- “La hora de la verdad ha llegado. ¡Venceremos!” exclamaba Dimitri Amanatidis a primera hora de la mañana en la escuela nº 12 del barrio ateniense de Agios Dimitrios, convencido de que Tsipras hará que Grecia amanezca hoy bajo un nuevo color político con un gobierno que será el sexto desde 2008. Sin embargo, en las calles y colegios electorales se vivía una calma poco acorde con la importancia de unas elecciones que pueden ser un punto de inflexión en Grecia y en Europa. El silencio en las colas y las voces apagadas reflejaban el cansancio y el hartazgo de los griegos. “La gente está aburrida, abatida, aunque la esperanza nunca se pierde”, decía Marina Kafakis.
Los griegos votaron sin acumulaciones ni grandes colas. “El ambiente está muy tranquilo. Los primeros votantes han llegado temprano y a las cuatro de la tarde ya han votado 400 de los 580 censados en este aula, lo que es un porcentaje muy esperanzador de participación”, aseguraba la letrada Chrissa Petsymeri, presidenta de mesa en la Escuela Elemental nº 5.
“Estamos convencidos de que vamos a ganar, pero también de que el camino va a ser difícil”, aseguraba Amanatidis, trabajador en paro desde que hace dos años perdiera su trabajo en el puerto del Pireo. No ha vuelto a trabajar desde entonces. “Trabajo cuando sale algo en el empleo sumergido, y cuido de la casa y de mis dos hijos adolescentes, porque mi mujer, afortunadamente, trabaja en una tienda que aún no ha cerrado. Vivimos con 700 euros para pagar todo, porque yo no tengo paro y mis hijos están muy cerca de tener que ir a la universidad. ¿Qué futuro puedo ofrecerles?”, se preguntaba con rabia. “Mi voto va a Syriza porque no puedo confiar en nada mejor para que esto cambie. No espero milagros, pero espero que esto haga despertar a toda la izquierda europea, porque solo unidos podremos hacer las cosas de otra forma”, confía.
Adriana Thalassinos no está de acuerdo en absoluto. Es la primera vez que vota y llega acompañada de su padre y de su hijo pequeño. “Yo creo que Syriza promete demasiado, es todo muy de boca, quieren ir muy rápido y las cosas no pueden funcionar así, no es viable”, opina.
“¿Cómo puede prometer Tsipras que va a sacar a toda la población de la pobreza? ¿Con qué dinero?. Eso solo se consigue a base de impuestos en este país, donde no se produce nada más que deuda. ¿Y dice que va a bajar los impuestos y subir los salarios? Eso no hay quien se lo crea”, asevera este votante de Nueva Democracia.
En Grecia el voto es obligatorio en teoría, salvo excepciones para mayores de 71 años. Sin embargo, en la práctica no se penaliza.
Peldaño a peldaño A Anastasia, de 75 años, le costaba mucho subir las escaleras hasta el primer piso, pero a pesar de caminar muy mal quería acudir para dar su voto a Nueva Democracia. “Necesitan todos los votos posibles para frenar el avance de Syriza. Yo he vivido las dificultades de la guerra y sé que de las peores situaciones se puede salir con sacrificios”, afirmaba esta exfuncionaria de Justicia. No quiere ni oír hablar de que la izquierda gobierne, aunque reconoce que el pueblo está sufriendo. “Es cierto que estamos pasando verdaderas penurias, algunos mucho peor que otros, pero Samarás sabe lo que hace. Hay que darle tiempo, y la permanencia en Europa es lo mejor que podemos tener. No seríamos nada fuera de ella”, aseveraba.
A las puertas de este colegio electoral y en las calles adyacentes, los pocos carteles electorales que se veían ayer eran del partido comunista de KKE. “Este es un barrio obrero”, señalaba Hervasios Katiokis, votante de esta formación. “Yo he votado al KKE porque sé que con Syriza no podemos esperar que cambien las cosas. La mayor parte de ellos tiene una mentalidad neoliberal y están dispuestos a pactar con Europa y Merkel. Creo que el KKE es el partido que más se preocupa de los verdaderos problemas de nuestro día a día, de defender nuestros derechos y de estar de verdad con la gente llana”, considera este estudiante de Arquitectura. “Espero que consigamos una representación importante en el Parlamento, pero de ninguna manera veo posible que pueda surgir un acuerdo de gobierno con Syriza”, afirmó con rotundidad.
En la heterogénea sociedad griega los movimientos sociales de ideología anarquista tienen una importante presencia en los vecindarios. Su trabajo social es muy apreciado por las asociaciones vecinales y trabajan desinteresadamente. Este colectivo cree en la autogestión y no acuden a las urnas, aunque, con un guiño, Anita reconocía que “algunos amigos anarquistas han confesado en privado que han votado por Syiriza de forma excepcional, como voto de castigo y para que las cosas no empeoren aún más”, desvela esta joven desde un centro social en Exajia, un barrio ateniense muy alternativo y contestatario.
“Yo no he votado porque no creo en las urnas. Aunque cambie el color del partido político, el sistema seguirá siendo el mismo”, añade. “Seguirá habiendo pobres, Ejército, represión policial y falta de libertad de expresión”, refuerza su amiga Ioanna. “Creo que votar es peor, no voy a dar mi apoyo a algo en lo que no creo y no confío en ningún partido. La autogestión desde las comunidades es mucho más democrática que las urnas, mediante las que los políticos nos dirigen desde arriba y sin preguntar”, opina.
Coaliciones Uno de los grandes debates de los días previos a la jornada electoral era cómo se las arreglaría Tsipras si no conseguía la mayoría absoluta. Algunos votantes de Syriza comentaban que una posibilidad sería pactar puntualmente con los derechistas de Griegos Independientes, una formación que coincide con Syriza en su euroescepticismo y en su deseo de salir de la UE. “Eso es una locura, ¿cómo vamos a pactar con derechistas? Yo no lo veo probable. Creo que conseguiremos la mayoría absoluta pero, si no, me gustaría poder pactar con KKE, aunque ellos se niegan rotundamente”, afirma Sofía, una camarera que se declara “comunista de Syriza” y que trabaja en un café de la plaza Syntagma. “Tampoco lo veo con To Potami”, opina. “No me gustan. Los considero unos oportunistas que se han juntado para bailarle el agua a los tecnócrata neoliberales europeos”, asevera. Como muchos en Grecia, Sofía confía en que “todas las fuerzas de izquierda deberían unirse, pero también en todo Europa”, dice. “Conozco el movimiento de Podemos y creo que Pablo Iglesias es la próxima promesa. Ójala vengan más como Tspras y Pablo Iglesias”, afirmó en un castellano perfecto.
El voto de los líderes. En el marco de la jornada electoral el protagonismo de los candidatos destacó por el torbellino mediático que se creó cuando Alexis Tsipras, votó en Kipseli. El líder de Syriza llegó al colegio electoral pasadas las 10.30 de la mañana, con un poco de retraso sobre lo anunciado. Decenas de cámaras y micros le esperaban a las puertas del centro. “Hoy el pueblo heleno dará el paso final para recuperar su dignidad, para vivir un futuro con solidaridad, para que vuelva la esperanza, la democracia y la dignidad y se termine miedo en nuestro país”, afirmó tras depositar el voto después de esperar a que otros dos ciudadanos lo hicieran antes que él.
Antonis Samarás, el primer ministro en funciones, y líder del derechista Nueva Democracia, fue a votar más temprano que Tsipras. Lo hizo en Pilos, al sur del Peloponeso y ante la prensa confió en el voto de los indecisos. “Muchas personas que están aún indecisas votan hoy en estas elecciones elecciones cruciales para nuestro futuro y de nuestros hijos, y son ellas las que determinarán el resultado”. No le fue nada bien.