El chorizo desterrado de los bocadillos, los filetes proscritos, el bacón crucificado... Con este desolador panorama arrancó la semana por obra y gracia de una comunicación de la Organización Mundial de la Salud, en la que se advertía de que la carne procesada era cancerígena y la roja probablemente también. Cuando algunos ya entonaban el vade retro ante las sartas de salchichas, un plantel de expertos y portavoces sanitarios saltaron a los medios para tranquilizar a la población, alabando las propiedades de la carne consumida en su justa medida. El susto, lo ha habido. La comida en el punto de mira, también. Pero los que saben de esto aseguran que no ha sido una “alerta alimentaria” propiamente dicha, sino más bien “mediática”. Nada que ver con la crisis de las vacas locas, la gripe aviar o la porcina, aunque entonces tampoco se informó del todo bien. “La OMS debería cambiar sus gabinetes de comunicación porque lo hacen bastante mal”, concluye Juan José Badiola, catedrático de Sanidad Animal y miembro de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria, convencido de que se ha causado una alarma innecesaria.
Puesto en “la piel de las madres que no saben si dar o no carne a sus hijos o si los pueden llevar a una hamburguesería el fin de semana”, este experto considera una “gran irresponsabilidad lo que se ha hecho en este caso”. Fundamentalmente porque no se ha realizado una evaluación del riesgo, un “elemento clave” en materia de seguridad alimentaria. “No vale con decir que un alimento produce cáncer. Hay que precisar en qué condiciones, sometido a qué tratamientos, para qué tipo de consumidor resulta peligroso, cuántos gramos hay que tomar para que exista ese riesgo? El pronunciamiento de la OMS es muy general. Tiene ese punto flaco”, censura Badiola, para quien, cuando se lanzan estas advertencias, hay que “tener en cuenta que se está provocando una gran alarma entre los consumidores, que ahora se preguntan si comer jamón es peligroso”.
Dado que el ciudadano de a pie “no sabe ni tiene por qué saber de estas cosas”, el papel de los medios de comunicación es, a juicio de Badiola, primordial. “Tienen que tener mucho cuidado en cómo transmiten estas noticias porque se corre el riesgo de alarmar a la gente injustificadamente”, apunta, aunque precisa que esta última polémica es “un caso claro de absoluta equivocación, no de los medios, sino del gabinete de comunicación de la OMS, que ha estado francamente desafortunado”. De hecho, apunta, tuvo que “dar marcha atrás” porque se le “estaba echando todo el mundo encima”.
No se trata de un caso aislado. En otras alertas, como la de la gripe porcina o aviar, la política de comunicación de la OMS tampoco fue la más acertada, en opinión de Badiola. “No explicaron algo fundamental, que pandemia no equivalía a muerte, sino a una gran capacidad de propagación por el mundo. Eso es verdad que se produjo, porque en el caso de la gripe porcina, por ejemplo, en poco tiempo casi todos los países registraron casos. No sé si la población lo entendió así, pero nadie dijo que se fuera a morir muchísima gente”, explica. Lo cierto es que la sensación generalizada, una vez pasadas estas crisis, es que, pese a la alarma social causada, la cosa no fue para tanto, al menos en lo que respecta al grueso de los consumidores. Y eso que el mal de las vacas locas se cobró cinco víctimas mortales en el Estado, cerca de 200 en Reino Unido y 25 en Francia.
Por si fuera poco con las advertencias lanzadas por los organismos oficiales, el goteo de informaciones, en ocasiones “interesadas”, sobre los perjuicios que causan determinados alimentos es incesante. “El consumidor es una persona práctica y esto es como lo de que viene el lobo, que viene el lobo y, como el lobo al final no viene, pues dice: Esto es una tomadura de pelo y se convierte en un consumidor descreído, que tampoco es bueno”, advierte Badiola.
“Si lo retiran es porque hay algo” Para Amaia de Ariño, responsable de evaluación de riesgos de la Fundación vasca para la seguridad agroalimentaria, Elika, la reciente comunicación sobre la carne roja y procesada ha generado una alarma “infundada”. “No ha sido una alerta alimentaria, sino una alerta mediática o social, porque en este caso el riesgo como tal no existe”, asevera. De hecho, recuerda, “ya en 2002 la OMS recomendó que los embutidos se consumieran ocasionalmente por riesgo de cáncer y, en ese sentido, las recomendaciones de consumo no han cambiado”. Otra cosa, dice, es que “se detecte algo, como que de repente vengan todas las partidas de anchoas con anisakis. Eso sí es una alerta alimentaria y hay que comunicárselo a la población y darle las pautas culinarias correctas para poder evitarlo”, pone como ejemplo.
Partidaria de “informar con transparencia” a la ciudadanía, esta profesional reconoce que “es un arma de doble filo, porque muchas veces, como en este caso, la información muy técnica no se entiende. La ciudadanía no puede interpretar un informe científico, con lo cual ha sido un error publicarlo”, sentencia. En otras ocasiones, añade, la población “no es capaz de entender” ciertas medidas. “Cuando, por ejemplo, hay retiradas de productos por una medida cautelar, como pasó en el tema del aceite, no entienden que se hace por si acaso. Dicen: Si lo retiran es porque hay algo. Hay mucha desconfianza”, afirma.
Con las informaciones referidas a la alimentación, “que tienen mucho impacto”, hay que ser especialmente cauteloso, sostiene esta experta, no solo por no alarmar injustificadamente a la ciudadanía, sino también porque “hay todo un sector por detrás al que se le puede hacer mucho daño, ya que, ante la duda y la información contradictoria, la gente deja de consumir”.
“Falla el patrón alimentario” Nadie va a morir por comerse un día unas alubias con todos sus sacramentos, ni está condenando a sus hijos por meterles entre pan y pan unas lonchas de chorizo o jamón curado, aunque no estaría mal que el resto de días las rellenara con una conserva de pescado, vegetales, queso o membrillo. Con este par de ejemplos la médico nutricionista Ana Elbusto se suma a las voces tranquilizadoras que le han quitado hierro a la polémica del bacón y las salchichas. “No podemos demonizar algunos alimentos porque un alimento aislado nunca va a provocar ningún tipo de enfermedad. Lo que realmente está fallando es el patrón alimentario de la población, que cada vez come menos fruta y verduras y más productos industriales”, explica esta profesional, que lleva más de veinte años “insistiendo en que el consumo de carne roja y procesados debe ser moderado”.
Sin entender muy bien “por qué de repente hemos creado toda esta alerta, que realmente no lo es”, Elbusto realiza su propia lectura sobre el polémico informe. “Simplemente han querido de alguna manera informar a la población de que un patrón alimentario poco saludable, junto a otros factores de riesgo, como el tabaco, el sedentarismo o el estrés, puede llevarnos a tener ciertas enfermedades, entre ellas, algunos tipos de cáncer”, interpreta y añade que “a veces los medios de comunicación magnifican un poco los temas”.
Consciente de que la alimentación está “de moda” y suscita “el interés de la ciudadanía”, esta profesional considera indispensable que exista una buena comunicación. “Las autoridades sanitarias deberían ofrecer a la población información veraz y contrastada, información que le ayude a saber realmente lo que tiene que hacer, no tanto asustándola”.