Nicosia - El secuestro en Chipre de un avión de la compañía EgyptAir hizo revivir ayer la angustia vivida hace una semana en el aeropuerto belga de Zaventem, aunque afortunadamente, en esta ocasión, todo se resolvió sin derramamiento de sangre y sin indicios de que fuera un acto terrorista, sino la obra de un hombre perturbado.
Tan solo veinte minutos después de despegar de Alejandría rumbo a El Cairo, Seif Aldin Mustafá, un egipcio separado de una chipriota, obligó al comandante, Omar Yamal, a desviar el Airbus A320 con 55 pasajeros a bordo y 7 tripulantes, hacia el aeropuerto de Lárnaca, en Chipre. Dos horas después de aterrizar en una pista aislada del aeropuerto, el secuestrador dejó salir a todos los pasajeros, lo que despertó las primeras esperanzas de que podía tratarse de un acto con un trasfondo personal y no político.
La primera prueba que apuntaba en ese dirección la dio el propio Mustafá al arrojar desde el avión una carta dirigida a su exesposa. Poco después la policía confirmaba que el secuestrador exigía que la carta le fuera entregada a su exmujer, una chipriota residente en Oroklini -localidad cercana a Lárnaca-, quien poco después acudió al aeropuerto por petición de la policía. Mientras, la carta, de al menos cuatro páginas, estaba siendo traducida del árabe al griego.
Cuando todo apuntaba a que el secuestro parecía reducirse al acto de un marido despechado, la tesis del móvil terrorista volvió a cobrar fuerza al surgir informaciones de que Mustafá llevaba consigo un cinturón de explosivos. A ello se añadió la confirmación de la policía de que exigía la liberación de varias mujeres encarceladas en Egipto. Sin embargo, el cinturón de explosivos acabó siendo un cinturón fabricado con carcasas de móviles. Además, otra versión aseguraba que la misiva que quería entregar a su exesposa contenía reivindicaciones políticas. Mustafá prestó ayer declaración y por el momento no hay un una información sólida sobre sus motivaciones reales, aunque el ministro de Asuntos Exteriores, Ioannis Kassulidis, afirmó al término del secuestro que no hay duda de que se trata de una persona “psicológicamente inestable”. En declaraciones ante los medios, junto a los ministros de Defensa y de Justicia, Kassulidis explicó que en el operativo participaron fuerzas especiales chipriotas y egipcias que afortunadamente no tuvieron que intervenir.
Rendición El secuestro concluyó seis horas después de haber empezado con el hombre saliendo del avión con los brazos en alto en señal de entrega a la policía. Minutos antes, había puesto en libertad, en dos etapas, a los siete tripulantes que salieron por la escalerilla, con excepción del piloto que se descolgó desde la ventanilla de la cabina. Una vez despejado el avión equipos de artificieros acudieron hasta la aeronave para verificar que no había escondidos explosivos. El secuestro provocó algunas alteraciones en el tráfico aéreo y ocho vuelos tuvieron que aterrizar en el aeropuerto de Pafos, en el occidente de esta isla mediterránea.
El presidente, Nikos Anastasiadis, quien en una comparecencia por la mañana ante la prensa junto al presidente del Parlamento Europeo (PE), Martin Schulz, ya había bajado la alarma al asegurar que no había indicios de un acto terrorista, felicitó a todas las fuerzas implicadas por haber logrado resolver el problema sin poner en peligro la seguridad de los pasajeros. Por su parte, el primer ministro egipcio, Sherif Ismail, aseguró que el secuestro no era una “acción terrorista” y, en declaraciones a la televisión estatal egipcia, subrayó que aún no se han podido esclarecer las diferentes versiones que circulan sobre los motivos de Mustafa.
“El secuestrador pidió entrevistarse con representantes de la UE y también ser trasladado a otro país”, según los medios de comunicación, manifestó Ismail. En cuanto a la seguridad en los aeropuertos egipcios, de donde salió y donde debía aterrizar el avión secuestrado, el primer ministro dijo que está en revisión permanente en el marco de “un proceso de modernización”.
El avión despegó poco después de las 9.00 horas del aeropuerto de Burg al Arab, en la ciudad mediterránea de Alejandría, rumbo a El Cairo. Se trataba de un recorrido corto, de apenas 200 km, pero el trayecto se convirtió en una pesadilla para sus pasajeros. En el aparato viajaban un total de 21 extranjeros de ocho nacionalidades, entre ellos cuatro holandeses, cuatro británicos, dos belgas, un francés, un sirio y un italiano.
Los temores iniciales a que se tratara de un atentado terrorista tienen su explicación en la reciente amenaza yihadista que sufre Egipto, que desde el golpe de Estado de 2013, padece el azote de una tenaz insurgencia de inspiración islamista, integrada por diversos grupos, entre ellos Wilaya Sina, la filial egipcia del autodenominado Estado Islámico. Este grupo reivindicó el atentado contra un avión civil ruso el pasado mes de octubre en la península del Sinaí en el que murieron las 224 personas a bordo, la gran mayoría turistas rusos - Efe