Bruselas - Bruselas se ha convertido en una ciudad fantasma, en donde el sábado casi no se veía un alma por las calles tras el cierre del metro y de la mayoría de comercios y centros de ocio, pero ya ayer, domingo, animada por el sol que se asomaba entre las nubes, volvía a retomar tímidamente sus hábitos. El sábado, primer día del nivel 4 de alerta por amenaza terrorista, la capital belga y europea se quedó prácticamente paralizada, un estado anormal para una ciudad que normalmente bulle y cuyo centro se llena cualquier fin de semana, con sus bares, sus comercios y los restaurantes. La alerta por riesgo “grave e inminente” de atentados terroristas y la instauración de “medidas excepcionales” que se sintieron en cada rincón de Bruselas, tuvo un impacto inmediato en los habitantes, que de repente no pudieron seguir su vida normal como ir a la piscina del barrio o jugar al fútbol, hacer compras en un centro comercial o ir al cine o a un concierto por la noche. En el aeropuerto de Zaventem, donde el nivel de alerta seguía siendo el 3, como en el resto del país, había largas colas. Pero en el centro se veía a soldados fuertemente armados, acompañando a policías, varios vehículos militares en las principales avenidas y monumentos turísticos, como la Grande Place. En las calles del centro de la ciudad, los turistas expresaban “cierta frustración” por el cierre de algunos lugares recomendados en las guías de viaje, como el Atomium o el Museo Hergé.
Hoteles, como el Marriot enfrente de la antigua Bolsa, estaban custodiados por dos militares en la puerta. La lluvia, que se convirtió en aguanieve en algún momento del sábado, facilitó que los belgas se quedaran en casa, una situación que se hizo sobre todo patente por la noche, cuando Bruselas se quedó literalmente cerrada en sí misma y desangelada.
El alcalde de Bruselas había pedido a los bares y restaurantes de algunos barrios que cerraran sus puertas ya por la tarde, como medida de precaución. Ayer, la vida en la capital se iba retomado paulatinamente. Los comercios en el centro subían sus persianas y las típicas tiendas donde se vende el chocolate belga estaban todas abiertas. Los restaurantes preparaban las mesas para el mediodía y algunos comenzaban ya a recibir a los primeros clientes.
No obstante, la encargada de un restaurante en un callejón turístico donde se sitúa un establecimiento tras otro, indicó que “se ha notado una considerable bajada” en el número de comensales debido no solo a la lluvia sino también al estado de excepción que vive la ciudad.
Tampoco abrieron ayer sus puestos los vendedores del mercado de Midi, el más grande de Bélgica y uno de los mayores de Europa, ni el tradicional mercado de las pulgas de Les Marolles, donde los escasos visitantes se fotografiaban junto a un vehículo armado.
Un ciudadano belga de Anderlecht, dijo que considera que las medidas tomadas por el Gobierno son “exageradas” y aseguró “no tener miedo” ante un posible atentado. - Efe