tacloban. A pesar de que el Gobierno de Filipinas afirmó ayer "tener controlada la situación" en Tacloban, capital de la arrasada provincia de Leyte, al ponerse el sol comienzan a oirse los disparos de pandillas que saquean casas y tiendas de toda la región en busca de comida, agua y otros bienes. Tras el paso del tifón, el Gobierno filipino impuso el pasado lunes el toque de queda, desde las 8 de la noche hasta las 5 de la mañana, y reforzó hasta alcanzar 2.000 efectivos el personal para mantener la seguridad de la zona que fue devastada hace seis días por Haiyan.

"La situación de seguridad en Tacloban ha cambiado, ahora tenemos el control total de la seguridad", afirmó ayer el ministro filipino de Defensa, Voltaire Gazmin. Sin embargo, en otras partes de la provincia, especialmente las más remotas y donde aún no ha llegado la ayuda humanitaria, la situación es de completa anarquía. Alrededor de un centenar de supervivientes invadieron ayer una gasolinera para extraer el combustible litro a litro ayudados por botellas de plástico cortadas por la mitad y amarradas a uno de los extremos de largas varas de bambú.

supervivencia "Algunos saqueos no son criminalidad. Son supervivencia", matiza el administrador de Tacloban, Tecson John Lim. Las instalaciones deportivas de la ciudad, habilitadas como centro para los evacuados, están a rebosar de damnificados, con una palpable peculiaridad, muy pocos hombres se encuentran allí. Los varones permanecen al resguardo de lo que queda de sus hogares para evitar que los saqueadores se lleven las pocas pertenencias que perduran tras el tifón.

"Desde el primer día se han reportado incidentes con armas, pero ahora la situación está más calmada", aseguró a los medios Lim tras señalar que la mayoría de los disparos son realizados por propietarios de casas y tiendas que intentan espantar a los criminales en busca de rapiña. Las autoridades penitenciarias de la provincia de Leyte informaron ayer de que unos 160 prisioneros escaparon de cinco cárceles de la zona durante el tifón.