Movió la cabeza de un lado para el otro. Preocupado a la vez que comprensivo, nunca sorprendido, Joseph negaba. "Debería haberle castrado de jovencito", dijo resignado, consciente de que su hijo, por más consejos y advertencias que recibiese, jamás cambiaría. "John F. Kennedy era un adicto al sexo", recuerdan quienes conocieron su voracidad sexual, su insaciable hambre de acostarse con mujeres. Jack, como le llamaba su círculo más íntimo, heredó un estilo de vida aristocrático donde los hombres de la familia poseían salvoconducto para tener amantes siempre que fueran discretos. Aquello no era nada extraño en el universo de los Kennedy. Sus mujeres lo sabían y lo asumían. Era parte del decorado, un elemento más de los que se componía la foto de familia del clan Kennedy, una de las familias más influyentes de EEUU.
Siendo un niño, a Kennedy se le diagnosticó la enfermedad de Addison, un trastorno que afecta a los riñones y que le provocaba fatiga crónica. Escaso de salud durante toda su vida, muy frágil en la infancia, Kennedy recibió la extrema unción hasta en cuatro ocasiones. Tal vez por eso, expresan los que han estudiado su figura, JFK siempre trató de vivir al límite y disfrutar del placer al extremo. El suyo eran las mujeres. No podía resistirse. Entusiasta del sexo femenino, el cóctel de pastillas que tomaba para combatir su dolor de espalda le aceleraba aún más. Los médicos le recetaron testosterona y cortisona para que se sostuviera. Esa combinación bloqueaba su sufrimiento físico a la vez que alteraba el mapa de su libido, de por sí elevado. Kennedy confesó a su hermano que "si no consigo un culo nuevo cada día me cojo una jaqueca".
Esa constante necesidad de sexo, situó a Kennedy en apuros durante su gobierno en la Casa Blanca, porque en asuntos de mujeres, el joven y apuesto presidente, no calibraba las consecuencias. Era un temerario. "En lo concerniente al sexo, Kennedy creía que podía caminar sobre las aguas, que era intocable, invulnerable", razona Anthony Summers, autor de La Biografía oficial y confidencial de Edgar J. Hoover. En el hábitat de los Kennedy, en su código familiar, la vida pública y la privada no debían mezclarse, podían viajar en paralelo y jamás colisionar, como si se trataran de compartimentos estancos. Ocurría que en la puritana sociedad norteamericana, el modus vivendi de los Kennedy en su esfera privada, no era aceptable y sería, sin duda, censurado y castigado por ello. El ecosistema de la distinguida familia Kennedy era completamente ajeno al pueblo estadounidense, que no perdona los escarceos amorosos de sus representantes. Menos aún las mentiras. Nadie lo sabe mejor que Bill Clinton, que no pasaría más que por un mero aprendiz de Kennedy.
Casado con Jaqueline, con la que contrajo matrimonio en 1953, y con dos hijos, Kennedy no se reprimía lo más mínimo en la búsqueda de sexo. Las féminas eran el Talón de Aquiles de Kennedy. Sus citas, innumerables, cubrían un catálogo extraordinario que acumulaba actrices, cantantes, chicas de alterne... En cuestiones de alcoba, el radar de Kennedy era amplísimo. Se saltaba todas las señales de Stop e incluso era capaz de verse con sus amantes en la Casa Blanca. JFK era un funambulista sobre un alambre que a punto estuvo de precipitarse al abismo político por su obsesión con las faldas. Edgar J. Hoover, el todopoderoso director del FBI, sabía cuál era la debilidad de Kennedy y no dudo en seguir su rastro, por otra parte sencillo debido a su promiscuidad y escaso cuidado al seleccionar sus incontables ciats.
La incesante actividad sexual de Kennedy le colocó en demasiadas ocasiones al borde del escándalo. Ávido de sexo, el presidente se tiró a los brazos de peligrosas amistades como la Mafia. El vínculo entre los Kennedy y la Mafia no era nuevo. De hecho, el crimen organizado estuvo detrás del triunfo presidencial de JFK. Su padre Joseph, que se hizo rico durante la Ley Seca, se relacionó con la Mafia de Chicago para obtener financiación para la campaña de su hijo. Eso, sin embargo, eran negocios. El problema de Kennedy es que mantuvo un romance con Judith Campbell, amiga íntima de San Giancana, un jefe mafioso envuelto en asuntos muy turbios con la CIA. Frank Sinatra presentó a la hermosa joven a Kennedy en Las Vegas. Kennedy cedió a la tentación. Ésta se acumulaba en el Sands, un casino que JFK conocía como el hall de su casa. Allí, Kennedy, conocido como Pichoncito, compartía correrías con el Rat Pack, la cuadrilla compuesta por Frank Sinatra, Sammy Davis Jr., Dean Martin y Peter Lawford, camaradas de juergas y de mujeres.
Por esa rendija se coló Edgar J. Hoover, ultraconservador, lo opuesto a lo que representaba Kennedy. El director del FBI era consciente de que la información era poder y que nadie almacenaba más información que él. Controlaba las llamadas que desde la Casa Blanca se realizaban al apartamento de la joven y viceversa. Durante su affaire, Campbell llamó en 70 ocasiones a la residencia presidencial. Hoover, al que Bobby Kennedy, fiscal general de Estados Unidos, quería despachar del cargo tenía un as bajo la manga. Mejor dicho, tenía la baraja entera y se la mostraba sin pudor a su superior para que supiera que con una orden suya o un simple filtración a la Prensa dejaría al presidente al descubierto y su reputación por los suelos. Si la opinión pública hubiese conocido la relación entre la Mafia y Kennedy a través de Campbell, su JFK, adúltero, hubiese sido destruido.
bobby, el bombero Ante el temor de que eso ocurriese, Robert Kennedy avisó a su hermano, le dijo que fuera más cuidadoso, que no arriesgara tanto, pero el presidente, irreductible, no dejaba de otorgar material a Hoover, que disfrutaba recopilando informes de la vida privada del presidente, y sobre todo, de sus amantes. El director del FBI, que sobrevivió a todos los presidentes por el manejo de la información, era un paranoico que veía enemigos en todos los que no compartían su línea de pensamiento. En un ambiente presidido por la Guerra Fría, abiertamente anticomunista, ultraconservador, Hoover no escatimó medios para su labor de vigilancia.
Kennedy no podía ser camuflado continuamente por el Servicio Secreto, que actuaba de celestina para él, igual que Sinatra y Bill Thompson, su hombre confianza. El presidente continuó dejando huella en las alcobas. No solo en la de Marilyn Monroe, el icono sexual de la época, también vigilada por el FBI y definida en los informes como "izquierdista". Si bien para Kennedy, Marilyn Monroe no dejaba de ser otro "juguete sexual" según los expertos, para Hoover era una fuente de problemas por su inestabilidad mental y su verborrea Marilyn creía que JFK se casaría con ella, algo inconcebible. Ese fue un asunto menor para Kennedy, que también se vio envuelto, de rebote, en el escándalo sexual que salpicó a John Profumo, ministro de Guerra inglés. Al parecer, Kennedy mantuvo relaciones con Christine Keeler, una mujer que también se acostó con Ivanov, el agregado naval ruso. Asimismo, JFK disfrutó de la compañía de Mariella Novotny, que a su vez se relacionaba con el presidente de Checoslovaquia. A ojos de Edgar J. Hoover, esos escarceos amorosos suponían un grave riesgo para la nación.
Entre ellos, el más peligroso para los intereses de Kennedy lo constituyó, según las autoridades norteamericanas, su affaire con Ellen Rometsch. De origen alemán, (Alemania estaba dividida por el muro de Berlín) Rometsch había colaborado de adolescente con el Partido Comunista de Alemania Oriental. Ese detalle hizo saltar las alarmas en las oficinas del FBI que dedujeron que se trataba de una espía soviética. Bobby Kennedy, que actuó de bombero para apagar los incendios que provocaba John por su irrefrenable afición a las mujeres, cortó por lo sano y mandó deportarla a Europa. Para entonces, el dique de Bobby estuvo a un dedo de ceder por las informaciones de la prensa, que relataron, sin mencionar directamente al presidente, sus aventuras empleando para ello expresiones como "un alto cargo de la Casa Blanca" o el hombre "de la nueva frontera". La Nueva Fontera era el pilar fundamental en la que se sostenía la política de Kennedy. Bobby reaccionó amenazando con hundir a esos medios. Fue así como sostuvo al JFK confidencial.
l Marilyn Monroe. Actriz. Icono sexual de la época. Su relación más conocida. Es famoso el Happy Birthday que le cantó ella.
l Marlene Dietrich. Al parecer el presidente se acostó con ella una vez en la Casa Blanca.
l Judith Campbell. Servía como enlace entre Kennedy y el mafioso San Giancana.
l Mary Meyer. Cuñada de un buen amigo suyo, fue una de sus preferidas. Mantuvo varios encuentros.
l Ellen Rometsch. Fue deportarda de Estados Unidos. El FBI creía que era una espía soviética.
l Pamela Turnure. Secretaria personal de Jacqueline Kennedy. El affaire era de la época de senador.
l Mariella Novotny. Disfrutó de su compañía. Sospechosa de espionaje.
l Christine Keeler. Compartió cama con Kennedy y un agregado naval soviético.