestado el 18 de abril de 2014 cuando viajaba en motocicleta en el parque nacional Kaeng Krachan, donde investigaba supuestos abusos contra comunidades locales. “Billy me dijo que si un día desaparecía (...), no lo buscase, pero que supiera que el jefe del parque nacional (Chaiwat Limlikhit-aksorn) era el responsable”, explica a Efe Phinnapha en su vivienda de madera en la aldea de Padeng, en la provincia tailandesa de Phetchaburi (suroeste). La aldea, rodeada de huertas de frutas, hortalizas y limoneros, se encuentra a escasos kilómetros del parque natural, donde Billy iba a trabajar a diario.

El día de su desaparición, el activista se había reunido con unos aldeanos que habían denunciado a Chaiwat y a otros funcionarios por haber incendiado supuestamente las viviendas de una veintena de familias karen en 2011. Según su esposa, Billy, que trabajaba en una oficina de distrito, era consciente del peligro por su enfrentamiento con Chaiwat, que era además dueño de un complejo hotelero y una plantación en el entorno del parque. El entonces jefe de Kaeng Krachan, que fue destinado a otra provincia pocos meses después, admitió que sus hombres arrestaron a Billy porque habían encontrado algunas botellas con miel silvestre obtenida supuestamente de manera ilegal, pero que fue liberado poco después en el parque.

sin tipo delictivo “Cuando fui a la Policía me dijeron que ellos no sabían nada y que tenía que ir a la oficina del parque. Pero yo tenía miedo de ir allí”, relata Phinnapha en su hogar, en el que vive con sus 5 hijos de entre 3 y 11 años y su madre. La karen, de 29 años, no ha dejado de buscar respuestas y justicia para su marido desaparecido y su labor fue premiada el mes pasado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Tailandia, junto con otras activistas. Sin embargo, el caso ha sido desechado en los tribunales, ya que la ley tailandesa no contempla las desapariciones forzadas, un delito definido por la ONU como la detención “contra su voluntad” de personas por parte de agentes gubernamentales con el fin de evitar que le proteja la ley.Estos casos son juzgados en Tailandia en todo caso como delitos de robo, coerción o asesinato (si encuentran el cadáver), explica Angkhana Neelapaijit, la esposa de un abogado desaparecido tras ser detenido por policías en una avenida de Bangkok en 2004.

Su marido, el abogado tailandés Somchai Neelapaijit, desapareció en medio de un proceso en el que defendía los derechos de varios musulmanes encarcelados en el sur del país, donde existe un conflicto separatista musulmán.El pasado diciembre, un tribunal absolvió a los cuatro agentes acusados de secuestrar a Somchai, a pesar de que varios testigos los vieron forzándole a entrar en un coche la noche de su desaparición. “Necesitamos una ley sobre personas desaparecidas para que se puedan juzgar estos casos”, subraya Angkhana, de 59 años y fundadora la ONG Fundación Justicia por la Paz (JPF, siglas en inglés).

Naciones unidas La Oficina de Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACDH) instó el pasado enero a Tailandia a investigar las desapariciones no resueltas de al menos 82 personas desde 1980. El alto comisario de la OACDH, Zeid Ra’ad Al Hussein, urgió a las autoridades tailandesas a ratificar la Convención Internacional para la Protección de Desaparecidos Forzosos, firmada por Tailandia en enero de 2012.

Además de la impunidad de las desapariciones, los familiares de las víctimas no reciben ayuda alguna en la mayoría de los casos. “Tejo y vendo telas. También atiendo unos arrozales en el pueblo de mi padre. Normalmente voy los fines de semana y en las vacaciones escolares de mis hijos”, afirma Phinnapha, tras asegurar que no ha recibido ayuda oficial alguna.

Mientras sus hijos corretean por la humilde pero acogedora vivienda de madera, entre el huerto y algunas gallinas y cabras, el juvenil rostro de la mujer se ensombrece por momentos, pero vuelve a resplandecer cuando describe a su marido. “Billy -recuerda- era un hombre muy alegre y divertido. Todos le querían. (...) aunque no tenía mucho tiempo, siempre venía a casa a comer y quedarse un rato con sus hijos. (...) Hasta hoy día, nuestros hijos siguen diciendo que si aún estuviera aquí su padre, todos serían muy felices. También era un buen cocinero, a los niños les encantaban sus comidas”.