Marikana (Sudáfrica). Hacinados en poblados chabolistas, casi sin luz, agua corriente y en precarias condiciones de salubridad, los mineros sudafricanos soportan una situación que ha explotado este mes, con la sangrienta represión de una huelga en Marikana que se cobró la vida de 44 personas. Durante décadas, la minería, primera industria de Sudáfrica, se ha mantenido sobre las pésimas condiciones de vida de sus trabajadores. "Allá donde mirara, veía hombres negros con monos polvorientos. Vivían sobre el terreno en desnudos barracones que contenían cientos de lechos de cemento", escribía el expresidente sudafricano Nelson Mandela en su autobiografía, El largo camino hacia la libertad, por las minas del Rand, cerca de Johannesburgo. "Solo la existencia de mano de obra barata -continúa- en forma de miles de africanos, que trabajaban en largos turnos a cambio de un escaso salario y sin disfrutar de ningún derecho, hacía que la extracción resultara rentable para las empresas".
Varias décadas después, la situación apenas ha cambiado en las explotaciones sudafricanas, donde miles de obreros trabajan en uno de los oficios más peligrosos y perjudiciales del mundo por unos 4.000 rands al mes (unos 380 euros). "Es mejor que te despidan a seguir trabajando así", dicen los mineros.
Una treintena de ellos perdieron la vida el pasado día 17 en el conflicto laboral más sangriento desde el fin del apartheid.
una bomba de relojería La huelga en la mina de platino de Lonmin en Marikana, a 100 kilómetros al noroeste de Johannesburgo, ha hecho explotar una bomba de relojería que llevaba sonando desde hace décadas. Casi veinte años después del fin del apartheid, los blancos siguen cobrando hasta cinco veces más que la población negra, que aún vive en asentamientos improvisados, y su tasa de paro ronda el 25%, frente al 5% de los descendientes de europeos.
La masacre de 34 mineros por disparos de la Policía el pasado día 17, y la muerte de otras 10 personas desde que se inició la huelga en Marikana, el 10 de agosto, ha puesto de manifiesto la realidad del subsuelo sudafricano. "La situación en los poblados mineros es abominable: la superpoblación, la falta de salubridad, agua potable y electricidad son la norma", ha denunciado la Fundación Bench Marks, una organización que vela por los derechos laborales en Sudáfrica. "La mayoría de los poblados chabolistas son el resultado de que las compañías no dan alojamiento adecuado a sus empleados y les pagan sueldos inhumanos".
La situación en Marikana, junto a la mina de Lonmin, se asemeja bastante a esa descripción: la basura se acumula en los alrededores del asentamiento, que alberga a 10.000 familias, en casas de chapa y madera.
Bethuel Sibiya, de 43 años, paga 300 rands (unos 28 euros) por una chabola de dos metros cuadrados sin ventanas. Comparte el único grifo de agua corriente y los retretes con otras diez viviendas, aunque asegura que hay quien vive en chabolas peores acompañados de familia.
Sibiya relata que aquel día la empresa le dijo a la Policía: 'id y matadlos'. Y eso es lo que hicieron".