tifariti
EN Tifariti el desierto lo engulle todo y los arbustos se encogen como periódicos quemados. Tahlas, atiles, palmeras y tamats se amontonan en las franjas donde la humedad es apenas una sombra imperceptible. Frágiles casuchas de adobe salpican el terreno rojo como la sangre, plasma que en otro tiempo se propagó por esta tierra con la virulencia de una riada. De día el sol y las ráfagas de siroco apenas dejan respirar, mientras que la noche enfría los corazones de aquellos que se atreven a tomar el té frente a sus jaimas. No hay noche más estrellada que la del desierto, ni silencio más cuajado.
Ahí, en plena hammada, las horas de la vida parecen siglos, los mismos que simula haber transitado Sidi Alem, un nómada curtido, de mediana edad, que recibe al visitante acostado a la sombra de una gartufa, en una vaguada seca llamada (curiosamente) Río de Naser. "Sí, ya sé que aquí ahora no hay ningún río, pero en otro tiempo lo hubo. Eso es lo que me contaba mi padre, que además me enseñó a leer las estrellas, porque una cosa es contemplarlas y otra saber lo que nos dicen", avanza Alem con una sonrisa que le envejece la cara.
Sidi Alem es un reservista (todos los hombres saharauis lo son), y vive en las afueras de Tifariti, centro neurálgico del Sector Norte que vigila la 1ª Región Militar del Polisario. Se trata de la extensa franja de desierto que los saharauis lograron retener ante la brutal ofensiva de Marruecos, allá por los años 80, y que guardan con celo ante el peligro de incursiones de las tropas marroquíes o de grupos afines a Al Qaeda, afincados en la vecina Mauritania, a espaldas de los Territorios Liberados (así llaman a este lugar los saharauis).
Además de las unidades del ejército del Frente Polisario (unos 15.000 hombres repartidos en siete regiones militares), en el área de 90.000 metros cuadrados viven cerca de 12.000 civiles, la mayoría nómadas que poco a poco han ido abandonando los campamentos de refugiados de Tinduf, en Argelia, para asentarse en una tierra que consideran suya. "Sabemos el peligro que corremos en este lugar, pero prefiero morir aquí, en mi tierra, que vivir en Argelia (se refiere a los campamentos). Aquí no tenemos dueños y nadie nos dice lo que tenemos que hacer, vivimos libres y nos relacionamos bien con nuestros hermanos mauritanos", se congratula el nómada. Vestido con el uniforme caqui de otros tiempos, Alem se ajusta el turbante verde y señala caminos invisibles en el horizonte: "Allí están las montañas y más allá el muro de los marroquíes, donde sueltan los lobos. Nosotros conocemos bien esta tierra y los vamos cogiendo. Les tendemos trampas por la noche, y siempre cogemos uno o dos", describe. Lo que para Sidi Alem son lobos, para la comunidad científica es un fennec, pequeño zorro orejudo que se alimenta de lagartos y roedores. Pero el nómada no quiere despreciar las cualidades del felino, y prefiere seguir inflando su leyenda: "Los marroquíes traen camiones llenos de lobos y los sueltan para que se coman a nuestras cabras, sobre todo a las crías. Pero nosotros tenemos a los perros, que los ahuyentan. El perro es más fuerte que el lobo, por tanto, criamos perros".
la guerra y los hombres El exveterano de la Guerra del Sahara (1975-1991) vive en una gran jaima, con su mujer y sus cuatro hijos (dos chicas y dos chicos), tiene 40 camellos y 60 cabras. "Compro cabras en Mauritania cuando la hierba es abundante y las vendo cuando ya no hay hierba que comer. Del camello vendo la leche y aprovechamos la carne", detalla el pastor, que cada verano envía a alguno de sus hijos al extranjero, para que los acoja una familia. "Conozco el País Vasco porque una de mis hijas ha estado allí y vino muy contenta, con ganas de volver. Es importante que nuestros hijos salgan afuera y que se preparen. Ahora estamos obligados a pastorear, pero cuando recuperemos toda nuestra tierra hará falta gente preparada y por eso mandamos a nuestros hijos al extranjero. Cada generación piensa de una forma distinta. Nosotros hemos vivido la guerra y el exilio, a ellos les toca vivir otras cosas", concluye Alem, que cambia el gesto cuando le preguntan sobre la guerra, un conflicto que le absorbió diez años de su vida. "Yo estaba trabajando, hacíamos carreteras, y de pronto llegó la guerra", apunta. "Me alisté como voluntario con el Polisario y luchamos de forma incansable durante años. Éramos mejores y sabíamos combatir en el desierto, porque es nuestro hogar. Un saharaui equivale a tres o cuatro marroquíes, porque estamos mejor preparados y mucho más motivados. ¡Luchamos por nuestra tierra!", enfatiza, para dejar paso a un pozo de tristeza: "Vi morir a muchos amigos, pero no siento odio hacia los marroquíes, porque sabemos que la mayoría luchaban obligados por su gobierno. Ellos no querían luchar, y sabemos que ahora tampoco querrían, porque sufrieron muchas bajas. En la guerra conocí a gente noble y fuerte; es posible que ya no existan hombres como aquellos que lucharon junto a mí, porque ellos no sabían lo que era el miedo", explica emocionado Alem, antes de refugiarse en sus pensamientos.
Los nómadas que habitan los Territorios Liberados viven del pastoreo, aunque también hay saharauis que se han asentado en lugares como la propia Tifariti, Miyek, Dougaj o la lejana Zuk, atendiendo a la tímida demanda de sectores como el de la construcción (precaria en muchos casos) o la perforación de pozos de agua, sin olvidar los contados negocios que se dedican a reparar vehículos. De este modo florecen en mitad de la nada lugares extravagantes que podrían valer como escenarios de películas míticas como Mad Max, el guerrero de la carretera, asentamientos que surgen de la necesidad y que conforman comunidades atípicas hasta para un entorno tan hostil. Poco a poco los Territorios Liberados se van poblando. Se trata de la porción visible de la tierra prometida, aquella que se esconde tras el Muro de la Vergüenza.